En la película Wall Street (1987), el inescrupuloso Gordon Gekko, un rico corredor de bolsa interpretado por Michael Douglas, dice que la avaricia y no la gula mueve a la gente. Y es muy dudoso que todas las personas actualmente motivadas por la codicia sean también víctimas de la gula, ya que en general las primeras están a dieta.
Según las Naciones Unidas, en el mundo hay más de 1.500 millones de personas obesas o con sobrepeso en comparación con los 842 millones que sufren de desnutrición.
El problema es que las personas obesas o con sobrepeso generalmente no son víctimas de la sobrealimentación, sino de la comida chatarra que venden las grandes corporaciones (McDonald's y similares), con alta demanda de gente de escasos recursos porque es barata.
Por cierto, la pereza no es una amenaza social, aunque la leyenda urbana dice que las personas son pobres porque no quieren trabajar.
Por lo tanto, vamos a concentrarnos en la codicia para ver por qué es el momento para una actualización.
Se ha llegado a un punto donde los predicadores de la ética son los banqueros centrales. Recientemente en Londres, en la Conferencia sobre el Capitalismo Inclusivo, Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), dijo que «algunas empresas importantes incluso han incurrido en escándalos que violan las normas éticas más elementales».
Por su parte, el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, sostuvo solemnemente que «en última instancia... la integridad no se puede comprar ni regular. Incluso con el mejor marco posible de códigos, principios, esquemas de compensación y disciplina de mercado, los financieros siempre tienen que desafiar las normas que deberían respetar».
Y a pesar de esto, los reguladores de todo el mundo han impuesto tan solo 5.800 millones de dólares en multas por tratar de manipular las tasas de referencia del mercado.
Pues este es exactamente el problema. James Dimon, gerente de JP Morgan, el banco más grande del mundo, quien el año pasado aumentó su salario en un 74 por ciento, considera las regulaciones «anti-estadounidenses». En 2013, este banco pagó 18.600 millones de dólares en multas.
El Fiscal General de Estados Unidos, Eric Holder, acaba de golpear al Credit Suisse con una multa de 2.600 millones de dólares por ayudar a ciudadanos estadounidenses a evadir impuestos.
En diciembre de 2013, la Comisión Europea impuso multas por un total de 1.040 millones de euros a los bancos Barclays, Deutsche Bank, RBS y Société Générale, por haber manipulado los tipos de interés de referencia Euribor. Por tanto ¿puede creerse que se trata de algo «antieuropeo»?
Vale la pena señalar que en esta orgía de multas, ninguno de esos banqueros responsables fue jamás a la cárcel. En cambio, como muestra el caso de Dimon, recibieron aumentos de sueldos. Los bancos son objetos inanimados, no pueden ir a la cárcel.
El Departamento de Justicia estadounidense ha hecho todo lo posible para garantizar que los bancos no serán tratados como criminales, porque los bancos no pueden ser puestos fuera del negocio. Estos son «los estándares que defienden».
Hasta 1999, cuando el entonces presidente estadounidense Bill Clinton (que culmina un proceso iniciado por Ronald Reagan), derogó la ley Glass-Steagall que durante siete décadas separaba la banca comercial y la de inversión, no pasaba nada de lo que vemos hoy en día.
Los bancos comerciales se vieron obligados a prestar en base a los fondos de sus clientes bajo estrictas regulaciones.
Ahora, todo el dinero entra en la especulación, y como todo el mundo sabe, los bancos tienen poca paciencia con los pequeños inversores y los ciudadanos porque los lucros son mucho más pequeños que los de los diversos instrumentos de la especulación financiera. Y si algo sale mal, los Estados se sienten obligados a rescatar totalmente a los bancos.
¿A dónde conduce esta lógica? Obviamente a asumir muchos riesgos (mientras más altos, mayor retorno), ganando sueldos descomunales y sabiendo que la colectividad está ahí para sacarlos de aprietos cuando sea necesario.
Es un signo de los tiempos que en su discurso en Londres, Lagarde recurriera al mismo lenguaje que la organización humanitaria Oxfam utilizó en febrero en el Foro Económico Mundial de Davos.
Oxfam recordó a la audiencia que «las 85 personas más ricas del mundo, que podrían caber en un apartamento dúplex de Londres, controlan una riqueza equivalente a la de la mitad más pobre de la población mundial, unas 3.500 millones de personas.»
Sabemos por el economista francés Thomas Piketty, autor del best-seller «El capital en el siglo XXI», que el crecimiento del capital concentrado es más rápido que el crecimiento general, lo que es una manera de decir que las 85 personas continuarán succionando dinero del mercado en general. Por lo tanto los ricos se hacen cada vez más ricos, mientras los pobres continúan empobreciendo.
Esta tendencia se está verificando en todas partes y a todos los niveles. Por ejemplo, el salario medio en uno de los 1.600 restaurantes de Chipotle Mexican Grill es de 21.000 dólares anuales. Por lo tanto, uno de los empleados con este salario tendría que trabajar durante más de 1.000 años para igualar un año de salario de uno de los copresidentes ejecutivos.
Uno de ellos, Steve Ellis, ha recibido más de 145 millones de dólares en acciones de Chipotle desde 2011, y su socio Montgomery Moran, al menos 104,5 millones.
¿Es posible que sea la gula de los Ellis y los Moran la generadora de este mundo de desigualdades absurdas? Por cierto que no, pero sí lo es la avaricia.
Es hora de actualizar los siete pecados capitales, Papa Francisco ...