La pregunta es todo menos trivial y, de hecho, el asunto preocupa enormemente a muchas agencias humanitarias y a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que realizan incansables esfuerzos para cubrir las enormes necesidades de asistencia, causadas por la aparente gran indiferencia de las potencias, las principales responsables de la actual crisis sin precedentes.
Las potencias, concretamente Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, con el respaldo de otros países occidentales y de ricas naciones árabes, están al frente de coaliciones militares que invadieron Afganistán e Iraq y, junto con Rusia, suministran armas a la mayor parte de los bandos enfrentados en Siria.
Es irónico que esas cuatro potencias sean también miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU con derecho a veto. En ese contexto, la pregunta inicial no es una simple especulación alarmista.
De hecho, el presidente turco Recep Tayyib Erdogan lanzó amenazas concretas, aunque solapadas, contra la UE, cuando alertó sobre las consecuencias que sufrirá Europa si sigue sin cumplir los dos compromisos clave que asumió en el marco del acuerdo que suscribió el 22 de marzo con Ankara para gestionar el flujo de refugiados, que muchos han tildado de «vergonzoso».
El trato consiste en que Turquía volverá a recibir a cientos de miles de solicitantes de asilo que llegaron a su territorio procedentes, principalmente, de Siria, Iraq y Afganistán, y que siguieron a Europa a través de países fronterizos, en especial de Grecia. Entonces, la UE «seleccionará» a un número indeterminado de ellos, concretamente de origen sirio.
A cambio, la UE se comprometió a pagar 3.000 millones de euros al año, a partir de noviembre de 2015, a Ankara como forma de compartir una relativamente pequeña proporción del gran coste económico que implicará dar un lugar para vivir, alimentos y atención médica a los solicitantes de asilo repatriados. En Turquía residen actualmente tres millones de personas refugiadas.
La UE también se comprometió a permitir el ingreso de ciudadanas y ciudadanos turcos a su territorio sin exigirles visado.
Las tensiones entre la UE y Turquía quedaron al descubierto durante la Cumbre Humanitaria Mundial, organizada por ese país el 23 y 24 de mayo, haciéndose cargo de una gran parte de su coste. La cumbre procuró resaltar el hecho de que el sufrimiento humano alcanzó niveles asombrosos sin precedentes, como escribió el secretario general adjunto de la ONU para Asuntos Humanitarios, Stephen O’ Brien, político y diplomático británico nacido en Tanzania, además de llamar a los gobernantes del mundo a movilizar los tan necesitados recursos para aliviar el drama humano.
Con motivo del encuentro en Turquía, la ONU reunió una serie de datos impactantes: el mundo es testigo de necesidades humanitarias como no se veían desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y experimenta una catástrofe humana «de proporciones titánicas», como nos dijo el portavoz de la cumbre Hervé Verhoosel.
Hay 125 millones de personas con una necesidad extrema de asistencia, más de 60 millones desplazadas por la fuerza y 218 millones afectadas cada año por desastres en las últimas dos décadas.
La ONU también cuantificó la necesidad de recursos urgentes, que calculó en 20.000 millones de dólares, para asistir a 37 países afectados actualmente por desastres y conflictos. Además, subrayó que a menos que se tomen medidas inmediatas, el 62 por ciento de la población mundial, casi dos de cada tres personas, vivirán en condiciones consideradas frágiles para 2030.
A pesar de esos hechos pasmosos, ninguno de los gobernantes de los países más ricos, los del Grupo de los Siete (G-7) más industrializados o los cinco permanentes del Consejo de Seguridad, participaron en la Cumbre Humanitaria Mundial.
La única excepción fue la canciller de Alemania, Angela Merkel, que viajó a Estambul para reunirse con Erdogan, más para aliviar la tensión política que para participar en el encuentro de alto nivel. La ausencia de los gobernantes de los países más ricos fue ampliamente criticada, empezando por el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, quien se lamentó públicamente el 24 de mayo. Por su parte, el presidente Erodgan expresó su profunda decepción por el boicot de los líderes mundiales.
Además, en una conferencia de prensa al cierre de la cumbre, Erdogan se quejó de que Europa no había cumplido sus compromisos porque no había suministrado los fondos prometidos ni dejaba de pedir visado a los ciudadanos turcos para entrar en los países de la UE.
El presidente de Turquía entonces expresó su enorme indignación por las 72 nuevas condiciones que la UE había impuesto a Ankara a cambio de exonerar de visado a los ciudadanos turcos, las que implican, entre otras cosas, que ese país cambie sus leyes antiterroristas. En ese contexto, Erdogan amenazó a la UE con que si no cumplía su parte del acuerdo de refugiados, el parlamento turco tampoco ratificaría el documento.
Es decir que no solo Turquía impedirá la repatriación forzada de refugiados a su territorio, sino que permitirá que cada vez más personas en esa situación atraviesen sus fronteras con los países de la UE.
Cada vez más organizaciones acusan a la UE de sellar con Turquía un acuerdo inmoral, poco ético y, sobre todo, ilegal en lo que respecta al trato de refugiados. Mientras, en Europa crecen rápida y peligrosamente los movimientos y los partidos de extrema derecha que alimentan el odio, la xenofobia y la islamofobia.
Y entretanto, decenas de miles de refugiados y migrantes siguen intentando llegar a Europa, muchos de ellos pereciendo en el mar, víctimas de prácticas inhumanas y de la manipulación de contrabandistas.
Organizaciones y agencias humanitarias como Médicos Sin Fronteras, Save the Children, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), entre otras, alertan de que un número cada vez mayor de niñas y niños menores de edad sin acompañantes adultos cruzan el mar Mediterráneo y las fronteras europeas y constituyen una de cada tres personas en esa situación, según estimaciones actuales.
Dos días antes del Día Mundial de los Refugiados, que se celebra este lunes 20, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, visitó la isla griega de Lesbos, convertida en el punto de entrada de numerosos refugiados a Europa. En ese lugar pidió a «los países de la región» que respondieran con «un enfoque basado en el derecho humanitario y los derechos humanos, en vez de con el cierre de fronteras, con barreras e intolerancia».
«Me reuní con refugiados de algunos de los lugares más problemáticos del mundo. Vivieron una pesadilla, que todavía no se ha terminado”, dijo Ban a las organizaciones no gubernamentales, voluntarios y medios de comunicación presentes.
El tic-tac de la 'bomba humana' que se escucha a las puertas de Europa contrasta con la inexplicable pasividad de sus gobernantes.