Segunda de una serie de tres artículos de opinión escritos por Robert F. Kennedy, hijo de Robert F. (Bobby) Kennedy y sobrino del presidente John F. Kennedy (1961-1963), sobre las relaciones entre Estados Unidos y Cuba durante el lapso de 54 años del embargo estadounidense contra la isla. La primera, «Tenemos tanto que aprender de Cuba», se publicó el 30 de diciembre, y la tercera, «La distensión oculta: Cuba y EE.UU. en el gobierno de Kennedy», se publicará el 8 de enero.
Robert F. Kennedy Jr*
White Plains, Estados Unidos, IPS - El día del asesinato del presidente John F. Kennedy (JFK), el 22 de noviembre de 1963, uno de sus emisarios mantuvo una reunión secreta con el líder cubano Fidel Castro en la playa de Varadero, en Cuba, para discutir las condiciones que pondrían fin al embargo de Estados Unidos contra la isla y comenzarían el proceso de distensión entre ambos países.
Eso fue hace más de 50 años y ahora, por fin, el presidente estadounidense Barack Obama ha retomado el proceso de convertir el sueño de JFK en realidad mediante el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba.
Esas conversaciones clandestinas en la residencia veraniega de Castro en Varadero se desarrollaban hacía meses, habiendo evolucionado a la par de la mejora de las relaciones con la Unión Soviética tras la crisis de los misiles en Cuba de 1962.
Durante esa crisis, JFK y el líder soviético Nikita Jruschov, los dos enfrentados a sus propios militares de línea dura, desarrollaron un respeto mutuo, incluso cordialidad, el uno por el otro. Un pacto secreto entre ellos allanó el camino para el retiro de los misiles soviéticos de Cuba y los misiles Júpiter estadounidenses de Turquía, salvando así el honor de ambos bandos.
Castro, por su parte, estaba furioso porque los rusos ordenaron la retirada de los misiles sin consultarle. Tras la crisis, Jruschov invitó al resentido Fidel a Rusia para suavizar la ira del líder cubano.
Castro y Jruschov pasaron seis semanas juntos, mientras el líder ruso acosaba a Fidel para que buscara la distensión y la paz con el presidente Kennedy.
«Mi padre y Fidel desarrollaron una relación de maestro y discípulo», escribiría más adelante Sergei, el hijo de Jruschov.
Este último quería convencer a Castro de que JFK era digno de confianza.
El propio Fidel recordó que «durante horas» Jruschov «me leyó muchos mensajes... del presidente Kennedy,... a veces entregados por Robert Kennedy». Castro regresó a Cuba decidido a buscar el camino del acercamiento.
La Agencia Central de Inteligencia (CIA) espiaba a todos. En un comunicado secreto enviado el 5 de enero de 1963 a sus compañeros, el agente Richard Helms, que se convertiría en director de la agencia en 1966, advertía que «a petición de Jruschov, Castro regresaba a Cuba con la intención de adoptar una política conciliadora hacia el gobierno de Kennedy, por el momento».
JFK estaba abierto a esos avances. En el otoño de 1962 él y su hermano Robert enviaron a James Donovan, un abogado de Nueva York, y a John Nolan, un amigo y consejero de mi padre Robert Kennedy, a negociar la liberación de 1.500 presos cubanos que Castro había capturado tras la invasión de Bahía de Cochinos, en abril de 1961.
Donovan y Nolan desarrollaron una amistad cordial con Castro, con quien viajaron juntos por el país. Fidel les hizo un recorrido por el campo de batalla de Bahía de Cochinos y los llevó a ver tantos partidos de béisbol que Nolan juró que nunca más volvería a ver ese deporte, según me contó.
Tras liberar a los últimos 1.200 prisioneros el día de Navidad de 1962, Castro le preguntó a Donovan la manera de proceder para normalizar las relaciones con Estados Unidos. «A la manera en que los puercoespines hacen el amor, con mucho cuidado», fue la respuesta.
Mi padre y JFK tenían una intensa curiosidad acerca de Castro y les exigían a Donovan y Nolan descripciones detalladas, muy personales, del líder cubano.
La prensa estadounidense había caricaturizado a Fidel como borracho, sucio, irascible, violento e indisciplinado.
«Nuestra impresión no cuadraría con la imagen comúnmente aceptada. Castro nunca fue irritable, nunca fue borracho, nunca fue sucio», les dijo Nolan. Él y Donovan describieron al líder cubano como mundano, ingenioso, curioso, bien informado, de impecable apariencia y conversación atractiva.
En sus viajes con Castro y tras haber sido testigos de las ovaciones espontáneas cuando entraba en los estadios de béisbol con su pequeño pero profesional equipo de seguridad, ambos confirmaron los informes internos de la CIA que indicaban la inmensa popularidad que tenía el líder entre el pueblo cubano.
JFK sintió una simpatía intuitiva hacia la revolución cubana. Su asistente especial y biógrafo Arthur Schlesinger escribió que «Kennedy tenía una simpatía natural por los desvalidos de América Latina y entendía el origen del resentimiento generalizado contra Estados Unidos».
«La larga historia de abuso y explotación había vuelto a Fidel contra Estados Unidos y hacia los soviéticos en un momento en que podría haber girado hacia Occidente. La objeción de JFK fue por el papel de Cuba como títere soviético y plataforma para... fomentar la revolución y la expansión soviética en toda América Latina», según Schlesinger.
