La superación del hambre y la pobreza extrema son los retos más importantes. Hoy en día casi 800 millones de personas no tienen suficiente alimento para comer a pesar de que se produce suficiente comida en el mundo para alimentar a todos. Es evidente que necesitamos soluciones urgentes para superar los cuellos de botella estructurales que impiden que los que padecen hambre tengan acceso a los alimentos.
En otras palabras, la inclusión social debe convertirse en la columna vertebral del desarrollo. Sin embargo, no vamos a lograr ni la inclusión social ni el desarrollo, a menos que nuestras decisiones estén guiadas por la sostenibilidad.
Somos la primera generación que puede acabar con el hambre y hacer que la seguridad alimentaria y nutricional sea verdaderamente universal. Y tal vez también somos la última generación en condiciones de evitar daños irreversibles provocados por el cambio climático. El marco político necesario para avanzar en la dirección correcta requiere un grado sin precedentes de compromiso político.
A finales de septiembre se dará un importante paso en este sentido, cuando la comunidad internacional respalde los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, con una agenda ambiciosa para cambiar el mundo para mejor en los próximos 15 años.
Este nuevo pacto global para el futuro incluye crucialmente acabar con la pobreza y el hambre para el año 2030, la mitigación y adaptación al cambio climático y la búsqueda de formas más sostenibles de hacer que la oferta satisfaga a la demanda. Las decisiones que tomamos como consumidores se han vuelto tan importantes para el futuro como los que tomamos como productores.
Además de los cerca de 800 millones de personas que sufren desnutrición crónica, la malnutrición es también un problema importante con unos dos mil millones de personas que sufren de deficiencias de micronutrientes y 500 millones de personas que sufren de obesidad, esta última una enfermedad que va en aumento en muchos países de ingresos medios y altos.
El mundo que se prevé a través de la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible no es una quimera inalcanzable. No es una utopía; podemos hacerlo realidad.
La solución está en el problema. A medida que la riqueza sigue ganando distancia a la justicia, la supervivencia depende más y más del imperativo de la cooperación.
O construimos un futuro para todos, o no habrá futuro aceptable para nadie. Cualquier duda al respecto palidece ante el éxodo que estamos presenciando, donde los refugiados arriesgan sus vidas en un intento desesperado por encontrar una vida mejor en otro lugar.
Más del 70 por ciento de la inseguridad alimentaria en el mundo se concentra en las zonas rurales de los países pobres y en desarrollo. Una de las soluciones es reconocer y apoyar el papel que la agricultura familiar a pequeña escala puede desempeñar para lograr hambre cero de una manera sostenible.
Para lograr esto, necesitamos políticas públicas que desarrollen las capacidades de las personas, apoyar la producción, facilitar el acceso al crédito financiero, la tecnología y otros servicios y promover la cooperación internacional.
Para erradicar el hambre y la pobreza debemos empezar por ir más allá de hacer frente a situaciones de emergencia cuando se producen y en su lugar dirigir nuestros esfuerzos a hacer frente a las condiciones que las causan.
El coste del fracaso está claro. Si prevalece un enfoque de negocio como el que ha habido hasta ahora, en 2030 todavía tendremos 650 millones de personas que padecerán hambre.
Hemos estimado que para acabar con el hambre para el año 2030 se requieren una combinación de inversiones en protección social y agricultura y desarrollo rural de unos 267.000 millones de dólares. Esto significa alrededor de 160 dólares al año para cada persona que sufre hambre.
Esto es más o menos el precio de un teléfono móvil. Se trata de una cantidad relativamente pequeña a pagar con el fin de liberar al mundo del flagelo del hambre y de hacerlo durante nuestras vidas.