El espíritu de Jaurès subyace estos días en la plaza de la República de París, como antes en la Puerta del Sol y en todos los puntos del planeta en los que la cólera social se ha expresado rebelándose contra los adeptos del cinismo financiero y los paraísos fiscales.
Patrick Le Hyaric, director de la publicación, ha lanzado el grito de alarma sobre las finanzas del histórico diario: «L'Humanité pende de un hilo». A finales del año 2015, L'Humanité seguía vendiendo 37.000 ejemplares impresos, pero para lograrlo perdía 50 céntimos por ejemplar vendido. Las ayudas que recibe son menores que otros periódicos y no acepta cualquier tipo de publicidad.
L’Huma, como se dice familiarmente, fue primero un diario socialista, luego comunista. En 1994, abandonó su subtítulo de “órgano central del Partido Comunista Francés”. De algún modo, dejó atrás la guerra fría y sus capítulos oscuros. Se constituyó una nueva sociedad editora y las páginas de L’Humanité hicieron un esfuerzo para regresar a los orígenes. Ahora pertenece a accionistas individuales y a la Sociedad de Amigos de L'Humanité. En la evolución del diario, quedó claro a finales del siglo XX que sus lectores, militantes o no, querían ver reflejadas en sus secciones una visión más abierta de la izquierda francesa y planetaria.
Esa perspectiva abierta, referida por Jaurès en los inicios a «la causa socialista y proletaria», estaba ya en las líneas que escribió el propio fundador de L’Humanité en su primer editorial de aquel 18 de abril de 1904: «No hay necesidad de mentiras, ni medias mentiras, ni de informaciones tendenciosas, ni de noticias forzadas o truncadas, ni de procedimientos retorcidos o calumniosos. No se necesita reducir o rebajar injustamente a los adversarios. Tampoco hay necesidad de mutilar los hechos».
En una época en la que nos aplasta la convergencia del poder financiero y la creencia pasiva en los mandamientos de las religiones mayoritarias (Facebook, Amazon, etcétera), esos principios periodísticos siguen vigentes y los periodistas de L’Humanité los representan. Aquellas líneas de 1904 resultan hoy actuales y modernas. Y ayer, esos periodistas y trabajadores del diario estaban en la plaza de la República: «L’Humanité debout».Me habría gustado acompañarlos. Lo hago desde Madrid, donde leo su llamamiento a mantener un espacio diferente ante la creciente «prohibición de voces distintas, emancipadoras, cuando la inteligencia y la efervescencia de las ideas son descartadas».
En una entrevista radiofónica, el jefe de la redacción, Patrick Apel-Muller, ha explicado una paradoja (que se da en otros países también): «Los periódicos propiedad de las mayores fortunas son también los que reciben más ayuda del Estado». Al preguntarle si habrá una entrada de nuevos accionistas para evitar el cierre, Apel-Muller dijo que en el diario no tienen problemas en aceptarlos «siempre que no exijan contrapartidas en la línea editorial».
A la hora de las vigilias reivindicativas -en la Puerta del Sol, ante Wall Street o en la Plaza de la República- la supervivencia de un diario como L’Humanité es fundamental «para que los medios que están en manos de las potencias del dinero no se conviertan mañana en la única fuente de información de la mayoría, mientras aumentan diariamente la precariedad y la miseria. Basta de cadáveres alineados en el campo de honor del pluralismo; mientras (algunos) vierten lágrimas de cocodrilo sobre los soldados de la información víctimas de los fondos de pensiones y de la financiarización», dice el citado manifiesta por L’Humanité.
Quiero recordar aquí que en la fecha de hoy, 18 de abril, se publicó por vez primera un periódico militante que merece seguir siendo el reflejo de las luchas sociales de nuestro tiempo. La defensa firme de la libertad de expresión y el pluralismo pasa hoy –desde luego- por la supervivencia, la vigencia, del diario que fundó Jean Jaurès.