El gran avance del Partido Democrático de los Pueblos (HDP, en turco)ha cambiado radicalmente el panorama político de Turquía, a costa del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), en el poder desde 2002. El AKP ha pasado de ganar el 49,8 por ciento del voto popular en las elecciones de 2011 al 40,86 por ciento.
Los otros dos principales contendientes, el Partido Republicano del Pueblo (CHP) y el Partido del Movimiento Nacionalista (MHP) han conservado su electorado, aunque este último ha tenido un leve repunte sobre las elecciones generales anteriores.
De los 54,8 millones de electores habilitados votaron 47,5 millones, lo que equivale a una participación del 86,6 por ciento. El gobernante AKP recibió el 40,86 por ciento de los votos, el CHP 24,9, el MHP 16,29 y el HDP 13,12 por ciento. El AKP sigue siendo la mayor fuerza política del país, pero el avance del HDP le ha quitado la mayoría absoluta legislativa.
El parlamento turco se compone de 550 diputados. A la espera de los resultados oficiales definitivos, que se anunciarán en 10 días, el AKP tendría 258 escaños, el CHP 132 y el MHP y el HDP, 80 cada uno. El éxito del HDP ha sido notable, teniendo en cuenta que ganó 6,1 millones de votos del total aproximado de nueve millones de votantes kurdos en el país.
Los kurdos son la mayor minoría étnica de Turquía, con 15 millones de personas de los 77 millones de habitantes del país. Su pasado ha sido turbulento desde que se instauró la república en 1923, ya que la Constitución no los reconoce como una minoría. Sus intentos de conquistar derechos cívicos, como el uso de su propia lengua, han sido violentamente reprimidos, de manera intermitente, en la década de 1930 y a partir de 1970.
Como reacción, en 1978, los elementos kurdos más combativos formaron el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), una organización activista que, junto con su ala paramilitar, las Fuerzas de Defensa del Pueblo (HPG), libraron un conflicto armado con las Fuerzas Armadas del país entre 1984 y 2013, cuando se acordó un alto el fuego.
El proceso de paz ha tenido sus altibajos, pero hasta la fecha no se alcanzó un acuerdo definitivo. En los últimos 30 años el conflicto ha costado la vida a 40.000 efectivos de las fuerzas estatales y combatientes del PKK. Este último está considerado una organización terrorista por Turquía, Estados Unidos y la Unión Europea.
Pero el alto el fuego mejoró la opinión de la población civil turca hacia los kurdos, lo cual permitió la oportunidad de la creación, en 2014, de un partido político kurdo, el HDP. Su líder, junto con Figen Yüksekdağis, es un abogado de 42 años, Salahattin Demirtas, que participó en las elecciones presidenciales de agosto de 2014.
A pesar de que solo recibió el 9,76 por ciento de los votos, se ganó la simpatía de los kurdos y también de muchos de los más desfavorecidos del país, como mujeres, desempleados, homosexuales, artistas, yazidís, gitanos, sirios, cristianos y judíos, y de aquellos decepcionados por el AKP o el opositor CHP. El HDP ha presentado a 268 mujeres candidatas en las elecciones, mientras que el AKP solo 90.
Así que el claro ganador de estos comicios es Demirtas, a quien el diario británico The Guardian ha denominado el «Obama de Turquía», y a quien muchos en las últimas semanas ven como el «Tsipras de Anatolia», en referencia al ganador, igualmente joven y poco convencional, de las elecciones en Grecia el 25 de enero, Alexis Tsipras.
El veredicto del domingo 7 indica que la campaña del gobernante AKP no convenció a una gran parte de su propio electorado, porque nueve puntos porcentuales perdidos representan un descenso del 18 por ciento en comparación con 2011. El número absoluto de la pérdida se acerca a los tres millones de votos, que han beneficiado al MHP y el HDP.
La campaña del AKP, que movilizó a una multitud de sus seguidores, fondos considerables y tuvo el apoyo de organismos públicos y recursos estatales, como la televisión pública, fue dirigida al mismo tiempo por el primer ministro Ahmet Davutoglu y el presidente Recep Tayyip Erdogan.
Erdogan está considerado el líder más carismático y enérgico de la Turquía moderna desde su fundador, Mustafá Kemal Ataturk. En principio, tanta artillería pesada debería haber asegurado el triunfo rotundo del AKP. En sus numerosos actos políticos, Erdogan exhortó a la población a que le dieran «400 escaños» en el parlamento, una cifra muy optimista.
Pero Erdogan fue elegido presidente en las elecciones de 2014 con el 52 por ciento de los votos, y el exceso de confianza embargó a su partido. Esto probablemente le jugó en contra entre los islamistas moderados, que rechazan las conductas demasiado enérgicas y firmes de sus dirigentes.
La meta de Erdogan en estas elecciones era lograr al menos 367 diputados, lo cual le habría dado vía libre para modificar la Constitución solamente con el voto de los legisladores del AKP. Con 330 escaños, todavía tendría la posibilidad de convocar a un referéndum constitucional. Pero las 258 asientos que ha obtenido no superan el umbral de los 276 necesarios para tener la mayoría con el fin de dirigir el gobierno.
La nueva Constitución que propone Erdogan pretendía la adopción de un régimen presidencial ejecutivo, que le otorgaría el control absoluto de los asuntos del Estado. La actual carta magna, adoptada tras el golpe militar en 1980, limita la presidencia a un papel ceremonial.
Erdogan ha visto frustrada la ambición de su sistema presidencial, pero un análisis cuidadoso de su personalidad lleva a creer que seguirá adelante con sus aspiraciones, aunque se hayan postergado.
El AKP, al haber conseguido la mayor cantidad de votos, deberá formar un gobierno de coalición o en minoría, siempre que al menos uno de los partidos opositores se comprometa a apoyarlo en el parlamento. El único candidato probable es el MHP, una formación ultranacionalista con un fuerte componente islamista, lo que le otorga un denominador común con el AKP.
Pero el MHP ha dicho en repetidas ocasiones que jamás aceptaría un sistema presidencial. Sin embargo, en la política turca «jamás» no siempre quiere decir lo que parece.