Tenía derecho a una habitación individual; pero no tardé en darme cuenta de que no la obtendría nunca si no «untaba» a los recepcionistas del hotel. Su respuesta sistemática era: «¿Acepta compartir habitación de dos camas con otro pasajero?» Comprobé que alquilaban a terceros los cuartos que nos correspondían. No registraban a esos clientes, que pagaban al contado sin ser anotados en los registros. Se suponía que Lot, la línea aérea, ya había pagado por nosotros, debido a la espera involuntaria. Así que supuse que esos empleados del hotel se quedaban con el dinero de los otros clientes a cuenta de la Lot y de nosotros mismos. Resistí siete horas hasta que le propuse al carpintero inglés que nos rindiéramos ante los tipos de la recepción. Fue un compañero tranquilo. El primer día dimos juntos una vuelta por la ciudad nevada, gris, muy invernal, a muchos grados bajo 0. Tuve que pasear solo los otros dos días. El inglés se quedó leyendo en la habitación mientras repetía: «Too gloomy». Un panorama sombrío.
De la mayoría absoluta y la manipulación de la historia
Me he acordado del adjetivo ahora. Las noticias de Varsovia hablan de «sombrías amenazas a la libertades». Por vez primera en su reciente historia democrática, un partido ha vencido por mayoría absoluta (con el 37% de los votos, el 19% del censo electoral). El ultraconservador Partido de la Ley y la Justicia (PiS) está liderado por Jaroslaw Kaczynski, gemelo del fallecido presidente Lech Kaczynski quien murió en un accidente aéreo en 2010.
Hay indicios claros de las causas del accidente (una espesa niebla, la imprudente aproximación del aparato, etcétera) que mató tanto al presidente como a algunos ministros y diputados, a miembros del Estado Mayor de las fuerzas armadas, etcétera, etcétera. Inluso parece que el presidente Kaczynski dio órdenes al piloto de aterrizar a cualquier precio y sin desviarse hacia otro aeropuerto. No podía dejar de llegar a la hora prevista para la ceremonia en la que iba a conmemorar (con Putin) el 70 aniversario de la matanza de Katyn, donde decenas de miles de polacos (la mayoría jóvenes oficiales) fueron exterminados por parte de los soviéticos. Durante décadas, la propaganda de Stalin consiguió que se atribuyeran a los nazis aquellas masacres de 1940.
En nuestra época, los ultraconservadores polacos han optado por convertir a las víctimas del accidente aéreo de Smolensk en una especie de Katyn-bis: Rusia puede ser culpable otra vez. Mediante la multiplicación de detalles y teorías conspiratorias, los más paranoicos incluyen a la izquierda polaca en el supuesto complot. Nos recuerda la gestión mediática y política de las teorías conspiratorias relativas a los atentados del 11-M en Madrid. Para la propaganda Kaczynski, el mito Kaczynski está aún más sólidamente implantado. Y es solo uno de los temas patrióticos del pasado que encuentran anclaje torcido en el presente. Todo para consumo político barato.
«Espero que queden espacios para poder hablar de la historia de otra manera», dice el historiador Marcin Kula en El País (22 de enero). Difícil cuando el ministro de Asuntos Exteriores polaco dice -en serio- querer acabar con la Europa de los «ciclistas vegetarianos». Parece que se refiere a la nuestra, seamos o no ciclistas y/o vegetarianos.
Deriva en los medios públicos y narrativa mediática
Reiríamos si no fuera porque la primera ministra polaca, Beata Szydlo, y su mentor Jaroslaw Kaczynski han organizado pronto un ataque frontal contra las libertades. Para ellos, se trata de ampliar los poderes policiales en la vigilancia de internet, en el correo electrónico y la telefonía. Y el día de Nochebuena, fue aprobada una ley para controlar la radiotelevisión pública, lo que provocó el cese de la práctica totalidad de sus directores y gestores. En adelante, los nombrará el ministro del Tesoro, Dawid Jakiewicz. En la redacción, han empezado a caer cabezas de todos los niveles.
“Tenemos que acabar con una narrativa mediática con la que no estamos de acuerdo”, ha justificado una portavoz del PiS. Según el corresponsal de ‘Le Monde’ (20 de enero) en Varsovia, en las redes sociales, circulan listas negras de a quienes hay que despedir. El miedo gana espacio día a día entre los periodistas. Mientras, los mismos medios ultraconservadores proponen nombres “patrióticos” para reemplazar a los fulminados o cesados. Claro, hay una prensa "patriótica" dispuesta a ofrecer a los suyos. Entretanto, los 3.000 empleados del servicio audiovisual público serán despedidos; luego, más tarde, su caso será revisado individualmente, antes de ver si los recontratan otra vez. Patriotismo.
La ley del 8 de enero prevé para más tarde un cambio total de los estatutos de la radiotelevisión pública. Sus emisoras y medios deberán convertirse en “medios nacionales”. Es decir, se trata de purgas y propaganda nacionalista.
En televisión, el nuevo director es un exdiputado del PiS, Jacek Kurski. En la radio, una periodista, Barbara Stanislawczyk, sin experiencia audiovisual alguna; aunque sí es una autora de dos libros a destacar. Uno sobre el citado accidente de 2010; el otro se titula “¿Quién tiene miedo de la libertad? La lucha por la civilización cristiana en Polonia”. Fundamental.
Stanislawczyk habla contra la “ideología del género”, de guerras culturales contra la tradición, de los intentos de “destrucción de la familia”, de la Iglesia católica y la necesidad de apoyar la moral cristiana. Diarios privados, como la ‘Gazeta Wyborcza’, de , han sido retirados de las oficinas estatales. También han dejado de tener publicidad procedente de la administración o de las empresas públicas.
