No insistiremos, pues, en reiterar lo que desde hace tantos años también nosotros venimos diciendo y denunciando.
Martin Luther King, que fue Premio de la Paz en 1964, ante la estatua de Abraham Lincoln, y frente a más de 200.000 personas que le escuchaban enfebrecidas, denunció el trato inhumano que los negros recibían por parte de la policía así como la gran injusticia que suponía enfrentarse en los más diversos lugares con el infame letrero «solo para blancos».
Nosotros, como el líder mártir, llevamos diciéndolo también desde hace casi 50 años aunque en escenarios diferentes. Y hoy, como ayer, alargando nuestra mirada a todo el territorio europeo, seguimos afirmando con él que «Ahora es tiempo de subir desde el oscuro y desolado valle de la marginación al soleado sendero de la justicia racial. Ahora es tiempo de alzar a nuestra comunidad desde las arenas movedizas de la injusticia racial a la sólida roca de la fraternidad. Ahora es tiempo de hacer que la justicia sea una realidad para todos los hijos de Dios».
Los gitanos españoles y gran parte de los gitanos europeos hemos dado pasos importantísimos en la lucha por ser dueños de nuestro destino y administradores de nuestra libertad. Pero aún está casi todo por hacer. Desde la Constitución de 1978 los gitanos gozamos de las garantías que la Carta Magna otorga a todos los españoles y desde que la Unión Europea incorporó en su seno a la inmensa mayoría de los gitanos del continente todos gozamos de la protección que nos brinda el Tratado de Lisboa para la defensa de nuestros derechos ciudadanos.
Sin embargo el reconocimiento de esas garantías no supone su cumplimiento. Bien lo sabemos cuando nos enteramos de las gravísimas agresiones que sufren nuestros hermanos por parte de quienes se consideran guardianes de todas las esencias patrias. Agresiones que por múltiples razones quedan tantas veces sin castigo ni reparación. Hoy, como hace 50 años, nosotros decimos con Luther King que «no estaremos satisfechos hasta que la justicia corra como las aguas y la rectitud como un impetuoso torrente».
Pero el discurso cuyo aniversario conmemoramos tiene también una parte importantísima de autoimplicación en el proceso de lucha por la conquista y consolidación de nuestros derechos. Debemos, mejor dicho tenemos la obligación de desarmar a quienes con razón o sin ella se declaran antigitanos en las tertulias, en las conversaciones familiares o en los espacios de libre acceso que ofrecen los medios de comunicación online.
Ignorar lo que se dice de nosotros cada vez que se produce un hecho delictivo en el que aparecen los gitanos es de una supina insensatez. Lo decía el gran líder: «Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda».
Y llegados a este punto del análisis de la realidad, se impone tener claro cual debe ser el camino a seguir y con que estrategia pensamos librar la última y más decisiva de todas las batallas: responder a los racistas con las mismas armas que ellos utilizan contra nosotros o plantarles cara desde la resistencia inteligente sabiendo que «Nadie se nos montará encima si no doblamos la espalda».
El 28 de agosto de 1963 Martín Luther King, en la culminación de «La marcha sobre Washintong» dijo que «En el proceso de conseguir nuestro legítimo lugar, no debemos ser culpables de acciones equivocadas. No busquemos saciar nuestra sed de libertad bebiendo de la copa del encarnizamiento y del odio. Debemos conducir siempre nuestra lucha en el elevado nivel de la dignidad y la disciplina». Y en este punto precisamente hoy me quiero detener para manifestar desde lo más íntimo de mis sentimientos que yo también tengo un sueño:
Que llegue un día en que los gitanos seamos juzgados por nuestros actos y no por el nombre de nuestra etnia.
Yo también tengo un sueño: que los periodistas cumplan con sus códigos y olviden para siempre la cursilería de escribir «de etnia gitana» para evitar decir, sencilla y llanamente «gitanos».
Yo también tengo un sueño: Que los periodistas dejen de hacer referencia a la raza, al color o al origen de las personas en contextos peyorativos. Lo dijo Luther King: «Todo lo que afecta a uno directamente, nos afecta a todos indirectamente».
Yo también tengo un sueño: Que llegue cuanto antes el día en que olvidemos esa parte de la vieja Ley Gitana que nos empuja a tomarnos la justicia por nuestra mano. «Guardarnos de la violencia, ya se exprese mediante la lengua, el puño o el corazón».
Yo también tengo un sueño: que desaparezcan las pistolas y las navajas de allí donde las haya. Hace 50 años lo dijo el líder de la Paz: «La violencia crea más problemas sociales que los que resuelve».
Yo también tengo un sueño: Que el analfabetismo y la desescolarización sean fulminadas de nuestro entorno. Solo la cultura y la formación hacen libres a los pueblos.
Yo también tengo un sueño: Que desaparezca la mendicidad de las calles de nuestros pueblos y ciudades. Porque somos una minoría visible a nosotros se nos ve más que a los demás.
Yo también tengo un sueño: Que las mujeres gitanas encuentren en el seno de nuestras comunidades el papel que les corresponde como guardianas y mantenedoras de nuestra cultura. Negar a las gitanas el espacio de libertad al que tienen derecho es condenar a nuestro pueblo a la más humillante capitulación.
Yo también tengo un sueño: Que los eternos racistas de siempre sean juzgados con la severidad que proclaman las leyes. Que sepan que sus crímenes no pueden quedar impunes. Y que los jueces no olviden que «La injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas partes».
Yo también tengo un sueño como el de Martin Luther King: Que mis hijos vivan en un país en el que no sean socialmente juzgados por el color de su piel o por el origen étnico de sus padres sino por su reputación.