Baden Würtemberg no es un estado federado alemán más. Es, simplemente, uno de los más ricos. Con 35.000 kilómetros cuadrados y 11millones de habitantes, su PIB es superior al de toda España. Es una de las grandes regiones industriales del mundo. Es sede, entre otras empresas, de gigantes como Mercedes, Porsche, Bosch, o Hugo Boss. En las idílicas orillas de río Neckar hay pequeñas industrias con tecnología punta que exportan a todo el mundo. Tiene tres de las más importantes universidades alemanas, Friburgo, Heidelberg y Tubinga. En la capital, Stuttgart, por la calle se huele el dinero.
Esta región, al extremo suroeste de Alemania, junto al Rin, es, o más bien era,
profundamente conservadora. Ha sido gobernada por la CDU, la democracia cristiana desde su fundación como Estado federado en 1952 por la fusión de otros tres pequeños estados surgidos de la reorganización del país tras la segunda guerra mundial.
Los resultados de las elecciones del domingo 27 de marzo suponen un cambio radical en la política regional con consecuencias nacionales. No sólo pierde el gobierno la democracia cristiana de la canciller Angela Merkel, hasta ahora en coalición con los liberales, sino que un Estado federado será regido por primera vez por un presidente de los verdes, Winfried Kretschmann, en coalición con la socialdemocracia. Los verdes saltan del 11 a un impresionante 24% y superan en un punto al SPD. La CDU de Merkel baja del 44% al 39, pero lo más notable es el hundimiento de los socios de coalición en el Estado y en Berlín, los liberales del «inexistente» ministro de exteriores Guido Westerwelle. El FDP pierde la mitad de los votos y apenas supera el listón del 5%, necesario para entrar en el Parlamento.
Los viejos ecolo-pacifistas surgidos a finales de los años 70 del siglo pasado, pacifistas contra el rearme nuclear en la Europa Central, ecologistas porque temían que el país, fuertemente industrializado, se encaminara a la catástrofe, son hoy un partido de masas, creíble y sobre todo serio, que supera a la histórica socialdemocracia alemana de Helmut Schmidt y Willy Brandt. Los votantes de la región tienen un ejemplo al sur en la maravillosa ciudad de Friburgo, regida por los verdes, que es hoy el modelo de calidad de vida en Alemania
La debacle para la otrora«gran dirigente europea» es perfecta. En el último año, la hija de pastor protestante criada en la República Democrática Alemana, ha conseguido que la conservadora democracia cristiana de Konrad Adenauer pierda su carácter: unos días es ecologista, otros socialdemócrata; algunos, liberal. Tras haber aprobado hace unos meses la moratoria para las viejas centrales nucleares, un pilar de la política energética de los conservadores, súbitamente, sin consultas, sin análisis, sin reflexión, unos días después de la catástrofe en la central de Fukushima, Merkel, doctora en Física, decidió cerrar las siete plantas más antiguas, lo que ha provocado fuertes críticas internas en su partido, entre otras, la del que fuera su mentor político Helmut Kohl. Los votantes deben haber pensado que mejor que la copia falsa, el original, los verdes.
En el caso de Libia, Merkel sufrió otro arrebato, este pacifista. Alemania se abstuvo en la votación de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, 1973, que autoriza el establecimiento de una zona de exclusión aérea en Libia para proteger a los rebeldes de Bengazi y dejó solos en las acciones a los EEUU y a sus socios europeos, sobre todo a Francia y Reino Unido.
François Mitterrand intentó impedir la reunificación alemana porque temía el resurgimiento del gigante en el corazón de Europa. Si hoy pudiera verlo, el presidente francés se quedaría asombrado al ver una Alemania tan alejada de las viejas ambiciones imperiales, dedicada, sobre todo, a hacer productos que vende muy bien en China y que «pasa» bastante de sus socios europeos.
Electoralmente, de poco le vale a Merkel su discurso populista, que, gráficamente consistiría en representarla agarrada al monedero para que los contribuyentes alemanes, que aportan el 30% del presupuesto de la Unión Europea, no socorran a los simpáticos pero algo descarriados y endeudados estados como Grecia, Irlanda y, quizá, Portugal.
Hasta en la sucesión tiene mala suerte la mujer llegada del Este. El que era considerado su delfín, el noble bávaro, poseedor de palacios y bosques, y figura en alza de la política conservadora alemana, Karl Theodor zu Guttenberg, tuvo que dimitir como ministro de Defensa al descubrirse que su tesis doctoral sobre la Constitución, en un país donde el doctorado implica que se tenga que anteponer el título a tu nombre, como si fueras noble, había sido un simple «corta y pega».
Es pronto, quizá, para decirlo pero Merkel está acabada tras este revés en estas elecciones, que se consideraban como un avance de las generales.
Tras la derrota de la socialdemocracia en las regionales de 2005 en Renania del Norte Westfalia, Gerhard Schroeder convocó elecciones anticipadas, que perdió frente a Merkel. Quedan más elecciones regionales este año. Nadie piensa en generales anticipadas, pero, de momento, la coalición CDU-FDP pierde aún mas fuerza en la cámara alta alemana, el Bundesrat, la representación de los Länder.
Lo curioso es que Alemania en lo económico va bien, muy bien, a pesar de ser gobernada por una coalición que se descompone día a día. Pero es en buena medida por su fuerte base industrial, centrada en la exportación, y gracias a las reformas, entonces impopulares en materia laboral, emprendidas en la época de Schroeder.
Un dato optimista en estos tiempos de crisis de las figuras políticas y de la democracia en toda Europa es que en Baden-Würtemberg, los ciudadanos, lejos de dar la espalda a las urnas, han incrementado su participación en las elecciones del 53% hace cuatro años al 66 ahora. Para dar un voto de esperanza a la política (verde) y para sacar la tarjeta (roja) a la señora Merkel.