David Jiménez, corresponsal del diario «El Mundo» en Asia desde hace 15 años, acaba de presentar su tercer libro sobre sus experiencias en ese continente. La primera obra fue la premiada «Hijos del Monzón», le siguió el relato de ficción «El botones de Kabul», y ahora publica su tercer libro «El lugar más feliz del mundo» (Kailas Editorial).
Un título irónico para uno de los países más pobres y policiales del mundo.
David Jiménez.- La portada del libro es un lugar desolado, porque el título hace referencia a Corea del Norte. A pesar de ser una dictadura brutal, con un dictador que está endiosado, un país que ha vivido unas grandes hambrunas, la propaganda del régimen le sigue llamando «el lugar más feliz del mundo». Le dicen a su gente que les están ofreciendo el paraíso. En el libro lo que he hecho es ir a lugares extremos para mostrar los límites de la condición humana, las luces y las sombras de la gente que vive en lugares muchas veces remotos e inaccesibles.
eXp.- A todos nos venden un poco la imagen de vivir en el mejor mundo posible ¿no?
D.J.- Creo que la búsqueda del lugar más feliz del mundo es mítica. Desde Shangri-La en «Horizontes lejanos», los hombres y los grandes viajeros han estado buscando ese lugar, que luego la realidad nos hace ver que es un viaje que nos queda más cerca. Está en el interior de cada uno, pero aún así los viajeros, nunca han cejado en su intento de encontrarlo.
eXp.- Has estado varias veces en Corea del Norte, un país en el que los periodistas siempre están controlados y es muy difícil explicar lo que pasa allí.
D.J.- Corea del Norte es el viaje más surrealista que puede hacer un periodista, porque estás metiéndote en un gran hermano que ni siquiera George Orwell podría haberse imaginado. Cuando llegas a Pionyang, lo primero que te ponen son dos guías que te siguen a todos los lados, y a penas te dejan hablar con la gente. Es un lugar «opresivo», donde todo está lleno de estatuas de los líderes y cada ciudadano lleva un pin con la imagen del gran líder. Todo es totalitarismo y es represión y eso ha cambiado muy poco en Corea del Norte. Es verdad que el país se ha abierto un poco, por ejemplo, se ven más coches en la calle. La primera vez que fui no había practicamente vehículos. Entonces podías recorrer 170 kilómetros hasta la frontera sin encontrarte un solo coche. Ahora se empieza a ver algunos coches, empieza a haber algunos teléfonos móviles, edificios más nuevos. Hay pequeños cambios, pero lo que no ha cambiado, sin duda, es la represión y el totalitarismo y sobre todo tienes la sensación de que más que un país, Corea del Norte es una inmensa cárcel para 24 millones de personas.
eXp.- El gobierno lleva años realizando importantes purgas políticas, persiguiendo a disidentes de los que muy pocas veces se habla.
D.J.- Es la dictadura más represiva y la tiranía más brutal en la que yo he estado. Cuando se encierra a un disidente, hay que tener en cuenta que no solo se le encarcela a él, sino a tres generaciones de su familia, en lo que se llama la «responsabilidad colectiva», porque consideran que toda la familia ha sido contaminada de disidencia. Los dictadores de Corea del Norte se encuentran con un problema. Si abren mucho el país y la gente empieza a recibir información van a darse cuenta de que viven en un lugar donde la represión es brutal, la economía está en la ruina, y donde se producen hambrunas de forma periodica. El regimen intenta hacer cambios que a menudo son cosméticos.
eXp.- Como en todas las dictaduras, el líder es omnipresente.
D.J.- La propaganda está constantemente contando historias sobre la adoración y los grandes logros del líder. Hace años hubo un accidente de tren en el que murieron muchas personas, y la propaganda contaba que había viajeros que después de haber visto que sobrevivían lo primero que hicieron fue volver al lugar del desastre para intentar salvar el retrato de Kim Jon-Il , en medio de las llamas. Para el que va allí, roza el rídiculo, pero es muy importante para la propaganda del régimen, y más incluso que esa exaltación de los líderes, es también mantener a la población aislada, totalmente aislada, sin que la gente tenga información de lo que ocurre en otros lugares.
eXp.- Durante los 15 años que llevas cubriendo informaciones en Asia, has vivido en primera persona todo tipo de experiencias. ¿Eso es lo que reflejas en tus libros?
