Sin embargo, se trata ante todo de un conflicto originado en la rama suní de la ortodoxia islámica y, en esa esfera, de la fundamentalista ideología wahabita abrazada por Arabia Saudita, y en general por las monarquías del Golfo. Tanto el Estado Islámico (EI o Daesh) como anteriormente Al Qaeda, nacen del wahabismo.
Occidente tiene alianzas históricas con esa área del Golfo, pero al parecer los tres mil muertos de las torres gemelas en Nueva York no han enseñado nada.
Turquía hace su juego, mientras Rusia no tiene reparos en recurrir a todos los medios para recuperar posiciones en el escenario internacional, y solo ahora parece preocuparse por los llamados combatientes extranjeros que Turquía deja pasar a Siria. Los comunes denominadores en verdad son pocos.
En consecuencia, todas las reacciones son inadecuadas, como las de los países que está bombardeando el territorio ocupado por el Estado Islámico, movidos por emociones o reacciones reales con una mirada hacia las próximas elecciones, como es el caso de Francia o de Gran Bretaña, que de este modo quiere demostrar a los europeos que es indispensable.
Se bombardea, pero después se reconoce públicamente que los bombardeos aéreos no son suficientes aún porque no quedan más objetivos para golpear desde la altura, sin la guía de tropas terrestres.Lo cierto es que mientras se repite como un mantra que no se podrá vencer solo con bombardeos, se continúa bombardeando. Esto hace que, al mismo tiempo, todos los medios de comunicación árabe repitan a diario que se trata de ataques bélicos de Occidente, otra vez, contra el mundo árabe.
Seguramente por ese motivo los británicos, a la vez que aumentan el presupuesto militar, han dado más fondos a la cadena pública BBC en lengua árabe. La batalla que debemos conducir es sobre todo cultural, tenemos que razonar a medio y largo plazo, y tratar de resolver las contradicciones.
En primer término debemos admitir que no hay soluciones milagrosas, sino solamente parciales y complejas. La primera medida debe ser exigir que asuman sus propias responsabilidades los suníes, las monarquías del Golfo y la Fraternidad Musulmana, que se están combatiendo.
En segundo lugar, los europeos debemos comenzar a ocuparnos seriamente de nuestras propias insuficiencias, reforzando nuestra seguridad.
Recientemente el responsable del antiterrorismo de la Unión Europea, Giles de Kerchove, ha implorado a favor de un acuerdo para unificar el servicio de inteligencia de los países europeos, inútilmente. Los europeos no quieren una inteligencia común, no quieren una defensa común, y tampoco quieren una política exterior común. Algunos solo están dispuestos a mandar su fuerza aérea.
Entre tanto, continuamos pasando de una a otra emergencia, solo acertamos a consensuar soluciones provisionales y precarias. Por ejemplo, ahora nos olvidamos de los inmigrantes, como si hubiesen desaparecido. Falta una visión, no digo de largo plazo, sino al menos de medio plazo.
Ahora los gobiernos europeos están concentrados en Siria, dejando de lado los conflictos en Libia y Yemen, y no asistimos como sería necesario a nuestros vecinos del Mediterráneo que están en riesgo de una grave crisis: Túnez, Marruecos y Jordania.
Últimamente se bombardean los campos petroleros en el Estado Islámico y se atacan los vehículos cisterna que exportan petróleo de contrabando. Como es notorio, también durante la primera guerra del Golfo (1990-1991) los bombardeos a las instalaciones petroleras produjeron una catástrofe ecológica que se está repitiendo en el territorio ocupado por el Estado Islámico.
A su vez, los ataques que afectan al transporte terrestre dificultan la llegada de provisiones a Siria, donde ya escasean los alimentos.
Por su parte, Italia hace bien en no participar en intervenciones militares que corren el riesgo de ser contraproducentes y que nadie considera eficaces, como lo demuestran otros escenarios, desde Afganistán al Líbano.
Pero esto no la exime de un mayor empeño a favor de una inteligencia europea común y de una política migratoria más amplia y eficaz.
En resumen, la UE debe concebir y aplicar su propia política exterior, acorde con sus intereses y realidades, prescindiendo de las políticas de Estados Unidos, de Rusia o de otras potencias.