El 14 de junio, en la segunda vuelta de los comicios, el pastún Ashraf Ghani Ahmadzai obtuvo el 56,44 por ciento de los votos, mientras que su contendiente, el tayiko Abdulá Abdulá, solo alcanzó el 43,56 por ciento, pese a que había sido el candidato más votado en la primera vuelta, el 5 de abril.
Sorprendente fue también el índice de participación. Ocho de los 12 millones de electores habilitados votaron en esa segunda vuelta, una cifra considerada improbable, dado que la mayoría de los colegios electorales estaban vacíos el día de los comicios.
Con estos antecedentes, el aspirante tayiko a la Presidencia se negó a dar por válido el escrutinio que concedía la victoria a Ghani. La alternativa a una guerra civil pasó por un recuento de los votos.
Las urnas se abren una por una, en mesas separadas donde se sientan los interventores de ambos candidatos, miembros de la CEI, observadores locales y de la Unión Europea (UE) y asesores de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Todos sudan, sobre todo los representantes de Abdulá.
«Llevo dos semanas participando en esta farsa», explota Munir Latifi, uno de los interventores del candidato tayiko. «La ONU y la Comisión Electoral Independiente están trabajando concienzudamente para que gane Ghani pero a nosotros no nos apoya nadie», nos explica, justo antes de reincorporarse a su puesto.
En todas las mesas se discute sobre si la grafía de la «V» o la «X» marcadas en el casillero de cada candidato es idéntica en varias papeletas de una urna o sí, por el contrario, realmente hay una persona por voto.
El protocolo obliga a que las urnas sospechosas de fraude sean puestas «en cuarentena» para una revisión posterior, algo que cada grupo registra a mano en un cuaderno.
A pesar de la aparente precariedad, Shazad Ayubee, interventor de Ghani, se muestra satisfecho «al cien por cien» con el proceso.
«Todo sería mucho más fluido si los (representantes) de Abdulá no se empeñaran en retrasar la publicación del resultado apoyándose en cualquier nimiedad», se queja este pastún de Paktiya, en el sureste de Afganistán.
En un inglés más que correcto, Ayubee resta importancia a que la grafía resulte indeseablemente recurrente. «En las aldeas más remotas de Afganistán casi nadie sabe leer por lo que un solo miembro de la familia marca las papeletas por todos», asegura el pastún.
Las urnas más sospechosas son las que no tienen precinto, o las que contienen más papeletas del máximo de 600 que debe haber en cada una, o incluso objetos como pakules (gorros de fieltro tradicional) o paquetes de tabaco.
Otro de los indicios de fraude más elocuentes es que las urnas procedentes de zonas bajo control talibán lleguen repletas, o casi, a Kabul. Ayubee asegura conocer la razón.
«Los talibanes afganos, que no los pakistaníes o los uzbekos, han hecho campaña por Ghani porque es pastún como ellos. Todos saben que defenderá sus derechos mucho mejor que un tayiko», explica el interventor.
La mayoría de los talibanes y de toda la población afgana es pastún, mientras los tayikos son el segundo grupo étnico, en un país donde la etnia tiene un valor determinante.
Abdulá incluyó en su equipo a Mohammad Mohaqiq, líder del partido que aglutina el voto de la etnia hazara, mientras que para conseguir el voto uzbeko, Ghani se acompañó de Abdul Rashid Dostum, un señor de la guerra acusado de crímenes contra la humanidad.
A media mañana, Noor Mohammad Noor, portavoz de la Comisión Electoral Independiente, comparece en la sala de prensa, a pocos metros de los barracones. Describe la auditoría en curso como una «labor conjunta de 220 trabajadores de la CEI, 305 interventores de Abdulá, 306 de Ghani y 1.014 observadores internacionales».
A la pregunta que le formulamos sobre si los auditores, locales y foráneos, cuentan con estudios de grafología, Mohammad no vacila. «Le recuerdo que hablamos de un proceso construido sobre los protocolos y bajo las directrices de la ONU, la cual despliega 50 asesores entre las mesas a diario. Y le recuerdo también que la decisión final la tiene la ONU».
Decisión final
Thijs Berman, jefe de los observadores de la UE, nos explica que todavía es «demasiado pronto» para hacer balance del proceso, pero que la situación no le ha pillado por sorpresa. «Lo que vemos es lo que esperábamos: una batalla continua entre ambas partes en la que cada papeleta es disputada, lo que hace que todo resulte agotador», indica el alto funcionario desde Bruselas por teléfono.
Berman admite que no es usual el papel de la ONU como asesora de los comicios a la vez que auditora del recuento. «En España o en Holanda habría intervenido un organismo totalmente externo, pero en el caso de Afganistán hablamos de instituciones muy jóvenes que no cuentan con la misma confianza que las europeas», afirma.
«Entiendo que el papel de la ONU pueda ser criticable pero, ¿cuál es la alternativa?», acota antes de reiterar que la delegación de la UE está desplegada para hacer su trabajo, «incluso en el caso de que la ONU no haga el suyo».
Fue esa misma comisión de la UE la que destapó el fraude masivo en las elecciones presidenciales afganas de 2009, en que el presidente saliente, Hamid Karzai, venció a Abdulá.
Tras numerosas llamadas y correos electrónicos al departamento de prensa de la delegación de la ONU en Afganistán, el alto organismo accedió únicamente a responder en forma electrónica a nuestro cuestionario.
Jeff Fischer, experto de la ONU en procesos electorales y asesor jefe de la CEI, califica esta auditoría como un «proceso sin precedentes en la historia de la ONU por sus dimensiones». También subraya en su respuesta escrita que todos los agentes implicados en el proceso fueron convenientemente formados en fraude electoral.
Sobre los rumores que apuntan a que la ONU podría estar favoreciendo al candidato pastún, Fischer es tajante: «Es la Comisión Electoral Independiente, y no nosotros, la que tiene la última palabra en lo que concierne a la anulación de votos».
Se espera que los resultados finales se den a conocer a fines de este mes. Pero para algunos el recuento se está demorando demasiado.
Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), apremiaba en julio a que Afganistán elija a un presidente en las próximas semanas.
De lo contrario, afirmó desde la sede del organismo en Bruselas, la OTAN «no podrá firmar a tiempo el tratado que le permitirá prolongar su presencia en el país más allá de 2014». El acuerdo de seguridad, adujo, debe estar rubricado «antes de septiembre».