Hace unas semanas se produjo un típico episodio de las siempre turbulentas relaciones hispanoguineanas. Para cualquier observador ajeno, lo sucedido no tiene explicación lógica. El Presidente de la excolonia española en África viaja a nuestro país como único Jefe de Estado extranjero para rendir homenaje a uno de nuestros más admirados y respetados políticos: el Presidente Adolfo Suárez. Venía para agradecer la cooperación española en favor de su país, a pesar de que nuestros dirigentes de aquellos tiempos le negaron la seguridad (la Guardia Civil) y el apoyo económico-financiero (la introducción de la peseta como moneda ecuatoguineana). El Presidente se limitó a acudir al funeral, mostró su afecto y respeto, y no pronunció declaración alguna sobre España o los españoles. Al margen de los saludos protocolarios en la catedral madrileña, nadie lo recibió oficialmente, aunque sí recibió descalificaciones personales y duras críticas por su presencia.
Al día siguiente, cuando en la sede del Instituto Cervantes de Bruselas defendió la lengua y la cultura españolas como señas de identidad de su país, al subrayar las raíces hispánicas de Guinea como referente único dentro del continente africano, todas las críticas se centraron en la alusión a una eventual intervención del Rey en la promoción del acto. A partir de esa mención inexacta, se desató todo un vendaval de críticas, de comunicados y contra-comunicados. El encuentro o no-encuentro, la cena o no-cena con ocasión de la cumbre UE-África concluyeron sin que hubiese una reunión formal entre el Presidente del Gobierno español y el Presidente Obiang; en definitiva, la «esquizofrenia hispano-guineana» se apoderó de nuevo de nuestras relaciones.
No es la primera vez que ocurre. Hace sólo unos meses, la simple presencia de «La Roja» en Malabo destapó todo un aluvión de críticas. Nadie en aquel momento tuvo el valor de decir lo más sencillo: la verdad. Y la verdad es que la selección española visitaba su segunda patria lingüística y cultural, y que los ecuatoguineanos la sienten como propia, la siguen y se alegran con La Roja, y querían ver de cerca a sus «héroes». España había ganado la Copa del Mundo en África y Guinea Ecuatorial quería compartir y sumarse a esa alegría. ¿Y por qué toda esta «esquizofrenia»? Muchos dirán que toda la culpa recae en el Presidente Obiang y su Gobierno, que Guinea no merece ser visitada, que su régimen debe ser aislado de visitas de mandatarios y políticos españoles, así como que los dirigentes ecuatoguineanos tampoco sean bienvenidos a nuestro país. Esta es la opinión más extendida en el ámbito político y mediático español desde hace varias décadas, y parece que la «esquizofrenia» mutua hace imposible transformar esa percepción que no permite diferenciar entre lo real y lo irreal, pensar de manera clara, tener respuestas emocionales adecuadas o actuar dentro de la normalidad en escenarios políticos y sociales.
Sin embargo, muchos conocen cuál fue mi compromiso de revisión y modificación de las relaciones hispano-guineanas en mi mandato como Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación. En todo momento intenté cambiar esa deriva esquizoide a través del diálogo, el respeto y el conocimiento mutuo. Y aún trato de hacerlo hoy, pues creo que España y los españoles cometeríamos un gravísimo error histórico si abandonamos Guinea, la ignoramos o la despreciamos. España no puede cometer nuevamente un error similar al de Filipinas, donde nuestra lengua y cultura luchan en los últimos años por salir de las «catacumbas» y esquivar la apisonadora de la lengua y el mundo anglosajón.
Con Guinea se trataría de conocer sus últimos cambios, reformas, contradicciones y dificultades. Corresponde a los guineanos, y sólo a ellos, decidir su futuro... Y a nosotros, los españoles, acompañarles en el empeño. Soy el primero en solicitar avances al Presidente Obiang en lo político y en lo social, pero siempre en un marco de respeto y de diálogo constructivo. Lo que sí puedo afirmar hoy es que el Presidente Obiang es el primer defensor en su país de las relaciones hispano-guineanas y de las señas de identidad de la lengua y la cultura españolas. No sé qué puede ocurrir en este sentido con sus sucesores y con las nuevas generaciones de guineanos. Mi sugerencia es que muchos españoles y analistas políticos visiten este país libremente, conozcan los avances sociales y los cambios económicos que se han producido en los últimos años y, al mismo tiempo, asuman la responsabilidad y el legado históricos que España debe mantener con esta nación africana.
La «esquizofrenia hispanoguineana» no colabora ni mejora la situación interna de Guinea en relación con España. Se habla mucho de una política de Estado para las relaciones exteriores, donde los intereses a corto, medio y largo plazo deberían obligar a todos los actores políticos españoles a trabajar por una relación estable y próspera con Guinea Ecuatorial. Los políticos debemos asumirla y no sucumbir, como casi siempre, a las voces alimentadas por ese «síndrome esquizofrénico» de algunos sectores que parecen no desear que cambien las cosas para bien de guineanos y españoles. A todos ellos les pediría que leyesen los telegramas del Embajador de Estados Unidos en Malabo desvelados por wikileaks y vean como otros se felicitan por la «esquizofrenia hispanoguineana».
;@Miguel Ángel Moratinos 2014