Durante todo el primer semestre de este año, desde que en enero llegó al poder Syriza – el partido político griego anti-austeridad y de extrema izquierda – la saga griega prácticamente monopolizó la atención de los formuladores de políticas de Europa. Incluso mientras la economía de su país se desmoronaba, el nuevo gobierno griego se mantuvo firme en su exigencia de obtener alivio para su deuda sin someterse a planes de austeridad – esto ocurrió hasta mediados de julio, cuando de repente el gobierno estuvo de acuerdo con las condiciones estipuladas por los acreedores.
En efecto, a partir del 13 de julio, el gobierno griego, acérrimo defensor de la anti-austeridad, se vio obligado a imponer una austeridad aún más dura y a llevar a cabo reformas estructurales dolorosas, bajo la estrecha supervisión de sus acreedores.
¿Por qué el gobierno griego se compromete a cumplir las condiciones que no solo rebaten sus propias promesas, sino que también se parecen mucho a las que los votantes rechazaron abrumadoramente en un referéndum popular apenas una semana antes?
Muchos creen que el primer ministro griego Alexis Tsipras respondió ante un ultimátum de sus socios europeos: O acepta nuestras demandas o deja el euro. La pregunta es por qué la salida de Grecia de la eurozona (la llamada «Grexit») equivaldría a una amenaza tan potente.
De hecho, desde una perspectiva económica, la Grexit ya no representa la potencial catástrofe que alguna vez se creyó ocurriría. A fin de cuentas, el principal coste a corto plazo – una turbulencia en el sistema financiero – ya se materializó en Grecia: se cerraron los bancos y el mercado de valores, y se impusieron controles al capital. Si bien dichas acciones fueron necesarias para frenar una fuga de capitales a gran escala y evitar el colapso del sistema bancario, también fueron la causa de que la economía griega se contrajera fuertemente.
Dentro de este contexto, los negociadores griegos podrían haber considerado otra propuesta que hizo circular de manera informal el ministerio de finanzas de Alemania; en dicha propuesta se recomendaba que Grecia recibiera el perdón de su deuda de manera inmediata, a cambio de que dejara el euro temporalmente. Si Grecia permanecía en el sistema del euro, no se concedería ningún alivio – una condición consistente con la posición alemana de que para los países de la eurozona sería ilegal llevar a cabo una reestructuración de su deuda. Si bien el argumento legal es probablemente espurio, una categórica reducción de la deuda para un país de la eurozona continúa siendo políticamente imposible.
La propuesta alemana, liderada por el ministro de Finanzas Wolfgang Schäuble destaca el cambio fundamental que se produjo en las relaciones de Grecia con sus socios europeos desde que se le otorgó su último paquete de rescate hace tres años. En 2012, se ofreció a Grecia cientos de miles de millones de euros en ayuda financiera, y se empujó a que sus acreedores, incluyéndose entre ellos a bancos comerciales griegos, aceptaran sustanciales recortes «voluntarios».
De manera reveladora, cuando en el año 2011 George Papandreou, primer ministro de Grecia en aquel momento, propuso un referéndum sobre el existente programa de ajuste y la continuidad de la membresía de su país en la eurozona, recibió advertencias muy claras del entonces presidente de Francia Nicolás Sarkozy y de la canciller alemana Ángela Merkel. A pesar de que Papandreou hubiese promovido la campaña a favor del programa de ajuste y del euro, un referéndum era un riesgo que sus socios europeos no estaban dispuestos a arrostrar.
El gobierno de Tsipras, por el contrario, pudo celebrar su referéndum, e incluso pudo hacer campaña contra el programa de ajuste propuesto por los acreedores (cabe señalar que el mismo ya no se encontraba sobre el tapete de la discusión). Aún el rotundo «no» emitido por los votantes griegos no pudo fortalecer la posición negociadora del gobierno, por una sencilla razón: una Grexit ya no se considera como una amenaza para la estabilidad del euro. Por eso los funcionarios alemanes – en especial Schäuble – han estado alentando a Grecia para que deje la eurozona.
Solamente se puede especular acerca de cuál es la motivación de Schäuble para alentar una Grexit. Parece que él cree que a pesar de que una eurozona más integrada es ciertamente algo muy deseable, no es factible cuando se tiene como miembro a un país en el que no se puede confiar en cuanto a su cumplimiento con los términos acordados por su gobierno.
Independientemente de las razones que tuviese Schäuble, su propuesta podría haber representado una salida para Grecia, cuya economía ha sido exprimida por la austeridad hasta quedar seca y cuyo sistema bancario ya se encuentra cerrado. La inmediata reducción de la deuda y la recuperación de la soberanía económica – aunque sea a costa de dejar el euro, al menos temporalmente – aparentemente ofrecería importantes beneficios a largo plazo. En cierto sentido, equivale a una oportunidad de oro, ya que Alemania se ofrece a pagar por algo que muchos creen que de todos modos Grecia debería estar haciendo.
No obstante, el gobierno griego rechazó esa salida, y en lugar de ello aceptó las difíciles condiciones planteadas por los acreedores. Esto sugiere que durante las negociaciones los líderes de Grecia tuvieron motivaciones que van más allá de las puramente económicas. Tal vez, al contrario de la creencia popular, el apego político de los países a Europa a través del euro sigue siendo muy fuerte, incluso cuando, como ocurre en el caso de Grecia, la población ha sufrido penurias sin precedentes desde que se entró en la unión monetaria.
El fundamento lógico en el que se basa la unión monetaria, como muchos han señalado, siempre fue más político que económico. Precisamente por esa razón, puede que sea demasiado pronto para descartar la moneda única.