No era una tarea fácil, pero tampoco imposible. Los 27 jefes de Estado o de gobierno de la Unión reunidos en una cena informal en Bruselas, han resuelto en tiempo récord el puzle de los nuevos nombramientos previstos en el Tratado de Lisboa. El primer presidente estable de la Unión es el primer ministro belga, Herman Van Rompuy y la Alta Representante para la política Exterior y de Seguridad, la actual comisaria europea de Comercio, la británica Catherine Ashton.
La elección confirma los malos augurios que circulaban en los días previos. Se ha optado por un perfil bajo en los elegidos. Ni grandes nombres, ni grandes currículos, ni ningún carisma. Van Rompuy tiene como elemento más brillante de su biografía haber sido un excelente negociador entre flamencos y valones para salvar el Estado belga. Y poco más, salvo su afición a la literatura y a los haikus japoneses. Ashton cuenta unos pocos meses en la Comisión europea y una discreta trayectoria en la Administración británica.
Con esos avales tienen que llenar de contenido unos cargos que el Tratado de Lisboa no define. Precisamente por eso, quien los ocupe tiene la misión de dar forma y fondo a su trabajo. El presidente del Consejo puede optar por unas funciones meramente representativas o por dar carácter al puesto, institucional pero con un potencial político y de visibilidad aún por determinar. La sustituta de Solana como superministra de Exteriores será ahora también vicepresidenta de la Comisión europea, lo que le otorga nuevos y mayores poderes, y tendrá que dirigir el primer Servicio Exterior de la UE con cientos de diplomáticos y funcionarios a su cargo y una partida multimillonaria de presupuesto.
¿Por qué Van Rompuy y Ashton? Formalmente, sus nombramientos responden al encaje que cabía esperar. Conservador, uno; laborista, la otra. País pequeño, uno; país grande, la otra. Hombre, uno; mujer, la otra. Podría echarse en falta un representante de los «países nuevos» de la UE y un ajuste mejor entre Norte y Sur, pero puede pasarse por alto.
La cuestión es que los bienintecionados de la UE se creyeron que el Tratado de Lisboa podría revitalizar este semidormido club de Estados y que estos nombramientos, la primera aplicación del Tratado, iba a ser la demostración de que se abre una nueva etapa para Europa, para convertirse en la gran potencia económica y política del mundo.
Conocidos los nombres y apellidos, las sospechas sólo pueden recaer en Merkel y Sarkozy, que ya anunciaron su alianza en estos días previos para votar por los mismos candidatos. El eje francoalemán no ha querido perder sus poderes en la UE. Ellos hacen y deshacen en el Consejo Europeo y son los protagonistas de la Historia. Nadie iba a estropearlo. El tercero en discordia, Gordon Brown, ha jugado bien sus cartas manteniendo hasta el final la candidatura de Tony Blair. Sabiendo que iba a ser rechazado por los 27, la maniobra consistía en exigir una compensación que viene en forma de mujer para, de paso, callar la crítica de que la UE es un club privado para señores.
El proceso de elección ya se sabía que era antidemocrático, las formas han confirmado que la transparencia es sólo una abstracción cuando los que hablan son los Estados y el resultado, una bofetada a 500 millones de europeos.
Ojalá estas nuevas figuras europeas rompan los malos pronósticos y sean capaces de hacerse un hueco suficiente entre el juego de intereses de los 27, pero lo tienen difícil. De momento, hay que aprenderse el nombre y estudiar sus pasos. ¿Alguien tiene ganas? euroXpress