Conocemos poco de las profundidades marinas apenas el equivalente a algunos campos de futbol y sin embargo tienen una superficie estimada en 326 millones de kilómetros cuadrados. Continuamente se descubren nuevas especies y hábitats pero se destruyen a una velocidad aún mayor. Es la conclusión de la investigadora del CSIC Eva Ramírez Llodra, que ha elaborado un estudio a partir de los datos acumulados en los diez años que ha durado la confección del «Censo de la vida marina» en el que han participado el programa Life de la UE y cientos de investigadores de todo el mundo.
Más de 20 expertos internacionales coordinados por la investigadora del Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona, Eva Ramírez Llodra, han colaborado en el estudio que se ha publicado este lunes en el último número de la revista PloS ONE. Han analizado el impacto del hombre en el medio marino profundo en el pasado, el presente y el futuro.
Los han agrupado en tres grandes grupos y han identificado los hábitats que corren un mayor riesgo a corto y medio plazo. «El problema -explica la doctora Ramírez Llodra- es que se conoce muy poco de lo que llamamos mar profundo, lo que hace difícil evaluar el impacto real de la actividad industrial.»
El mar profundo comienza a partir de la plataforma continental a unos 250 metros de profundidad hasta 3.000 y 6.000 metros en las zonas abisales e incluso los 11 kilómetros de profundidad de la fosa de las Marianas, en el Pacífico.
En el pasado, el principal impacto humano en estas áreas profundas fue el vertido de basuras, eso se prohibió en 1972, pero sus consecuencias siguen presentes, junto con la eliminación ilegal que los buque efectúan continuamente, las descargas fluviales y los desperdicios y contaminantes que siguen llegando desde las zonas costeras. Sobre todo los plásticos que en el fondo marino se degradan en las llamadas «lágrimas de sirena», micropartículas que pueden ser ingeridas por la fauna con consecuencias que todavía no se conocen bien.
Cada vez es mayor la evidencia de contaminantes químicos de origen industrial, como el mercurio, el plomo, dioxinas o PCBs que también se encuentran en el pescado que compramos en el mercado. A medida que se reducen los recursos en aguas poco profundas se explotan las especies que viven a mayor profundidad.
El futuro, según los autores del estudio, no es muy halagüeño. El mayor peligro puede provenir de la acidificación del océano y el cambio climático que actúan a nivel global o de la combinación de los dos. Todavía queda otra actividad de consecuencias impredecibles: la explotación de minerales en las chimeneas hidrotermales y en las llanuras abisales. Hay importantes yacimientos de cobre, níquel y cobalto en el Pacífico. También hay hierro, cobalto, cobre y platino en las montañas submarinas del Pacífico central y oeste y grandes depósitos de oro, zinc, cobre, plomo, cadmio y plata en los depósitos de las fuentes hidrotermales, donde parece que comenzará primero la explotación. Pero también hay tierras raras, esos minerales fundamentales para los equipos electrónicos y los de las energías verdes, que en tierra firme controlan unos cuantos países especialmente conflictivos.
La ciencia solo ha podido estudiar hasta ahora biológicamente una pequeña zona de la inmensidad de los fondos marinos, «Sabemos que hay biodiversidad importante y recursos que no se conocen, seguimos encontrando constantemente hábitats nuevos, organismos que no conocíamos... pero la industria va mucho más deprisa que la ciencia y la legislación requerida para garantizar su conservación», dice la doctora Eva Ramírez Llodra.