En esa Polonia inquietante, el nombramiento de nuevos jueces del Tribunal Constitucional ha añadido más caos en otro frente. Se ha modificado la mayoría necesaria para celebrar un pleno. Ha desaparecido el control previo de las leyes. El ministro de Justicia se ha convertido en fiscal general del Estado. Y ahora hay más miembros del Constitucional de los que prevé la ley (15, pero hay 18). Es difícil saber cuáles son suficientemente legítimos. Varios no han podido jurar o prometer su cargo, porque lo ha impedido el presidente de la República, Andrzej Duda, un personaje próximo a Kaczynski desde hace años. En ese ambiente, determinados “historiadores” hablan de la Polonia “postcomunista” para referirse al país del último período; el de antes y después de entrar en la Unión Europea.
En Varsovia, algunas medidas imitan a Putin, pero lo antirruso predomina. Razones históricas. Y no es incompatible con la desconfianza hacia la vecina Alemania. Se ha llegado a sugerir, por parte de medios oficiales u oficialistas, que Angela Merkel fue alzada a la cancillería por parte de antiguos miembros de la Stasi (la policía política de la antigua RDA).
En un país donde la influencia del Vaticano es notable, están en peligro los derechos de los homosexuales y el derecho al aborto (con una ley vigente más bien restrictiva). En ese contexto, Plataforma Cívica (PO, según sus siglas en polaco), el partido conservador de Donald Tusk, presidente de la UE, parece ahora casi de izquierdas.
Lech Kazcynski, líder del PiS y que fuera jefe de gobierno bajo la presidencia de su hermano fallecido, es un hombre singular. Siempre se ha dicho que vivía solo con su madre y unos gatos. En su día, hizo investigar la serie de los Teletubbies para comprobar si esos muñecos animaban subrepticiamente a la promoción de la homosexualidad. Sublime, más que subliminal.
Otra Polonia, otra Croacia
Afortunadamente, hay otra Polonia democrática que resiste y que tiene detrás una historia de resistencia. En medio del invierno, varias manifestaciones multitudinarias han recorrido las calles de Varsovia durante las últimas semanas para protestar contra las medidas citadas.
La Polonia de los Duda, Szydlo y Kaczynski se parece demasiado a la Hungría de Viktor Orbán, aunque éste no tenga empacho en elogiar a Putin cuando lo desea.
Desgraciadamente, no son casos únicos en Europa. En Croacia, otro país de la Unión, el gobierno anunciado el 22 de enero -que forman mayoritariamente ministros del histórico HDZ (el partido heredero del legado autoritario de Franjo Tudjman)- cuenta con Zlatko Hasanbegovic. Lo califican de “anti antifascista” (¡!). También ha vivido manifestaciones en su contra y ante las puertas de su ministerio, pero lo ha defendido el jefe del Gobierno diciendo que cree “que es un antifascista convencido”.
El segundo cuestionado en Croacia es Mijo Crnoja, ministro de los Antiguos Combatientes. Esa denominación, en un país resurgido no hace tanto de la guerra y la ruptura de la antigua Yugoslavia, no habla de un pasado remoto. Hay que recordar que Croacia proclamó la independencia en 1991 y se mantuvo en guerra hasta 1995.
Las denuncias contra Crnoja, partidario de crear un censo de “traidores a los intereses de la nación”, se han expresado también con humor balcánico. El 27 de enero, miles de manifestantes se declararon gais, gritaron que no iban a misa y que “miraban las películas serbias sin subtítulos”. La exclusión del alfabeto cirílico, más usado por la versión serbia de la lengua serbocroata, es de nuevo motivo de disputa política en Croacia. Hay que recordar que su uso fue uno de los motivos iniciales de conflicto armado, “de las provocaciones”, según algunos, entre Serbia y Croacia.
Por el momento, el HDZ no cuenta con mayoría absoluta y sus socios minoritarios no están dispuestos a seguir las propuestas más nacionalistas del tipo ‘hay que censar a los traidores’.
Débil reacción de la UE
Al referirse (ver semanal ‘Ahora’ del 30 de octubre/5 de noviembre) a la cerrazón de los países del este de la UE y a los actuales debates internos de la UE, Artur Domoslawski, escritor y periodista de la revista polaca ‘Polytika’, ha subrayado: “La reacción de los antiguos países comunistas muestra una profunda crisis de la idea de Europa y de su solidaridad política y económica dentro de la Unión Europea”.
Por el momento, la Comisión se ha limitado a pedir “aclaraciones” a Varsovia sobre sus precipitados cambios legales.
En el pasado, ya la UE admitió el control de Silvio Berlusconi sobre los medios públicos, además de los privados, en Italia. Y más tarde, la Hungría de Orbán ha seguido controlando la totalidad de los puestos de la institución que gobierna la radiotelevisión pública húngara.
Por eso, la posibilidad de que la Comisión retire el voto a Varsovia en asuntos comunitarios –posible desde 2014- es poco creíble. Quedó claro en el debate que tuvo lugar en el Parlamento Europeo el pasado 19 de enero. Beata Szydlo pudo mantener la cara reiterando su idea de Europa y vanagloriándose de su victoria electoral (que obtuvo con el 19% del censo de votantes). Y aunque no faltaron los eurodiputados críticos, también en los bancos conservadores, Szydlo obtuvo apoyos claros por parte de los tories británicos y de diversos euroescépticos. Rechazaron la “interferencia” en asuntos internos polacos.
En las primeras semanas de 2016, vuelvo a recordar aquella Varsovia sombría; aunque sepa que hay otra ciudadanía en Polonia, de la que todos los europeos hemos aprendido cultura plural, debate y lucha por la democracia. Sin embargo, lo que ha sucedido allí en los últimos meses es muy inquietante. Como dijo mi compañero de fatigas inglés, too gloomy.