Déjenme que lo diga a voz en grito porque acabo de leer la noticia y una especie de calambre me ha recorrido todo el cuerpo. Sí, mi satisfacción está justificada y trataré de razonarlo. Pero antes quiero dar saltos de alegría y quiero que todos ustedes lo sepan: una niña gitana, llamada Nicole, que vive en el condado británico de Essex y que tiene solo 12 añitos, ha obtenido la impresionante marca de 162 puntos en la prueba que mide el coeficiente intelectual.
Para que ustedes, queridos amigos, me entiendan: el coeficiente intelectual de los adultos, llamémosle «normales», como posiblemente sea el mio o el de usted, ronda los 100 puntos. Ahora bien, cuando alguien alcanza los 140 puntos, o los supera, entonces es cuando entra en la categoría de los genios. Así, personas mundialmente famosas como lo son los físicos Stephen Hawking y Albert Einstein alcanzaron la extraordinaria posición de 160 puntos. Pues bien, la joven gitanita británica los ha superado y ha llegado a ¡¡¡162 puntos!!!
La asociación MENSA que es una organización internacional que agrupa a 110.000 socios en los cinco continentes y que tiene una importante sede en España ya ha dado la bienvenida a esta pequeña genio. Y sin duda lo es, porque solo el 8 % de todos los genios del mundo están por debajo de los 16 años.
¡¡Ole, ole y ole!! ¡Viva Nicole, viva su madre, Dolly Burckland, que se siente orgullosa de su hija a la que anima en sus trabajos en la casa, pero que, sobre todo, ha dicho, no falta ni un solo día a la escuela! ¡Y viva su padre, el señor Barr, un humilde gitano que se dedica a la limpieza y al arreglo de carreteras! Él lo ha dicho de la forma más sencilla, cuando los gitanos y los «payos» de su barrio acuden a felicitarle: «Esto demuestra que lo importante no es de donde provengas, cualquiera puede ser brillante académicamente».
Por qué estoy especialmente contento
Primero porque estas noticias reafirman nuestro sentido supremo de la familia. Para nosotros, los gitanos, la familia está por encima de todo. Nada se entiende en el desarrollo de nuestras vidas si no está mediatizado por la familia. Por eso cuando uno de los nuestros cae enfermo, son decenas y decenas, a veces hasta centenares, las personas que acuden al hospital y que hacen guardia junto a los familiares más directos. Hoy, créanme, todos los gitanos del mundo a los que ha llegado la noticia están contentos porque Nicole Barr es nuestra sobrina, de la misma forma que lo es de la millonaria familia gitana extendida por todo el mundo.
Alguna vez he dicho, con absoluto convencimiento, que cuando yo entré por primera vez en el Congreso de los Diputados en el año 1977, conmigo entraron la inmensa mayoría de los 600.000 gitanos españoles de entonces. Aquel no era solo mi escaño, porque conmigo se sentaban todos los gitanos y las gitanas españoles que consideraron como algo propio el éxito obtenido por uno de los suyos.
Segundo: Porque el éxito de Nicole es una denuncia contra la cruel discriminación que hemos padecido, y seguimos padeciendo los gitanos en el ámbito de la educación. En 1977 el índice de analfabetismo de los gitanos españoles era de 80%. Hoy, posiblemente, aún estemos rondando el 20%. Quienes me conocen y están en la órbita de lo que representa la Unión Romani me han oído decir con insistencia que si en mi mano estuviera la posibilidad de resolver completamente uno solo, solo uno, de los grandes problemas que nos aquejan, no sería el del paro, ni el de la vivienda, ni el de la salud, ni el de la mujer gitana marginada: resolvería el problema de la educación, porque estoy convencido de que solo la cultura y la formación hacen libres a las personas y a los pueblos.
Tercero: El triunfo de Nicole Barr es una bofetada cósmica a las autoridades educativas de muchos países europeos que decidieron enviar a los niños gitanos a centros reservados para los «subnormales», como se decía antes. Hace unos años el Ministerio de Educación checo reconoció que el 30% de los niños gitanos asistían a escuelas para discapacitados mentales. La gran mayoría de los demás niños gitanos acudían a «escuelas gitanas», donde los resultados no eran mucho mejores que en las escuelas para discapacitados mentales. Ha sido el Tribunal Europeo de Derechos Humanos quien ha confirmado casos individuales de discriminación educativa de gitanos en países como Croacia, Eslovaquia, Grecia, Hungría y República Checa.
