Desde 2004, la Comisión Independiente sobre Turquía (CIT) examina atentamente la evolución interna de ese país, así como las relaciones entre Ankara y la Unión Europea (UE). El 7 de abril la CIT presentó su tercer informe, titulado «Turquía en Europa: Los cambios indispensables».
En pocas palabras, el informe formula propuestas orientadas al progreso de las relaciones bilaterales, y de la normalización democrática de Turquía, que haría posible la incorporación de este país a la UE.
«En estos tiempos turbulentos, una Turquía estable, democrática y próspera es, más que nunca, vital para los intereses de la UE y Turquía. Instamos a Turquía a reanudar el camino de democratización y a corregir las desviaciones». En este contexto, estamos convencidos de que el relanzamiento de un fidedigno proceso para el ingreso a la UE, podrá reforzar los esfuerzos para apaciguar las rencillas internas y acelerar las reformas políticas.
Estamos observando cómo se acentúa el círculo vicioso en el esquema que Turquía y la UE bosquejaron en 2009. Crece la desafección y la desconfianza de Turquía hacia la UE, mientras la UE, absorbida por su crisis interna, ha desatendido a Turquía y su candidatura a la UE:
Empero, en los últimos años, Turquía había realizado importantes reformas políticas. Un sector importante es el de las relaciones cívico-militares, que ahora son próximas a los niveles europeos. La era de la interferencia de los militares en el ámbito gubernamental parece definitivamente superada. También ha emprendido un válido y valeroso proceso de reconciliación con el movimiento nacionalista kurdo.
El camino por delante es largo y accidentado, pero los resultados obtenidos hasta hoy en estos campos -si se los compara con la Turquía de hace solo dos décadas- son realmente histórico. Pero en otros importantes aspectos, como la libertad de expresión, la reforma de la justicia, la separación de los poderes y el estado de derecho, graves retrocesos se han contrapuesto a los progresos.
En el informe, la CIT critica al gobierno turco por su creciente tendencia al ejercicio autoritario del poder y llama la atención sobre el distanciamiento que se está verificando entre Turquía y la UE. Coloca el acento en el respeto de la independencia del poder judicial, la separación de poderes, la libertad de prensa, las restricciones a internet, y enjuicia al gobierno por sus amenazas a las libertades de pensamiento, de expresión y de manifestación que impuso después de las protestas populares del parque Gezi, iniciadas en marzo de 2013.
La ascendiente polarización entre las fuerzas políticas, así como entre el Estado y segmentos de la sociedad civil, explica muchos de los obstáculos que dificultan el camino hacia la consolidación de la democracia. El fracaso en lograr un acuerdo para una nueva Constitución, las protestas y la represión en el parque Gezi y la escandalosa corrupción que se reveló a fines de 2013, son algunas de las manifestaciones de esa nefasta polarización.
En el plano económico, Turquía ha demostrado una considerable resiliencia al haber capeado la tormenta financiera global y las siguientes repercusiones en la eurozona, al menos hasta el presente. Desde que se iniciaron las conversaciones sobre la candidatura de Turquía a la UE, las relaciones bilaterales se han ampliado significativamente en diversas áreas que, a primera vista, parecen desvinculadas de ese proceso.
En el campo de la energía, la interdependencia entre Turquía y la UE se ha estrechado en los últimos años, no obstante la interrupción del proceso de ingreso. Turquía se ha afianzado como un país clave para el tránsito a través del Corredor Meridional de Energía, y los recientes acuerdos para transportar gas desde Azerbaiyán representan la primera expresión concreta del gigantesco proyecto.
Pero, como una nación en rápido crecimiento y sedienta de energía, próxima a múltiples yacimientos gasíferos, Turquía aspira, no solo a ser un país de tránsito, sin asimismo un centro de energía. En particular, Turquía puede convertirse en un gran receptor y distribuidor de las nuevas fuentes de gas provenientes del Mediterráneo Oriental y de Iraq.
En términos más generales, la proyección externa de Turquía en estos años, hacia los países vecinos y aún más allá, se ha expandido en modo notable. Es fácilmente perceptible en la intensificación de iniciativas diplomáticas, intercambio comercial, asistencia al desarrollo, misiones militares y presencia cultural, que el rol regional y global de Turquía asciende rápidamente.
Esto no implica que todas las acciones de Turquía en el plano internacional hayan sido exitosas, como demuestran los graves problemas con Siria, la enemistad con Egipto, las complicadas relaciones con Iraq, Irán e Israel, y la incapacidad de mejorar los diferendos con Chipre.
Pero lo cierto es que la Turquía del siglo XXI es una potencia regional que todos deben tener en cuenta. A lo largo y ancho de Europa hay un creciente reconocimiento de su relevancia estratégica y un vasto consenso sobre la conveniencia de la recíproca cooperación.
La Comisión Independiente sobre Turquía sostiene firmemente que es imperativo que tanto Turquía como la UE apresuren los cambios que permitan rápidos progresos en las relaciones mutuas.
Presidida por Martti Ahtisaari, premio Nobel de la Paz 2008 y expresidente de Finlandia, la Comisión Independiente sobre Turquía, creada en 2004, está integrada por figuras prominentes como Emma Bonino, exministra de Relaciones Exteriores de Italia y excomisaria de la Unión Europea, Hans van den Broek, exministro de Relaciones Exteriores de Holanda, David Miliband, exsecretario de Estado de Gran Bretaña, Marcelino Oreja Aguirre, exministro de Asuntos Exteriores de España, Michel Rocard, exprimer ministro de Francia, y Albert Rohan, exsecretario general del Ministerio de Relaciones Exteriores de Austria.