«La huella del desperdicio de alimentos: impactos en los recursos naturales», publicado hoy por la FAO, es el primer estudio que analiza los efectos del despilfarro alimentario a nivel mundial desde una perspectiva medioambiental. Entre sus principales conclusiones destaca que los alimentos que producimos pero luego no comemos consumen un volumen de agua equivalente al caudal anual del Volga y son responsables de 3.300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero que enviamos a la atmósfera del planeta.
El Director General de FAO, José Graziano da Silva, aseguraba que «debemos hacer cambios en todos los eslabones de la cadena alimentaria humana para evitar, en primer lugar, que ocurra el desperdicio de alimentos, y reutilizar o reciclar cuando no podamos impedirlo». Y añadía: «no podemos permitir que un tercio de los alimentos que producimos se pierda debido a prácticas inadecuadas, cuando 870 millones de personas pasan hambre todos los días».
En este sentido, y acompañando este estudio, la FAO ha publicado un manual o «conjunto de herramientas» con recomendaciones para reducir el desperdicio de alimentos en cada una de las etapas de la cadena alimentaria, incluyendo una serie de proyectos en todo el mundo que muestran cómo los gobiernos nacionales y locales, campesinos, empresas y consumidores pueden tomar medidas ante el problema.
El Subsecretario General de la ONU y Director Ejecutivo el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), Achim Steiner, señaló que: «El PNUMA y la FAO han identificado el despilfarro de alimentos como una gran oportunidad para que los países hagan una transición hacia una economía verde inclusiva, de bajas emisiones de carbono y eficiente en el uso de los recursos.»
El PNUMA y la FAO son los socios fundadores de la campaña «Piensa. Aliméntate. Ahorra. Reduce tu huella alimentaria», lanzada a principios de año y que tiene como objetivo ayudar en la coordinación de esfuerzos mundiales para reducir el despilfarro y contribuir a la sostenibilidad del medio ambiente, mejoras económicas, seguridad alimentaria y consecución del Desafío Hambre Cero del Secretario General de las Naciones Unidas.
El 54% del desperdicio de alimentos se produce en las etapas iniciales de producción, manipulación y almacenamiento post-cosecha, y el resto durante el procesamiento, distribución y consumo. Como tendencia general, los países en desarrollo sufren más pérdidas durante la producción agrícola, mientras que en las regiones de ingresos medios y altos el desperdicio a nivel de minorista y consumidor tiende a ser mayor: entre el 31-39% del total, frente al 4-16 % de las regiones de ingresos bajos.
Cuanto más tarde se pierde un producto alimentario a lo largo de la cadena, mayores serán las consecuencias ambientales, ya que al coste inicial de producción hay que sumar los costes ambientales del procesado, transporte, almacenamiento y al cocinarlo.
Puntos críticos, causas y soluciones
El estudio señala diversos «puntos críticos» del desperdicio de alimentos. El cultivo de cereales en Asia supone un gran impacto en las emisiones de carbono, uso del agua y del suelo, particularmente el arroz que une a su elevado nivel de despilfarro sus altas emisiones de metano.
El sector cárnico genera un impacto considerable en el ambiente en términos de ocupación del suelo y la huella de carbono. Aunque el desperdicio de carne en el mundo es relativamente bajo, las regiones de ingresos altos son responsables de casi el 67% del total.
El desperdicio de fruta contribuye al despilfarro de agua de manera significativa en Asia, Europa y Latinoamérica, mientras que el gran despilfarro de hortalizas en los países industrializados de Asia, Europa, y el sur y sudeste de Asia se traduce en una gran huella de carbono para ese sector.
Entre las causas del desperdicio de alimentos en las sociedades ricas, según la FAO, estarían el comportamiento de los consumidores y una falta de comunicación en la cadena de suministro. En los países en desarrollo, las limitaciones financieras y estructurales en técnicas de recolección y en infraestructura de transporte y almacenamiento, junto a condiciones climáticas que favorecen el deterioro de los alimentos, serían las razones de sus importantes pérdidas post-cosecha en la fase inicial de la cadena de suministro.
Para abordar el problema, el conjunto de herramientas de la FAO detalla tres niveles generales donde es preciso actuar. En primer lugar reducir el desperdicio de alimentos en primera instancia, y equilibrar la producción con la demanda para evitar el excedente de alimentos. Si este ocurriese, debe procederse a su reutilización dentro de la cadena alimentaria humana, la búsqueda de mercados secundarios o la donación a los miembros vulnerables de la sociedad. La siguiente opción es desviarlos para alimentar al ganado, conservando recursos que de otra forma serían utilizados para producir pienso comercial.
Finalmente, cuando no es posible la reutilización del excedente, debe intentarse su reciclaje y recuperación, evitar que se pudra en los vertederos, donde es un gran productor de metano, gas de efecto invernadero especialmente perjudicial.