Día 1 de mayo. 11 de la mañana. Barrio de Hohenschönhausen, al noreste de Berlín. Un grupo de antifascistas a favor de que Alemania acoja a refugiados e inmigrantes se concentran a la salida de la estación del tren urbano. Arropados por pancartas, banderas y consignas varias avanzan, muy unidos, por una gran avenida. Un impresionante dispositivo policial, de más de 200 agentes, fuertemente armados y organizados, caminan a su vera. Otros uniformados, algunos con perros, están apostados en diferentes puntos de este barrio a las afueras de la capital.
Hohenschönhausen es lugar habitual de concentración del Partido Nacional Democrático (NPD), agrupación de extrema derecha germana cercana al neonazismo. Allí se reunieron, el 1 de mayo, menos de una treintena de personas. Eran las 12 de la mañana y, en la acera opuesta, más de 200 personas habían acudido para contrarrestar sus palabras. Unos enfrente de otros. Unos más que otros. Pero los micrófonos de ambos sonaban al mismo volumen. «Alemania para todos», «Bienvenidos refugiados», se escuchaba de un lado. Al otro, como si de un partido de ping pong se tratara, devolvían la pelota: «Hoy somos solidarios, mañana extranjeros en nuestra propia tierra».
A pesar de lo simbólico de ambas manifestaciones, de la parafernalia mostrada y del despliegue policial, las concentraciones paralelas y enfrentadas acabaron sin incidentes. Sirven, eso sí, para testar la situación política del país, donde los partidos racistas y xenófobos tienen cada vez más presencia en las calles. No se esconden, aunque su posición sea minoritaria y fuertemente contestada.
A casi 300 kilómetros de Berlín, en Weimar, sí hubo incidentes. Un grupo de militantes de Jóvenes Nacionalistas, la organización juvenil del NPD, atacó al diputado del partido socialdemócrata SPD Carsten Schneider durante un acto con motivo del Día del Trabajador. «40 jóvenes nacionalistas acaban de interrumpirme en un mitin de la DGB [Confederación de Sindicatos Alemanes] durante mi discurso; me atacaron e hirieron a un colega mayor», ha escrito Schneider en su perfil de Twitter. Hubo 29 personas detenidas y cuatro heridas.
Este suceso, aunque pueda parecer aislado, no lo es. Markus Nierth, alcalde de la pequeña localidad de Tröglitz, tuvo que dejar recientemente su puesto ante las amenazas y protestas frente a su casa de miembros del NPD. ¿El motivo? La llegada de 40 personas refugiadas a un pueblo de menos de 3.000 personas. La renuncia del regidor no cerró el caso. El pasado 5 de abril, el techo de la vivienda que debía acoger a las y los refugiados fue destruido por un incendio intencionado. «Estamos confrontados a un problema nacional. En todas partes puede ocurrir lo que pasó en Tröglitz», ha afirmado el jefe del Gobierno del Land de Sajonia Anhalt, el democratacristiano Reiner Haselof.
Aunque el acoso sufrido por Markus Nierth ha sido uno de los que mayor eco ha alcanzado en el país, varios políticos de pequeños municipios o de distritos de grandes ciudades también han reportado amenazadas.
Aumento de refugiados
Las personas refugiadas, llegadas a Alemania desde diferentes países en conflicto, también están en el punto de mira de los grupos xenófobos. El pasado año se registraron 150 ataques. Un cifra que ha aumentado constantemente: en 2012 fueron 24 los casos, frente a los 58 de 2013, según los datos del periódico Der Tagesspiegel.
También ha aumentado exponencialmente el número de solicitantes de asilo, gran parte de ellos llegado desde Siria. Las cifras de la Oficina Federal de Migración y Refugiados así lo confirman. Si en 2008 hubo 28.000 solicitudes, el año pasado se superaron las 200.000. Y las autoridades prevén que se llegue a las 300.000 este año.
La situación es tensa en Alemania. Un estudio de la Universidad de Leipzig indica que más de un 40 por ciento de los habitantes del estado federado de Sajonia-Anhalt se declara enemiga de la población extranjera. En Baviera, uno de los Land más ricos de la República Federal, lo reconoce una de cada tres personas. Y en todo el Occidente del país, el porcentaje es del 20 por ciento.