El azar ha hecho que me encontrara en París y me he acercado a La Taverne du Croissant, donde fue asesinado el 31 de julio de 1914 (entonces se llamaba Café du Croissant). He llegado poco después de que se marchara el Presidente de la República. Lo primero que he visto es una pancarta que decía: «Hollande, tu as trahi Jaurès». Sin embargo, a diferencia de François Hollande, Jaurés nunca ejerció el poder, aunque dio muestras de estar dispuesto a entender sus implicaciones.
«Siempre mostró sus proyectos con una pasión tal que empujaba a amar la política. Sin haber ejercido el poder, estuvo muy cercano a él entre 1899 y 1906», dice Vincent Duchert, biógrafo de Jaurès: «Comprendió los sacrificios que podía exigir el ejercicio del poder. Pero eso no debía poner en peligro ni el interés general que encarnaba la República, ni la justicia social que conlleva el ideal socialista».
Se opuso también a la tentación de los populismos de izquierda, recuerda Duchert. Y su reafirmación de los principales principios morales de la política, lo convirtieron en enemigo de los sectores más a la derecha, que no olvidaban sus intervenciones en el caso Dreyfus. Dicen los expertos que –en la izquierda- desconfiaba de los oportunistas y de los que se mostraban idealistas en exceso.
Y comprendió que la difusión de sus ideas no debía limitarse a su presencia en el parlamento y por eso empezó a ejercer el periodismo, de ahí que creara el diario L'Humanité. Ese periódico ha tenido varias etapas, pero durante años fue (vuelve a tomas algunas distancias) órgano oficial de expresión del Partido Comunista Francés. Pero la perspectiva de Jaurès era otra: «Hacer vivir un periódico sin que esté a merced de ningún grupo de negocios es un problema difícil, pero no insoluble». Era un gran intelectual y por eso mismo quería mantener su independencia. «No rechazaba el poder, pero sabía mantener las distancias ante el juego de la carrera política», aclara Vincent Duclert (Libération, 31de julio de 2014).
Era un pacifista, pero no a cualquier precio. Cuando concibe su proyecto de huelga general europea para romper los impulsos belicistas inmediatos, para que los pueblos y las clases trabajadoras no sufran la guerra que interesa a los conglomerados industriales y financieros, tiene en cuenta que eso sólo será posible si ese movimiento de los trabajadores contra la guerra tiene éxito -a la vez- en Francia y en Alemania.
Desató todos los discursos de odio contra él. Un odio inmediato, brutal. «Jean Jaurès es Alemania» (escribe el ultra monárquico Charles Maurras). En un diario parisino de gran circulación, otro alguien escribe: «El general que mande a un pelotón de cuatro soldados y un cabo para poner contra una pared a Jean Jaurès; para que le disparen a bocajarro el plomo que le falta en la cabeza, ese general no estará haciendo otra cosa que cumplir con su deber». Esas palabras aparecían firmadas.
En época de belicismos que parecían incontenibles, Jaurès se había opuesto a la prolongación del servicio militar obligatorio (a tres años). Había presentado un proyecto de ley para construir otro tipo de ejército, cívico y defensivo. «Sí, era un hombre de paz y que buscaba reunir a la mayoría, eso es fundamental; pero no era un antimilitarista sin más, como tiende a pensarse o como lo caricaturizan. Jaurès hablaba de la patria, de la nación, deseaba que el país se preparara para su defensa, todo eso al mismo tiempo que rechazaba la guerra», dice Kader Arif, Secretario de Estado de la Memoria de Francia (L'Humanité, 31 de julio de 2014).
Por eso también se convirtió en «traidor». No obstante, cuando se sienta en la mesa del Café du Croissant (hoy Taverne du Croissant), él espera únicamente terminar la cena para volver a la redacción y escribir el editorial del día. La redacción de L'Humanité, diario del que era fundador, no está lejos. Se sienta junto a la ventana que da a la calle Croissant, con media docena de amigoJas y compañeros.
Hace calor ese día último de julio. La ventana está abierta y sólo una cortinilla le separa de la calle. Estaba ya con el postre, había pedido una tarta de fresas. Saludó a un colega periodista de otro diario, que le mostró una foto. Y de repente, una mano apartó la cortinilla, una fracción de segundo... los demás pudieron ver una pistola que disparó dos veces. Una de esas balas atravesó su cabeza, la otra quedó en la pared de enfrente. «Jaurès est tué !», gritaron.
Otros dicen que el grito fue «Ils ont tué Jaurès!», pero quizá lo único seguro es que esa fue la frase que recorrió rápidamente las calles de París. Habían matado a quien trataba de organizar el bloqueo de la guerra. Iba a empezar, verdaderamente, el siglo de la mayor barbarie. El asesino se llamaba Raoul Villain. Pasó pocos años en la cárcel, fue liberado y terminó ejecutado en las Baleares, durante la guerra civil española. Lo ejecutaron fuerzas republicanas por considerarlo un espía franquista.
La historiadora Marion Fontaine cita palabras de Jaurès contra los más fanáticos: «Os dicen hoy que sigáis adelante, que actuéis; sí, desde luego, adelante, actuad, ¿pero qué es la acción sin el pensamiento? Sólo inercia y brutalidad». La brutalidad y el odio se impusieron entonces contra la reflexión y el pensamiento. Jaurès murió hace cien años, pero quizá debemos evitar que muera del todo.