NUEVA YORK, (IPS) - Mientras la comunidad internacional promete aumentar la presión sobre el gobierno de Siria, el movimiento pacifista mantiene su línea pese al deterioro diario de la situación.
Las manifestaciones pacíficas que marcaron el inicio de la revuelta en febrero de 2011 quedaron en el pasado, y los llamamientos a una resolución diplomática del conflicto chocan con un contexto de crecientes abusos. «Cada día parece haber nuevas incorporaciones al sombrío catálogo de atrocidades: agresiones contra civiles, brutales violaciones de los derechos humanos, detenciones masivas y ejecuciones de familias enteras», dijo el pasado jueves el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, a la Asamblea General.
La presión sobre el enviado especial a Siria de la ONU y la Liga Árabe, Kofi Annan, crece tras la masacre del 25 de mayo en Hula donde murieron 108 personas, entre ellas 49 niñas y niños, muchos de los cuales tenían menos de 10 años, y las últimas denuncias de matanzas en Mazraat al-Qubeir y Kafr Zeta.
El plan de paz de Annan llama a poner fin a la violencia, permitir el acceso de las organizaciones humanitarias para asistir a las personas necesitadas, liberar a los detenidos, comenzar un diálogo político inclusivo que tome en cuenta las peticiones populares, y ofrecer un ilimitado acceso a la prensa internacional.
Omar al Assil, activista sirio del movimiento pacifista nos dice «Necesitamos apoyo, pero no en forma de armas», y añade «Las armas no ayudan a nadie». «Nuestra arma es la desobediencia civil».
Activo desde el inicio del levantamiento, el movimiento pacifista procura atraer a una mayoría silenciosa para realizar acciones de resistencia y desobediencia civil, y marcar así su desprecio hacia el régimen.
Los activistas han organizado formas de resistencia innovadoras y poderosas, la mayoría simbólicas, pero de alto riesgo, como poner altavoces para lanzar mensajes contra el régimen o teñir de rojo el agua de las fuentes. «Teñimos el agua de rojo para simbolizar la sangre que se derrama en las calles», dice Assil.
Las medidas simbólicas, junto con las campañas de concienciación en Internet y las huelgas, buscan unir a las personas en la búsqueda de «un nuevo Estado construido sobre la base de dignidad, libertad y democracia», explica.
Pero la violencia en Siria no disminuye, y el movimiento pacifista va quedando relegado, pues el Ejército Libre de Siria (ELS) encarna la respuesta más violenta contra las atrocidades generalizadas.
Al día siguiente de la matanza en Hula, los rebeldes declararon que no respetarían más el cese del fuego propuesto por Annan, pues el presidente Bashar al-Assad no cumplió el plazo de deponer las armas.
La escalada de violencia hizo que el especialista en el Islam y activista de 81 años Sheik Jawadat Said regresara a la región a comienzos de este mes para reavivar el movimiento pacifista, tras seis meses de dar charlas en América del Norte sobre la no violencia y la Primavera Árabe.
«Tengo 80 años, no me importa lo que me hagan», declaró a la Radio Nacional Pública hace unos días. «Siempre viví según estos principios», apuntó.
Said sirvió de inspiración a los jóvenes activistas sirios para oponerse al régimen de forma pacífica con sus prédicas y su libro, «El problema de la violencia en la acción islámica», publicado en 1966. El erudito se opone a toda forma de violencia en Siria, incluida la del ELS.
Según el profesor de historia de Medio Oriente, Amr Azm, Said «es importante porque es el último que mantiene esa línea. El resto se pasó al ala belicista». «Las manifestaciones pacíficas todavía forman parte del movimiento, pero la gente canta 'larga vida al ELS'», dice Azm, de origen sirio, que trabaja en la Universidad de Sahwnee State en el estado estadounidense de Ohio.
Annan alertó a la Asamblea General de la ONU el jueves 7 que el país se estaba radicalizando y urgió a las partes enfrentadas a poner fin a la violencia. «La principal responsabilidad recae sobre el gobierno», remarca, que no hace más que intensificar el ataque desenfrenado contra los civiles, el bombardeo de ciudades, y ha dado carta blanca a las milicias aliadas con consecuencias devastadoras.
«La violencia escala de forma drástica y los enfrentamientos sectarios se vuelven inevitables con el aumento de explosiones, torturas y masacres en muchas partes del país», dice la joven activista Jasmin Roman.
Roman estuvo en Nueva York en el marco de un programa de la Alianza de las Civilizaciones, que busca mejorar la confianza y la cooperación entre el mundo musulmán y Occidente. «La hiperinflación, el creciente desempleo, la escasez y el alza del precio de los alimentos y otros productos esenciales agotan a los sirios y exacerban su lucha para cubrir sus necesidades básicas», señala Roman.
«Las mujeres han tenido una gran participación y colaboraron en varios niveles organizándose, distribuyendo asistencia, ayudando a las familias perjudicadas, buscando fondos para ayudar a la gente e, incluso, ofreciendo apoyo psicosocial a los niños», remarca.
El futuro de Siria depende del plan de paz de Annan, y es el centro de la intervención internacional impulsado por un frágil consenso sobre aumentar la presión contra el gobierno y amenazar con consecuencias en caso de que no cumpla.
Las características de la intervención todavía están por definirse, pero Annan está decidido a seguir el camino de la unidad. Explica que «Por el bien de la gente que sufre esta pesadilla, la comunidad internacional debe actuar en forma conjunta y en bloque».