Pavol Stracansky ha escrito en «euroXpress» que los niños y niñas gitanos reciben clases en aulas separadas dentro de escuelas del sistema oficial, o que se ubican en colegios para discapacitados mentales -lo que según la Corte Europea de Derechos Humanos es una práctica generalizada- mediante la realización de pruebas defectuosas y discriminatorias de por sí.
Cuarto: Finalmente la aparición de Nicole, la niña gitana que ha entrado en el Olimpo de los genios, me permite reafirmarme en algo que llevo repitiendo toda mi vida: que los gadchés (los payos) no son más ni mejores que los gitanos y que los gitanos no son más ni mejores que los gadchés. Pero este enunciado, tan simple como lleno de buena voluntad, no siempre ha sido –ni lo es en la actualidad— compartido por unos y por otros. Veámoslo.
Hoy quiero recurrir a la autoridad de un profesor de derecho y de filosofía cuya trayectoria personal estuvo vinculada a la protesta contra la violencia –estuvo contra la guerra de Vietnam— y que se expresó con claridad con respecto al valor del Coeficiente de Inteligencia de las minorías. Peter Albert Singer, profesor de las Universidades de Oxfor, Monash en Melburne, de Nueva York y de Princeton, no gozó del reconocimiento de una parte de la intelectualidad militante por causa de su postura rompedora, defensora de un trato ético a los animales, el aborto, la eutanasia y la pobreza.
Singer sostenía que efectivamente cuando se les hacen tests de Coeficiente Intelectual a personas de distinto origen racial, suele haber diferencias en los resultados medios que se obtienen. Sin embargo él quería señalar que «lo que se debate enérgicamente es si las diferencias son en primer lugar de origen hereditario o por razones relacionadas con el entorno: en otras palabras, si son reflejo de las diferencias innatas entre los diferentes grupos de seres humanos, o si se deben a las distintas situaciones sociales y de educación en las que estos grupos se encuentran».
Los racistas siempre han defendido la supremacía de la sangre, del color de la piel, de la genética, en definitiva. Para Houston S. Chamberlain, para Adolf Hitler, para Gobineau lo importante era demostrar que pertenecían a una raza humana superior. Durante algún tiempo los gadchés se han empeñado en defender que «raza superior» eran los sajones en Gran Bretaña y Estados Unidos, los celtas en Francia y los teutones en Alemania. Y siempre que los gitanos somos un pueblo genéticamente inferior al que hay que exterminar. Así lo dijo el alcalde de Chalet, Francia: «Quizás Hitler no mató suficientes gitanos». Y el alcalde de Treviso (Italia), que ha dicho en un mitin, ante miles de personas, que «hay que eliminar —¿quiere decir asesinar?— a los niños gitanos que roban...» Este miserable presume de haber destruido dos campamentos de gitanos y se jacta pregonando que en su ciudad ¡¡ya no quedan gitanos!!
Nicole Barr ha demostrado tener un coeficiente intelectual superior al de Albert Einstein o al de Isaac Newton, pero eso no avala forzosamente la tesis de otro de los pensadores importantes en la materia, como lo ha sido Arthur Jensen, que fue un gran defensor de la posición hereditaria, tomando partido por la herencia genética que juega, según él, un papel importante en los rasgos de comportamiento como son la inteligencia y la personalidad.
Nicole Barr, nuestra sobrina inglesa, quiere ser médico. Quiere curar a los niños enfermos, y si Dios quiere los curará. Y los gadchés del condado de Essex se disputarán que sea la doctora gitana quien atienda y examine a sus hijos.
¡Que diferencia, Señor! Mientras que el alcalde de Treviño presume de eliminar a nuestros niños, una niña gitana, que mañana será una genial pediatra, salvará a todos los niños gadchés que acudan a ella.
No nos cansaremos de decirlo: los malos son los malos, vengan de donde vengan, y los buenos son los buenos, sean gadchés o gitanos. Pero a lo dicho, que es obvio, hay que añadirle una constatación más: los buenos y las buenas, como Nicole, son más guapos.