A comienzos del siglo XIX tiene lugar una revolución en el mundo de la relojería cuando el artesano Breguet recibe el encargo de hacer un reloj de pulsera para la hermana de Napoleón: el modelo reina de Nápoles. Desde entonces hasta el reloj de oro rosa y diamantes de 80.000 dólares que se compró Victoria Beckham ha pasado algún tiempo y dos guerras mundiales, en las que las máquinas de medir el tiempo han jugado un papel fundamental.
Para los aviadores fue una herramienta fundamental. El reloj de bolsillo quedaba muy elegante con su cadena colgando del bolsillo del chaleco de los caballeros, pero era imposible de consultar cuando se pilotaba un avión... Así que muchos pilotos se lo ataban al muslo. El reloj de pulsera vino a solucionar el problema; abrochado a la muñeca izquierda, bastaba una ojeada para verificar la posición o la hora del ataque.
Desde entonces no han hecho más que evolucionar y perfeccionarse relojes de todo tipo: de primera o segunda mano, últimos modelos, vintage, cronógrafos, de piloto o automáticos, relojes joya tanto para hombre como para mujer marcan las últimas tendencias.
Un reloj para cada día y para cada ocasión
Un reloj que se usa para ir al trabajo debe de ser cómodo, fácil de llevar y sin mucha complicación en la esfera. Que se vea bien. Hay relojes para cada momento del día, para cada estado de ánimo y para cada look. Los deportivos, con modelos adaptados a cada deporte que se practique, tienen multitud de utilidades. El primer reloj sumergible se fabricó en 1953; otro modelo 18 años después estaba garantizado hasta los 610 metros de profundidad.
O los relojes que usan los astronautas de la NASA que calculan la velocidad de un vehículo y el ritmo cardíaco de quien lo lleva. Pero sin duda la estrella es el de vestir. ¿Qué habría sido de James Bond sin su colección de relojes, sin su Aston Martin, su esmoquin, y un Martini agitado?
Sin duda los relojes también han presidido momentos fundamentales y esenciales de nuestra historia. En 1950 Robert Schuman, entonces ministro de Asuntos Exteriores de Francia, leyó en la Sala del Reloj del Quaie D'Orsay, sede del ministerio una declaración de su gobierno que marcaba el inicio de la política de integración europea, y daba lugar a la fundación de la primera de las Comunidades Europeas; la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA) precursora de la actual Unión Europea.