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Las primeras elecciones legislativas libres y democráticas de la Segunda República tunecina han deparado no pocas sorpresas. La primera de ellas ha sido la holgada victoria de Nida Tunis (85 de los 217 escaños), una formación secular y centrista, que se ha presentado como la única alternativa posible frente a los islamistas atrayendo el voto anti-Ennahda. La segunda, la derrota del partido islamista (69 escaños frente a los 89 de 2011). La tercera es la fragmentación de la Asamblea: la Unión Patriótica Libre del millonario Slim Riahi (16 escaños), el izquierdista Frente Popular (15 escaños) y Afak Tunis (8 escaños) han obtenido más votos que el Congreso por la República y Ettakatol, los dos aliados gubernamentales de Ennahda, que han sido fuertemente penalizados por su electorado obteniendo tan sólo 5 escaños (frente a los 49 de 2011). La cuarta sorpresa ha sido la elevada participación, que ha superado en más de 10 puntos la registrada en 2011, todo ello a pesar del hartazgo de la población hacia la clase política. Observadores internacionales han refrendado la limpieza del proceso y la falta de incidentes reseñables a lo largo de la jornada electoral.
La gran vencedora ha sido, por lo tanto, Nida Tunis, una formación de nuevo cuño establecida en 2012 como un frente anti-Ennahda. El partido es dirigido de manera personalista por Beji Caid Essebsi, un político de 88 años que, bajo las presidencias de Bourguiba y Ben Ali (las únicos que han dirigido el país tuvo desde su independencia en 1956 hasta la Revolución de los Jazmines en 2011) desempeñó importantes cargos (ministro de Interior, Defensa y Exteriores con el primero y presidente del Parlamento con el segundo). Nida Tunis ha obtenido el respaldo de las clases medias seculares, que le han dado su voto a pesar de contar en sus filas con destacados dirigentes de la época benalista y varios cuadros del ilegalizado Reagrupamiento Constitucional Democrático.
Ennahda, por su parte, ha sido incapaz de rentabilizar el que probablemente fuese su principal activo: la relativa estabilidad que ha vivido el país en el curso de los tres últimos años, sobre todo si lo comparamos con otros países del entorno como Libia o Egipto. Esa era la carta que precisamente destacaba su líder Rashid Ganushi en un artículo en The Washington Post: «Mi país ofrece un marcado contraste con los casos extremos de terrorismo e intervención militar de otros lugares en la región.
Túnez evidencia que el sueño de la democracia que estimuló la Primavera Árabe todavía sigue vivo» y que «el mundo árabe puede lograr la estabilidad y la paz a través de un proceso de reconciliación democrática y de consenso».
No cabe duda que la labor de gobierno ha pasado factura a Ennahda, ya que los tres últimos años no han estado exentos de tensiones. Muchos de sus detractores consideran que tenían una agenda oculta para islamizar el país y que han sido excesivamente tolerantes ante la proliferación de grupos salafistas. Los asesinatos de dos destacados dirigentes del Frente Popular (Chokri Belaïd y Mohamed Brahmi) marcaron un antes y un después obligando a Ennahda a abandonar el poder y aceptar la formación de un gobierno tecnocrático. La presión popular también le llevó a recular y negociar el texto final de la Constitución, que presume de ser la más respetuosa con las libertades de todo el mundo árabe. Los propios dirigentes de Ennahda han reconocido sus dificultades a la hora de pilotar la transición del autoritarismo a la democracia. Como reconociese Ahmed Gaaloul, miembro del Consejo Consultivo de Ennahda, «la mayoría de los gobiernos post-revolucionarios tienen que afrontar mayores dificultades porque las expectativas de la población son más elevadas tras la revolución».
Además de la polarización ideológica, el estancamiento económico también ha tenido un peso notable a la hora de decantar el voto de los tunecinos. Según una reciente encuesta del Pew Research Center, el 88% de los tunecinos considera que la situación económica es mala o muy mala. A ello contribuye el lento crecimiento (un 2,7% del PIB en 2013, la mitad del registrado en la década precedente). La tasa de desempleo ya supera el 15,7% (frente al 14% de 2010), porcentaje que se duplica entre los jóvenes. Un reciente informe del Banco Mundial resalta que Túnez está «encerrado en un ciclo de políticas inadecuadas que impiden que la economía conozca un crecimiento duradero». Además señala que «el crecimiento es débil y no genera empleo» y «constata que el exceso de burocracia y de control estatal sobre el mercado de trabajo provoca que muchos ciudadanos opten por la economía sumergida».
Por esta razón, una de las prioridades del nuevo gobierno será volver a la senda del crecimiento, pero antes deberá establecer una coalición de gobierno lo suficientemente amplia. Sus dirigentes ya han indicado sus preferencias inclinándose por un frente secular y rechazando, con ello, la mano tendida de Ennahda para integrarse en el nuevo gobierno. De hecho, una coalición de las dos fuerzas más votadas sería vista como una traición por una parte significativa de los votantes de Nida Tunis.
Por último no debe pasarse por alto que el próximo 23 de noviembre se celebrará la primera ronda de las elecciones presidenciales, en la que Beji Caid Essebsi parte como favorito, sobre todo si tenemos en cuenta que Ennhada no presentará ningún candidato. De obtener nuevamente el respaldo de las urnas, como todo parece indicar, Nida Tunis podría concentrar en sus manos un inusitado poder legislativo y ejecutivo. Está por ver si empleará dicho respaldo para tratar de aislar a Ennahda y lanzar políticas anti-islamistas, similares a las adoptadas por Sisi en Egipto, lo que provocaría una mayor polarización política.
La asignatura pendiente de Túnez sigue siendo conciliar la conquista de las libertades con el crecimiento económico y la paz social. Ennahda no tuvo excesivo éxito a la hora de lograrlo, ahora le toca el turno a Nida Tunis. En todo caso resulta cuanto menos paradójico que los jóvenes, los verdaderos protagonistas de la revolución tunecina, hayan quedado en un segundo plano y que el gran beneficiado sea un político octogenario de la época benalista.
* Ignacio Álvarez-Ossorio es profesor titular de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante. Colaborador de Opex de la Fundación Alternativas