Si el resultado es afirmativo, tendrá efecto sobre el artículo 41 de la Constitución irlandesa: el que está dedicado a la familia. En el mismo no hay una definición del matrimonio, por lo que el referéndum añadiría el siguiente texto: «Marriage may be contracted in accordance with law by two persons without distinction as to their sex». [El matrimonio puede ser contraído bajo la ley por dos personas sin distinción de sexo].
El gobierno de Enda Kenny, así como todos los demás partidos con representación parlamentaria, se han significado a favor del sí. Incluso uno de sus ministros, Leo Varadkar, en la cartera de sanidad, salió públicamente del armario el pasado mes de marzo en un programa de radio.
Aunque los políticos llevan meses haciendo campaña política para que sus votantes les sigan en las urnas, no es una tarea fácil. Irlanda es una sociedad muy dividida en la que todavía el director de un colegio puede despedir a un profesor por ser gay de manera legal. Organizaciones religiosas, como Catholic Bishops of Ireland (Obispos católicos de Irlanda), instan a sus seguidores a «pensar cuidadosamente» antes de cambiar una institución constitucional. Sobre todo por el impacto que esto tendrá en la familia.
En muchos de los panfletos que abogan por no modificar el matrimonio podemos leer que los niños deben crecer con un padre y una madre. Incluso podemos encontrarnos a homosexuales haciendo apología del no en campañas publicitarias. Es más, si el resultado de la votación es sí, auguran el estallido de los vientres de alquiler. Sin embargo, el gobierno aprobó una ley en marzo que ya autoriza a parejas de hecho a adoptar o a reclamar la custodia de un menor. Según la activista proderechos LGTB Anna MacCarthy, «los que defienden el no están creando confusión en la gente; están desviando el debate erróneamente hacia los niños y las familias».
No son solo las asociaciones católicas las que están presionando para una resolución negativa. Evana Boyle, de la plataforma laica Mothers and Fathers Matter (Los padres y las madres importan), dice que «el gobierno ha convencido a la gente de que si votas no estás en contra de la igualdad; nos sentimos coaccionados». Boyle asegura que los negocios que se han negado a simpatizar con el matrimonio homosexual están siendo boicoteados: «una pastelería no quiso poner sobre una tarta a dos novios y ahora está a punto del cierre. «No tengo ningún problema con los gais, pero sus derechos ya están respetados en las uniones civiles».
Sin embargo, activistas a favor del sí, como Sean Frayne y Gary Rooney, aseguran que la falta de garantías constitucionales de las uniones civiles ponen en una situación vulnerable a aquellos que las contraen. En palabras de Frayne, estas uniones «no tienen los mismos derechos y están sujetas a que los gobiernos decidan anularlas o respetarlas».
«Si sale el no me iré de mi país»
Rooney dice que no quiere despertarse «en un país que no me considera igual al resto». MacCarthy dice que emigrará: «lo que se está debatiendo es si merecemos derechos o no; nadie está midiendo el impacto psicológico que esto está teniendo en la comunidad LGTB».
Según Frayne, los escándalos recientes en la iglesia católica han hecho que la sociedad se haya apartado de muchos de sus principios, como el aborto, «su último bastión». En palabras de MacCarthy, en la última década ha habido una cierta «normalización» de la homosexualidad: «ahora estamos en las familias, en los grupos de amigos del colegio. Ya no nos escondemos». De hecho, Rooney vive con su pareja en una unión civil y, si sale el sí, será «el primero en la lista» para casarse.
Sin embargo, frente al optimismo de sus compañeros, Anna se muestra cauta: «demográficamente, quienes seguro votarán son los sectores más conservadores de la población; la gente joven, en cambio, podría confiarse y no salir a votar el viernes». De hecho, las facciones del no aconsejan: si no sabes qué hacer, vota no.