Min, actualmente tiene 75 años, recuerda vívidamente haber escuchado a Suu Kyi hablando en la famosa Pagoda Shwedagon de Rangún, la excapital, y también haber corrido para escapar de los soldados que perseguían a los manifestantes en las calles. Él perdió su puesto en el gobierno por apoyar a la LND.
Min fue a prisión en julio de 1989, cuando Suu Kyi fue condenada a arresto domiciliario. Los siguientes 25 años, sus vidas siguieron rumbos paralelos. Ella estaría confinada en su casa de Rangún, mientras él pasaría entrando y saliendo de la cárcel. A él, además, lo torturaron, como a muchos otros activistas de la LND.
«La prisión era un horror interminable, nos golpeaban hasta que nos desmayábamos», relató Min, ahora presidente del comité organizador en la sede de la LND en Rangún. Como muchos otros prisioneros que afrontan un futuro sombrío, Min tenía una esperanza. «Todos sabíamos que La Dama estaba con nosotros, ella era como ese pequeño destello de esperanza en aquel lugar tan oscuro en el que nos encontrábamos», señala.
El encanto de La Dama no disminuyó para él, igual que para muchos otros. A comienzos de marzo, Zaw Linn Oo, director de programas de la ONG Sopyay Myanmar, quedó petrificado en su asiento en el lobby de un hotel donde Suu Kyi lanzó su nueva Fundación Suu. No la había oído hablar en persona durante más de una década. «Estoy tan emocionado», explica Oo después de escuchar a quien es un símbolo de democracia en el país. Los vínculos de Oo con la LND no fueron directos; recuerda haber participado en las grandes reuniones de 1988 y 2008. «Nunca fui activista de tiempo completo», explica, agregando: «Ella es la única que fue leal a nosotros».
En la oficina de la LND, U Thein, una mujer cercana a los 30 años, compartió ese sentimiento. Se unió al partido como voluntaria hace una década, poco después de terminar la escuela. Su familia se opuso.«Ellos creían que era peligroso, y lo era. Arrestaban y encarcelaban gente solo por decir su nombre (de Suu Kyi) en público». Según U Thein, lo que le atraía de Suu Kyi era que arremetía contra unos dirigentes corruptos y violentos sin recurrir ella misma a la violencia. «Cada vez que veía su retrato o que oía su voz sentía mucha paz», explica. Ella se integró al partido, entonces clandestino, de Suu Kyi, y abandonó sus ideas de buscar un empleo en el gobierno.
Esta imagen tan persistente de La Dama como campeona de los derechos al estilo gandhiano contrarresta con la más práctica por la que opta ahora en la política. Birmania experimentó una apertura bajo el liderazgo del presidente Thein Sein, respaldado por el ejército, y Suu Kyi recuperó su libertad en noviembre de 2011. La líder democrática entonces se embarcó en una campaña para llegar al gobierno. El desafío serán las próximas elecciones de 2015.
Ahora, Suu Kyi ha tenido que sumergirse en el mundo de la «realpolitik». «Tiene ante sí una decisión difícil. No hay nadie tan carismático como ella que pueda liderar el partido, no hay nadie que tenga tanto ángel como ella. Pero al ingresar en la política de la calle permitió que su imagen de símbolo inmaculado de la democracia quedara abierta a posibles ataques», apunta un diplomático occidental.
Suu Kyi ha sido criticada por no adoptar una posición más severa contra la violencia racial que cunde en el país. Y algunos de quienes apoyan a su partido dicen ahora que los años de aislamiento la volvieron intransigente. También afronta obstáculos legales para llegar a la Presidencia de Birmania: el artículo 59 de la Constitución de 2008 establece que no puede hacerlo nadie cuyo cónyuge o hijos sean ciudadanos de otro país. Suu Kyi reclama que se enmiende la carta magna, pero aún no aclara si lanzará una campaña al respecto antes de las elecciones.
«Un político piensa en las próximas elecciones, un estadista piensa en la próxima generación», dijo al presentar su fundación. «Todo lo que tenemos que recordar es que los comicios de 2015 son apenas un peldaño, y que este país tiene por delante un largo viaje».
A propósito de las críticas de que ha sido demasiado laxa en relación a la violencia racial, Suu Kyi dijo que la respuesta a la mayoría de los problemas que enfrenta Birmania pasará por establecer un régimen de derecho.
Min no tiene dudas de que Suu Kyi, si es electa presidenta, heredará un caos monumental. «Este es un país dividido gobernado por los militares desde hace más de 50 años; ella no podrá cambiarlo de la noche a la mañana», plantea. Los próximos meses serán cruciales para definir cómo la recordarán las futuras generaciones, explica. «Sin importar lo que ocurra, para nosotros ella siempre fue y será pura», asegura.