El señor Villanueva no ha entendido el alcance del gravísimo daño que nos ha causado su empecinamiento, y el de los académicos que le secundan, cuando se niega a suprimir el término «trapacero» como definitorio de nuestra condición de gitanos. Le hemos pedido respetuosamente una modificación de la definición de «gitano» en el Diccionario de la Academia, y no solamente no ha atendido a nuestra democrática petición sino que se ha reafirmado en su decisión de mantener el insultante epíteto con el que se nos define.
No sabemos si sus declaraciones a EFE las ha hecho antes o después de que tres Secretarios de Estado, a instancia del Consejo Estatal del Pueblo Gitano y del Instituto de Cultura Gitana, se hayan dirigido a la RAE reclamando una rectificación, pero da igual porque la actitud del señor Villanueva es a todas luces sintomática de una falta de sensibilidad ante la preocupación de millones de personas que han sufrido toda clase de agravios, de persecuciones y de crímenes sólo por ser gitanos, es decir, solo por ser tildados de «trapaceros».
Veamos con un mínimo de detenimiento lo que dice el Director de la Real Academia:
─La Real Academia Española (RAE) revisa «continuamente» las definiciones de términos que pueden resultar ofensivos para algunos colectivos y trata de «suavizar al máximo» la manera en que se describen, pero no los retirará del Diccionario «porque son palabras que existen».
Primero: Esto es una infamia. Si la RAE revisa «continuamente» las palabras ofensivas y a pesar de las muchas protestas que ha recibido mantiene el término «trapacero» para definir a nuestro pueblo es porquen la RAE está convencida de que los gitanos somos todos unos delincuentes en potencia. Es más, si las anteriores acepciones de gitano eran más duras y acusadoras, debemos entender que las ha «suavizado al máximo» diciendo que tan solo somos personas que nos «servimos de engaños y artificios para defraudar a una persona en algún asunto.» Y que si no lo logramos, entonces intentamos engañar a quien sea «con astucias y mentiras». Es decir, que aún mirándonos con buenos ojos, el señor Villanueva mantiene que somos unos «trapaceros».
Segundo: El Director de la Real Academia debe saber que nosotros, los gitanos, no pedimos que borre del Diccionario la palabra trapacero porque, como él bien dice, «son palabras que existen». Sí señor, existen, pero que trapacero forme parte de la definición de gitano es una decisión de la RAE. He leído un comentario de Ramón Puig de la Bellacasa donde viene a decir que si ¿de verdad piensan los académicos que los españoles usan el término «gitano» para, por ejemplo, designar las conductas de los verdaderos trapaceros a quienes la justicia está procesando en nuestro país y que pertenecen a partidos políticos e instituciones dignas de todo respeto, aunque ellos, los corruptos sean auténticamente carne de de prisión, es decir, trapaceros?
Tercero: Don Dario Villanueva ha dicho que la palabra trapacero aplicada a los gitanos ha sido revisada «profundamente, con todo el respeto y todo el cuidado», pero no se retirará porque la Academia «nunca hará un Diccionario políticamente correcto». ¡Ay, Don Darío, que forma de confundir las cosas! Es decir, que de acuerdo con sus palabras lo que la Academia hará siempre será un Diccionario políticamente incorrecto. Y ¿por qué, Don Dario, por qué? ¿No sería más lógico decir que el Diccionario que hará la Real Academia será SIEMPRE UN DICCIONARIO CORRECTO?
Cuarto: Señores de la Academia: nosotros, los gitanos españoles y junto a nosotros muchísimos españoles más, no queremos un Diccionario censurado. Usted ha dicho que «No tiene ningún sentido un Diccionario censurado, en el que no aparezcan las palabras que son despreciables, aborrecibles». Y nosotros estamos de acuerdo. Pero fíjese en que cosa más extraña:
** Cuando el Diccionario de la RAE define la palabra «nazi» tan solo dice: «Perteneciente o relativo al nacionalsocialismo». Y en segundo significado añade: «Partidario del nacionalsocialismo.» Aquí no se dice que los nazis son asesinos y enemigos de la humanidad. Como tampoco se dice que son gente peligrosa, de ideas totalitarias, amigos de construir campos de concentración donde encerrar y martirizar a ciudadanos inocentes.
** Pero hay más: Cuando aparece la palabra «racista» el Diccionario es muy parco en palabras y dice que es cosa «Perteneciente o relativa al racismo». Y en segunda acepción manifiesta que el individuo que se confiesa racista lo es porque es «Partidario del racismo». Y punto. Aquí no cabe un tercer o cuarto significado que diga que el racista discrimina, margina y arremete contra quien considera de raza inferior por el color de su piel, por sus costumbres y tradiciones o simplemente porque su cultura tiene un origen diferente.
** Pero cuando el Diccionario se supera a sí mismo es a la hora de definir a un «fascista». Como en las anteriores definiciones dice que se trata de alguien que es «Partidario de esta doctrina o movimiento social.» Pero en esta ocasión el Diccionario se siente comprometido y para compensar, tal vez, que nazis y racistas se hayan ido de rositas, se atreve a decir de un fascista, en su significado número tres, que se trata de alguien «excesivamente autoritario.» ¡¡¡Manda hu..!! que dijo con admirable espontaneidad aquel presidente del Congreso de los Diputados que, además, era jurídico militar. O sea que Benito Musolini, el de la «marcha sobre Roma de 1922», el que dictó las leyes raciales, que determinaron medidas persecutorias contra los judíos italianos, ése gran fascista era solo «excesivamente autoritario.» Y Giorgio Almirante, amigo de Hitler, y León Degüelle, amigo de Blas Piñar, que concentró a sus huestes ante el Parlamento belga armados de escobas, ésos eran solo «excesivamente autoritarios». Y la larga lista de fascistas españoles colaboradores del Régimen en los primeros años de la cruel represión franquista, ésos eran, según el Diccionario de RAE «excesivamente autoritarios».
*** Y sin embargo, de nosotros, los gitanos, dice el Diccionario de la RAE, y usted, señor Villanueva, lo sostiene, que los gitanos somos trapaceros, es decir que nos «servimos de engaños y artificios para defraudar a una persona en algún asunto.» Y que todo eso lo hacemos «con astucias y mentiras».
Señores académicos, no hace demasiado tiempo el Diccionario decía que «ser gallego» equivalía a «ser tonto». Los gallegos protestaron y ustedes quitaron esa denigrante definición de los españoles naturales de aquella maravillosa tierra.
¿Y saben ustedes una cosa? Don Carlos Clavería fue un académico de la Real Academia de la Lengua. Este ilustre personaje escribió un libro de casi 300 páginas estudiando las aportaciones de la lengua gitana al español. Don Carlos manifestó: «Es un hecho real la importancia del elemento gitano en la lengua española y la necesidad de que la Lexicología lo estudie y lo ordene científicamente.»
Pues a la vista está. Nuestros académicos haciendo caso omiso al deseo del académico señor Clavería, han mirado «profundamente, con todo el respeto y todo el cuidado», a los propietarios de la lengua gitana y no han dudado en ofendernos a todos llamándonos trapaceros.
Por todo lo que antecede, y por su empecinamiento en no querer reconocer que los gitanos no somos trapaceros, usted se ha auto descalificado para ser el Director de tan importante como venerable institución.