Al mismo tiempo, el mundo ha fijado su atención en la minoría yazidí que tuvo que escapar al monte Sinjar, en el noroeste de Irak, para evitar una aniquilación segura.
Lo que ha hecho aún mayor el peligro de la situación es que el Sinjar es una cumbre estéril y rocosa con unos 108 kilómetros de extensión y 10 de ancho, que sobresale como la joroba de un camello y que soporta temperaturas de hasta 43 grados durante el día, como informó Kieran Dwyer, director de comunicación de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, desde Erbil, la capital del Kurdistán iraquí.
Dwyer también ha compartido compartió otras asombrosas estadísticas
Más de 200.000 iraquíes han huído de sus hogares desde el 3 de agosto, a medida que la violencia de los grupos armados se intensificaba, lo que ha elevado el total de desplazados a 1,2 millones de personas.
El Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas brinda protección y asiste a las autoridades locales con el refugio de los desplazados, incluidos colchones y mantas.
El Programa Mundial de Alimentos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha establecido cuatro cocinas comunitarias en esa gobernación y ha proporcionado dos millones de comidas en las últimas dos semanas.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) ha facilitado en la última semana agua potable y sales rehidratantes para ayudar a prevenir o tratar la diarrea, así como galletas energéticas para 34.000 niños y niñas menores de cinco años .
El Fondo de Población de las Naciones Unidas ayuda a más de 1.300 embarazadas con elementos de higiene y asiste a las autoridades locales con suministros médicos para 150.000 personas.
En el avión de regreso de su viaje a Corea del Sur el 18 de agosto, el papa Francisco avaló una intervención en Irak para detener la persecución de los combatientes islamistas contra los cristianos y demás grupos religiosos minoritarios.
Se trata de un cambio drástico, ya que el Vaticano normalmente evita el uso de la fuerza. Pero el papa hizo una salvedad: que la comunidad internacional debe discutir, una estrategia posiblemente en la ONU, para que la intervención no se perciba como «una verdadera guerra de conquista».
Poco después, el presidente francés Francois Hollande pidió una conferencia internacional para discutir las maneras de hacer frente a los insurgentes del Estado Islámico que tomaron el control de partes del territorio de Iraq y Siria.
Ambas sugerencias se vinculan directamente a la intención del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, de presidir una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU durante su asistencia a la sesión anual de la Asamblea General del organismo mundial a mediados de septiembre.
En concreto, Obama se centrará en la lucha antiterrorista y la amenaza de que combatientes extranjeros viajen a zonas en conflicto y se adhieran a organizaciones terroristas. Además, todos los principales actores de la región, incluso aquellos con una enemistad tradicional, como Irán frente a Arabia Saudita y Estados Unidos, deben participar.
Es fundamental recordar que una de las principales razones de las catástrofes que ocurren en muchas zonas de Oriente Medio se remonta directamente a la invasión ilegal y desacertada de Iraq que el expresidente George W. Bush (2001-2009) decidió en marzo de 2003.
Presuntamente, Estados Unidos fue a Irak para eliminar las armas de destrucción masiva en poder del régimen de Saddam Hussein (1979-2003), que no existían. Cuando se vino abajo el ficticio argumento de las armas de destrucción masiva, la fundamentación de la intervención en Irak pasó rápidamente a ser el cambio de régimen y luego al establecimiento de la democracia en el mundo árabe.
Pero los motivos verdaderos radican en el control de los yacimientos petrolíferos y en la reconfiguración de esa región para que los intereses occidentales puedan manipularla.
En realidad, el legado del mayor traspiés en la historia de la política exterior de Estados Unidos fue que Irán se transformó en la potencia de la región, Irak se convirtió en un barril de pólvora para el conflicto entre sunitas y chiitas, la muerte de más de 200.000 iraquíes y 4.000 militares estadounidenses, y una cuenta de dos billones de dólares para los contribuyentes estadounidenses.
Esa cifra seguirá creciendo debido a los miles de soldados que necesitarán asistencia médica y psicológica, y a la ayuda financiera, militar y técnica que solicitará Irak en el futuro.
Trágicamente, algunos medios de comunicación, como Fox News y muchas emisoras de radio de derecha, vuelven a airear las mismas fuentes de desinformación, como el exvicepresidente Dick Cheney, el ex subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz, el administrador de Estados Unidos en Irak, Paul Bremer, el senador John McCain y el comentarista Bill Kristol, para reescribir la historia y decir que la guerra de Irak fue un éxito brillante.
En una democracia es fundamental contar con una muestra representativa de ideas y un debate estimulante sobre Irak y otros temas, pero es cuestionable y disparatado hacerle caso a los consejos de un grupo tan artero y contraproducente que apoya la insensatez de que el resultado habría sido positivo si Estados Unidos se hubiera quedado más tiempo, dejado más soldados o invertido más sangre y dinero en esa región.
Se niegan a reconocer que ni los iraquíes ni los iraníes querían que Estados Unidos se quedara, y que la población estadounidense se volvió en contra de la guerra fallida. A esto hay que añadir el hecho de que el ex primer ministro iraquí Nouri al Maliki trató de excluir a los sunitas del reparto del poder y la participación en el ámbito político, financiero y cultural de Irak.
Desde las decapitaciones del fotógrafo James Foley y el periodista Steven Sotloff, a la imposición de la draconiana ley islámica que viola los derechos humanos y civiles, los desafíos en Irak se multiplican día a día.
Es probable que nadie en el mundo lo sepa mejor que el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, quien dijo recientemente: «puedo llevar a los líderes del mundo al río, pero no puedo obligarles a beber».
Cuando los líderes del mundo se reúnan a finales de este mes en la ONU, será el momento de que «beban el agua» en beneficio de todos.