D.J.- El libro es un homenaje al reporterismo clásico. A esa idea del reportero que va a lugares remotos, donde encuentra personas con historias humanas que merecen ser contadas y se lo explica a lectores que están a miles de kilómetros de distancia. Es un reporterismo que quiere dar voz a los que no la tienen, a los que no tienen acceso a los medios. Yo creo que es un periodismo que cada vez es más complicado de hacer, porque la crisis hace que sea difícil y costoso enviar a redactores a esos lugares remotos. A mí lo que me preocupa también, es que las nuevas generaciones de periodistas no puedan hacer esos viajes que yo he hecho para «El Mundo» y que nos empobrezcamos todos un poco.
eXp.- Y tú recoges esas voces en tus libros...
D.J.- El libro está lleno de personajes fascinantes que me he encontrado en mis viajes a lo largo de 15 años. Encuentras personas que admiras y otras que han hecho brutalidades en genocidios y guerras. A veces los encuentras en lugares remotos, que nadie conoce, que son anónimos, y otras veces de forma casual. El libro es un retorno a lugares de los que escribí años atrás, lo que me gusta es volver a encontrarme a personas de las que escribí hace años y ver que fue de ellas y de esos lugares.
eXp.- En «El país más feliz del mundo», no solo hablas de Corea, también de otros países en los que has cubierto informaciones de todo tipo.
D.J.- Un viaje periodístico no está completo si no vuelves, porque muchas veces los periodistas vamos a los lugares, contamos una historia... y luego nos olvidamos. Hay muchas noticias que cubrir, pero para mí es muy importante volver, para completar y cerrar el círculo, y saber qué fue de la gente sobre la que escribí, si mejoraron, si empeoraron, si solucionaron sus problemas. Creo que es una parte del periodismo que se está perdiendo, primero porque no hay medios y segundo por la inmediatez de la información, por internet, porque ahora lo que más cuenta es la rapidez y la cantidad de información. Por eso he querido hacer este homenaje al reporterismo clásico de ir a los sitios y pasar tiempo en ellos e implicarte con las comunidades, y tratar de ir más allá de la mera noticia, y contar una historia en profundidad.
eXp.- Además tienes la suerte de vivir y escribir en el continente «de moda por excelencia». En todos estos años ¿cómo ha cambiado Asia?
D.J.- Asia ha vivido la mayor transformación de la historia de la humanidad. Hay que pensar que cosas que en Estados Unidos y en Europa nos costaron 200 años, ellos las han hecho en 30. Nos encontramos con ciudades que hoy tienen rascacielos, 8, 9 o 10 millones de habitantes, autopistas, centros comerciales inmensos... Es decir, con todo lo que nosotros consideramos moderno. Hace apenas unas décadas eran aldeas de pescadores, no había nada en ellas y a partir de ahora van a cambiar la geostrategia del mundo. Estados Unidos y Europa ya no son las únicas potencias económicas hegemónicas y te encuentras con que un nuevo continente ha emergido y cada vez es más importante económica y políticamente.
eXp.- ¿No exite el riesgo de que pueden sufrir una burbuja como la que hemos vivido en Europa?
D.J.- Asia está en una burbuja brutal, con países que crecen al 7, 8 y 9 por ciento, con un consumismo abrumador que han descubierto recientemente. Muchas veces veo las cosas que hemos hecho en España y me las encuentro también en Asia. Los precios de los pisos son elevados, piden créditos para comprar coches, y están en ese apogeo. Pero creo que tienen que tener cuidado porque están cometiendo algunos de los errores que hemos cometido en occidente y que ahora estamos pagando.