En estos días no se habla de otra cosa. Los medios de comunicación, prensa escrita, radios en sus múltiples tertulias y las televisiones de todas las tendencias nos informan de cómo algunos partidos están confeccionando sus listas para las próximas Elecciones Generales incorporando a personas de muy diversa procedencia que, además, ni siquiera son militantes de sus partidos. Lo que nos mueve a formular un par de consideraciones.
Primera. ¿Por qué se incorpora a las listas, en puestos de salida, a personas que no son militantes del partido? Se nos ocurren algunas respuestas. A) porque son personalidades de la vida pública, brillantes y admiradas por su trayectoria personal y profesional que dan prestigio y soporte a la candidatura en la que se presentan. B) Porque se les supone un cierto liderazgo en la sociedad y son, por lo tanto, activos muy eficaces para la captación de votos. Y nos parece bien.
Segunda: Porque se les supone unos conocimientos excepcionales en materias fundamentales sobre las que los gobiernos tienen que actuar. Ello justificaría la presencia en las listas de eminentes científicos, de reputados técnicos, de reconocidos intelectuales a los que ahora y luego se les encargarían la formulación de medidas legislativas concretas, o la dirección de determinados ministerios si se ganan las elecciones. Y nos parece bien.
Pero nada más. Las listas electorales, a estas alturas de nuestra consolidada democracia, la deben integrar los militantes de los partidos. Especialmente las grandes formaciones, que cuentan con miles de afiliados, deben escoger entre ellos a los más valiosos y eficaces. Y para hacerlo, no deben olvidar la definición precisa que el artículo 6 de nuestra Constitución hace de las formaciones políticas que "expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos".
Los militantes, como sujetos esenciales de la existencia de los propios partidos, son los que garantizan que el pluralismo político, ─que es donde radica el valor superior de todo nuestro ordenamiento jurídico (Art. 1.1 CE) ─ ya que son algo así como el fundamento insustituible que garantiza la función que a los partidos atribuye en el Artículo 6 de la Constitución Española. Por lo tanto, la labor que pueda realizar con eficacia y brillantez un militante de cualquier partido no debería ser sustituida por la presencia de otro ciudadano que bajo la etiqueta de "independiente" le desplace de esa función.
Claro que para garantizar lo que aquí decimos habría que cambiar la ley que sigue regulando nuestro proceso electoral. La ley alemana, por ejemplo, permite que cada elector emita dos votos para elegir a los miembros del Bundestag. Con el primero vota a una persona que es el militante del partido que concita mayor atractivo entre el electorado. Con el segundo vota la lista cerrada del partido que agrupa a quienes la organización considera que pueden jugar un papel preponderante en la Cámara Baja del país.
¿Qué posibilidades tenemos los gitanos de estar presentes en el Congreso de los Diputados o en el Senado de España?
Dicho todo lo anterior y sin contradecir lo que llevamos expuesto hasta aquí, debemos formular una afirmación concreta y precisa: Hay gitanos y gitanas que militan en los partidos políticos españoles mayormente conocidos. Tienen carnet de afiliados al Partido Popular, al PSOE, a Izquierda Unida, a Ciudadanos, a Podemos así como a otros partidos de ámbito autonómico que han alcanzado en comicios anteriores representación parlamentaria. Y con rigor podemos decir que la población gitana de nuestro país está cifrada en unas 750.000 personas.
Los casi cuarenta años de democracia parlamentaria que llevamos disfrutando en España, tras la salida del túnel franquista que tan lejano queda ya para la inmensa mayoría de nuestros compatriotas, tras haber superado la altísima cuota de analfabetismo con que alumbramos nuestra presencia en la vida pública española en 1977, nos permite decir ahora que hay en España un magnífico plantel de hombres y mujeres gitanos, mayoritariamente jóvenes, que podrían ejercer un magnífico papel en las instituciones políticas españolas. Creo que esta es una afirmación cuya credibilidad se la merece la Unión Romani en cuyo nombre la formulo.
Dicho lo cual nos preguntamos: ¿Qué posibilidades tenemos los gitanos de estar presentes en el Congreso de los Diputados o en el Senado de España? Realmente muy pocas si nos fijamos en el caso que hasta ahora nos han hecho los grandes partidos cuando hemos acudido a ellos en demanda de apoyo a nuestras legítimas pretensiones. Pero como nuestra paciencia es infinita y nuestra capacidad de lucha es cada día mayor, volvemos a intentarlo.
Por qué los gitanos podemos ser rentables en cualquier lista electoral
Primero: Porque somos muchos y porque todavía funciona entre nosotros una fuerte corriente de identidad étnica que define una parte de nuestra cultura familiar.
Segundo: Porque los gitanos, todavía hoy, otorgamos un plus de confianza a los miembros de nuestra comunidad cuando se relacionan con nosotros. Ahí radica la fuerza arrolladora que tiene 'el culto' evangélico. Los gitanos creen en la palabra de Dios y acatan las decisiones del pastor porque esa Palabra se la predica un gitano.
Tercero: Porque los gitanos somos buenos transmisores de las ideas. Más que saber decir las cosas, sabemos como hay que decirlas. Un pueblo con más de 14 millones de conciudadanos extendidos por todo el planeta, portadores de una cultura ágrafa, que sigue manteniendo sus lazos de interculturalidad intactos, es un pueblo querompe moldes y que su supervivencia demuestra que es un pueblo especialmente dotado para la política.
Cuarto: Finalmente porque hemos llegado a la convicción democrática de que nuestros problemas y los de las clases más vapuleadas por la crisis o la exclusión social encontrarán mejores representantes en quienes defienden las ideas de su formación política, si estas están al servicio de los ideales que como ciudadanos hemos asumido.