Reviso de nuevo unas pocas referencias a la prensa y los medios moscovitas. La nueva guerra fría empieza a producir sus brotes literarios propios, con aparente imaginación. Y no puedo evitar aquí recordar la conclusión de mi entrada previa en Periodistas-es: «No será fácil creer lo que se vaya publicando sobre el asesinato de Boris Emtsov. Las intoxicaciones pueden llegar a ser múltiples; hasta opuestas entre sí e increíblemente creativas»... Pues bien, ya ha empezado esa multiplicación de «verdades» y de teorías de la conspiración, que casi nunca explican nada y contribuyen a despistarnos del todo.
Un puente ensangrentado, con la imagen y el fulgor del Kremlin detrás. Occidente no esperaba otra mejor para volver a denigrar a Vladimir Vladimirovich Putin. La agencia Reuters, más o menos en esos términos, cita al presentador de televisión putinista Dmitri Kiselyov (o Kiselev), el mismo que habitualmente dispara términos y frases afiladas contra homosexuales y occidentales, a quien atribuye lo siguiente: «Y están diciendo que así es como el 'régimen sangriento' mata a sus competidores. El mundo está ofendido e indignado. Y en este momento, tendremos más sanciones, pérdida del crédito. Vendrá una mayor demonización de Rusia y de su líder».
En su programa dominical, en el que se recordó que Putin goza de un 86 por ciento de popularidad (según encuestas reiteradas), Kiselev afirmó no querer enzarzarse en polémicas («no está bien hacerlo cuando por medio hay una circunstancia triste»). Pero reivindicó como verdaderamente rusa, entrañable, la figura del asesinado Nemtsov: «Lo veíamos como un tipo apuesto, carismático, abierto, un hombre con energía. Dotado del arte de la oratoria y con una lengua afilada... Desde luego, echaremos de menos a Boris como una especia que -en pequeñas dosis- produce un buen sabor». En pequeñas dosis, desde luego.
No obstante, hay que recordar, sin embargo, que en Rusia sigue habiendo un cierto pluralismo. Tampoco es cierta la literatura occidental que presenta los medios rusos como totalmente uniformes. Internet funciona y algunos periódicos siguen siendo críticos con el presidente. Entre los diarios, por ejemplo, Novaya Gazeta, donde Gorbachov es uno de los accionistas. Se trata del diario que publicó hace poco un documento que supuestamente probaría los planes de Putin para intervenir en Ucrania y anexionar Crimea, incluso antes de la caída del anterior presidente ucraniano Viktor Yanukovich (prorruso).
Pero la mayoría de la población rusa sigue informándose por la televisión, como casi la mayoría de la población mundial. Y los principales canales están en manos de potentados cercanos al poder, donde los discursos contrarios no tienen el espacio debido.
Es ahí donde florece la literatura de esta nueva guerra fría: una historia de celos está (o estaría) en el origen del asesinato de Nemtsov; todo tiene (tendría) que ver con su postura hacia el asunto del Charlie Hebdo; algo tienen que ver (quizá) sus enemigos en Ucrania, que Boris Nemtsov visitaba con frecuencia. O puede que se trate de un asunto relacionado con homosexuales. Reuters cita un tuit de los rebeldes prorrusos que califica a los manifestantes del domingo en Moscú, los que salieron a protestar por el asesinato de Nemtsov, como «una marcha de liberales gay que apoyan a Ucrania». Aquí, verdaderamente, las teorías conspiratorias alcanzan un gran nivel.
The Guardian también se refiere y analiza esas variantes de una verdad inasible, perdida entre un goteo de diversas ocurrencias difíciles de verificar: «Vladimir Putin ha perfeccionado esa estrategia política. Pocas horas después de que el líder de la oposición Boris Nemtsov fuera asesinado el viernes, los medios empezaron a suministrar explicaciones múltiples de lo sucedido. Fue porque Nemtsov quería obligar a su amiga a abortar. Y eso tenía una conexión con el nacionalismo ucraniano. Tiene que ver con sus negocios o con sus posturas relativas a Charlie Hebdo». Etcétera.
Para el editorialista de The Guardian, «la idea de que hay muchas interpretaciones de la verdad se ha convertido en filosofía fundamental del estado de desinformación de la Rusia de Putin». Según ese principio, «la táctica consiste en crear tantos relatos como sea posible» para despistar certidumbres. Una táctica de manual de viejos (¿?) servicios secretos para desplegar nubarrones sobre lo que es (o lo que pudiera ser) cierto. O que puede llegar a surgir (hipotéticamente) como verdadero.
Para no pocos predicadores de ese falso «nuevo periodismo» (ojo, no solo en Moscú, sino también en Frankfurt, Varsovia, Caracas o Madrid) «la objetividad no existe, sino únicamente las aproximaciones a la verdad; y con y desde tantas voces como sea posible» (Margarita Simonián (Simonyan), citada por The Guardian y que también citaba en mi entrada anterior).
Uf, nunca el esfuerzo por ejercer el oficio de periodista -según estos personajes- es otra cosa que propaganda subjetiva. Lo malo es que mucho lector bienintencionado, muchos televidentes o radioyentes, terminan confundidos. Terminan creyendo cualquier cosa. Relativizando la verdad estricta. Y esa desviación se aprende en escuelas del periodismo mundial que se llaman Fox News, Telemadrid, The Sun o Bild Zeitung. Como por casualidad, los «periodistas» que lo defienden, se alinean siempre con los más poderosos y con los que tienen una cierta tendencia a ser autoritarios.
El diario británico se refiere también a Vladislav Surkov, consejero de Putin sobre los medios, para quien «toda noticia es comentario, toda verdad una forma de opinión. Está el punto de vista de la BBC, la mirada de Fox News, el punto de vista de RT (televisión rusa internacional). Todas son expresiones de intereses concretos, no tanto intentos de llegar a la verdad como perspectivas individuales y relatos precisos, localizados».
Para alejarse de esa estrategia y de ese «relativismo que conduce inevitablemente al nihilismo», The Guardian propone que los medios se concentren siempre en los hechos. Y los hechos son secos: «el viernes por la mañana Nemtsov estaba vivo, pero al acabar el día estaba muerto». No parece mucho, pero no es poco.
Una verdad periodística de Perogrullo. Una verdad sencilla. En Moscú, pero también en Frankfurt, Caracas, Londres o Madrid. No olvidarlo es decisivo para volver (o esforzarse en regresar) a los principios del periodismo, que tiene la obligación de tratar de responder a las dudas y la necesidad de información de los ciudadanos. Debe seguir prácticas más cercanas a las reglas de la democracia. Y alejarse lo más posible de esos brujos de la propaganda y el periodismo relativista. Esos se disfrazan con todas las caretas de los intereses de sus amos o con la creatividad de las propuestas informativas más desquiciadas. Aquí y allá, en un porcentaje u otro.
Porque puede que en Moscú las verdades se multipliquen sobre el caso Nemtsov, pero atentos también a la creatividad falsamente verdadera que surge todos los días entre nosotros.