Este 2015, se ha puesto la atención en el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), hace siete décadas. La desaparición gradual de la mayoría de los imperios coloniales en las tres décadas posteriores al conflicto prometía una nueva era de justicia internacional.
Ahora que la comunidad internacional se esmera por poner en marcha la Agenda de Desarrollo Posterior a 2015 y celebrar en diciembre un nuevo tratado sobre cambio climático en París, es importante aprender rápidamente la lección del fracaso de la Conferencia sobre la Financiación para el Desarrollo, celebrada en Addis Abeba en julio, para abordar la justicia fiscal.
Sin avances en materia fiscal o de ayuda, será casi imposible realizar los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) deberá aprobar este mes, debido a la falta de financiación adecuada.
Del mismo modo, según han señalado varios líderes, como el papa Francisco y la expresidenta de Irlanda, Mary Robinson, no habrá avances significativos con respecto al cambio climático si el acuerdo de París no aborda la cuestión fundamental de la justicia fiscal.
El consenso de posguerra
El 10 de mayo de 1944, antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial, la Organización Internacional del Trabajo adoptó la histórica Declaración de Filadelfia, que reconoció que «la paz permanente solo puede basarse en la justicia social».
Una preocupación similar se expresó en la Conferencia de Bretton Woods, celebrada en julio de 1944, que se comprometió a generar las condiciones para la paz permanente mediante la reconstrucción de posguerra y el desarrollo poscolonial, con crecimiento sostenido, pleno empleo y la reducción de la desigualdad.
Bretton Woods creó el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF). El FMI ayudaría a los países a superar sus dificultades de balanza de pagos y a «dirigir las políticas económicas y financieras hacia el objetivo de fomentar el crecimiento económico ordenado con una razonable estabilidad de precios». El BIRF, más tarde conocido como el Banco Mundial, fue creado para apoyar la inversión y el desarrollo a largo plazo.
La participación de la mano de obra en la producción aumentó a medida que otras desigualdades disminuían. Esta Edad de Oro también tuvo una mayor inversión en salud, educación y demás servicios públicos, como la protección social. El consenso de posguerra perduró más de 25 años antes de colapsar en la década de 1970.
El mejor momento de Estados Unidos
Al final de la Segunda Guerra Mundial, el secretario de Estado estadounidense, George Marshall, anunció el plan para reindustrializar a la Europa devastada por la guerra. Políticamente, el llamado Plan Marshall tenía la intención de crear un cordón sanitario para contener la propagación del comunismo en el inicio de la Guerra Fría.
Esta generosa inyección de ayuda de Estados Unidos y la aceptación favorable de las políticas nacionales de desarrollo aseguró el renacimiento de la Europa moderna. Muchos europeos siguen considerando que este fue el mejor momento de Washington. En las décadas subsiguientes, el Plan Marshall se convirtió en lo que quizá sea el proyecto de asistencia para el desarrollo económico más exitoso de la historia.
Otras políticas de desarrollo económico similares se aplicaron en Japón, Taiwán y Corea del Sur tras la fundación de la República Popular de China y la guerra de Corea.
Esta experiencia ofrece lecciones valiosas hoy en día.
Europa y el nordeste de Asia se industrializaron con políticas que incluyen intervenciones económicas del Estado, como tasas elevadas, cuotas y otras barreras no arancelarias. El libre comercio solo sería justo después de haberse alcanzado la competitividad internacional.
Marshall sabía que el desarrollo económico compartido es el único camino hacia la paz permanente. También hizo hincapié en que la ayuda debe ser verdaderamente para el desarrollo, no fragmentada o paliativa. Las capacidades y aptitudes de las naciones en vías de desarrollo productivos deben sembrarse.
La contrarrevolución
Cada época, no importa su éxito, siembra las semillas de su propia destrucción.
A principios de la década de 1980, después de la mezcla de inflación y estancamiento económico de Occidente en los años 70, el neoliberal Consenso de Washington – la política económica que vincula al gobierno estadounidense con las instituciones de Bretton Woods, ubicadas en Washington - surgió para liderar la contrarrevolución contra la economía del desarrollo, la economía keynesiana y las intervenciones estatales progresistas.
Así avanzaron la desregulación, la privatización y la globalización económica. Se suponía que esas medidas impulsarían el crecimiento, que se derramaría hacia el resto de la población y reduciría la pobreza, y por lo tanto, no habría que preocuparse por la desigualdad.
Las políticas macroeconómicas se enfocaron casi exclusivamente en equilibrar el presupuesto anual y lograr una inflación de un solo dígito, en lugar del énfasis anterior puesto en el crecimiento sostenido y el pleno empleo con una estabilidad de precios razonable.
Pero las medidas «neoliberales» no lograron generar crecimiento sostenido. En cambio, las crisis financieras y bancarias se hicieron más frecuentes, con consecuencias más devastadoras, exacerbadas por una mayor tolerancia a la desigualdad y la miseria.
La experiencia y los análisis recientes refutaron la presunción anterior de que la redistribución progresiva retarda el crecimiento. La desigualdad y la exclusión social demostraron que son perjudiciales para la paz civil y social.
Las nuevas prioridades globales al final de la Segunda Guerra Mundial siguen siendo relevantes hoy en día. Tras las últimas tres décadas de regresión, tenemos que volver a comprometernos con la ética más inclusiva e igualitaria de la Declaración de Filadelfia, la conferencia de Bretton Woods y el Plan Marshall, con un Nuevo Trato Mundial para nuestros tiempos.
Para que el sistema y las instituciones internacionales de la ONU sigan siendo pertinentes, deberán demostrarlo al reformarse a sí mismos a medida que las circunstancias cambian, con el fin de abordar mejor los desafíos globales contemporáneos y futuros.