Castro tenía sus propias razones nacionalistas para rechazar la dependencia soviética, particularmente después de la crisis de los misiles. Dejó claro su deseo de un acercamiento en las conversaciones privadas con la periodista de la cadena televisiva ABC, Lisa Howard, quien actuó como otra emisaria informal entre JFK y Fidel.
Howard informó a la Casa Blanca que Castro «estaba dispuesto a discutir el personal y los equipos soviéticos en suelo cubano, la indemnización por las tierras y las inversiones norteamericanas expropiadas, la cuestión de Cuba como base para la subversión comunista en todo el hemisferio».
Cuando los presos cubanos fueron liberados, JFK consideró seriamente la reanudación de las relaciones con Castro. Ese impulso le llevó a navegar por aguas peligrosas. La sola mención de una distensión con Fidel era dinamita política ante la proximidad de las elecciones presidenciales de 1964 en Estados Unidos.
Tanto Barry Goldwater, candidato presidencial del Partido Republicano, como Richard Nixon, el vicepresidente durante el gobierno de Dwight D. Eisenhower (1953-1961) y rival de JFK a la presidencia en 1960, y Nelson Rockefeller, el contrincante de Goldwater en la nominación republicana a la presidencia, consideraban a Cuba como el mayor capital político de su partido.
Algunos exiliados cubanos, homicidas y violentos, y sus contactos con la CIA creían que la idea de la coexistencia con Cuba era una traición infernal.
En septiembre de 1963, JFK solicitó a William Attwood, un experiodista y diplomático estadounidense ante la Organización de las Naciones Unidas, que entablara negociaciones secretas con Castro.
Attwood conocía a Castro desde 1959 cuando cubrió la Revolución Cubana para la revista Look, antes de que el líder se volviera contra Estados Unidos.
Ese mes, mi padre le pidió a Attwood que encontrara un lugar seguro para mantener conversaciones secretas con Fidel.
En octubre, Castro comenzó a organizar el vuelo clandestino de Attwood a una remota pista de aterrizaje en Cuba para iniciar las negociaciones sobre la distensión.
El 18 de noviembre de 1963, cuatro días antes del asesinato de JFK en Dallas, Castro escuchó la conversación telefónica de su ayudante, René Vallejo, con Attwood y acordó el orden del día para la reunión.
Ese mismo día, JFK preparó el camino para el acercamiento con un mensaje público claro.
En declaraciones a la Sociedad Interamericana de Prensa, en el corazón de la comunidad de exiliados cubanos en Miami, el presidente declaró que la política de Estados Unidos no era la de «dictar a nación alguna cómo organizar su vida económica. Cada nación es libre de dar forma a su propia institución económica de conformidad con sus propias necesidades y voluntad nacionales».
Un mes antes, JFK había abierto otra vía secreta hacia Castro a través del periodista francés Jean Daniel, director del periódico socialista Le Nouvel Observateur.
En camino a entrevistar a Fidel en Cuba el 24 de octubre de 1963, Daniel visitó la Casa Blanca, donde JFK habló con él acerca de las relaciones entre ambos países.
En un mensaje destinado a Castro, JFK criticó enérgicamente al líder cubano por precipitar la crisis de los misiles. Luego cambió de tono, expresando la misma empatía hacia Cuba que había mostrado por el pueblo ruso en su discurso del 10 de junio de 1963 en la Universidad Americana, de Washington, al anunciar el tratado de prohibición de los ensayos nucleares con la Unión Soviética.
Kennedy se explayó sobre la extensa historia de las relaciones de Estados Unidos con el régimen corrupto y tiránico de Fulgencio Batista. JFK le dijo a Daniel que había apoyado el Manifiesto de Sierra Maestra al comienzo de la revolución cubana.
Entre el 19 y el 22 de noviembre de 1963, Castro tuvo sus propias entrevistas con Daniel, en las cuales interrogó cuidadosa y meticulosamente al periodista francés sobre su reunión con JFK, particularmente con respecto al fuerte respaldo de este a la Revolución Cubana.
Entonces Castro guardó un silencio reflexivo, componiendo una respuesta cuidadosa que sabía que JFK aguardaba. «Creo que Kennedy es sincero. También creo que expresar hoy esa sinceridad puede tener significación política», dijo al final, midiendo cada palabra.
Y siguió con una crítica detallada de los gobiernos de Kennedy y Eisenhower, que habían atacado su Revolución Cubana «mucho antes de que existiera el pretexto y la coartada del comunismo».
«Pero creo que [Kennedy] ha heredado una situación difícil: no creo que el Presidente de los Estados Unidos sea realmente libre alguna vez, y creo que... está en estos momentos sintiendo el impacto de su falta de libertad. También creo que él entiende ahora el grado en el que ha sido engañado, en especial, por ejemplo, con la respuesta de Cuba durante la invasión de Bahía de Cochinos», continuó Castro.
«No puedo evitar tener la esperanza... de que habrá un líder en América del Norte (Kennedy, ¿por qué no?, tiene muchas cosas a su favor) que tendrá el coraje de lidiar con la impopularidad, combatirá a los monopolios, dirá la verdad y, lo más importante, dejará a las naciones actuar como ellas decidan. Kennedy podría ser ese hombre», le dijo a Daniel.
«Todavía tiene la posibilidad de convertirse, a los ojos de la historia, en el presidente más grande de los Estados Unidos, el líder que puede por fin entender que puede haber coexistencia entre capitalistas y socialistas, incluso en el continente americano. Sería entonces un presidente aún mayor que Lincoln», subrayó Castro.