Turquía, la tensa espera

La presidencia española de la UE tiene entre sus objetivos abrir nuevos capítulos de negociación con Turquía de cara a su futura adhesión al club europeo. No lo tiene fácil. Las grandes potencias europeas recelan abiertamente de la integración turca y la población europea ve en la ampliación más incertidumbres que ventajas.

La entrada de Turquía en la UE supondría la llegada de un país superpoblado, con índices de riqueza aún lejanos de la media europea y laico, pero de mayoría musulmana. Sin embargo, hay mucho en juego en la operación turca: geoestrategia, acceso a recursos naturales, apertura al mundo musulmán... y vertebración de lo que es o puede ser Europa. Lo analiza en este artículo para euroXpress el periodista Marc Campdelacreu: Una adhesión con éxito sería un salto de calidad para la madurez y la cohesión del proyecto comunitario.

Turquía no se rinde. Sigue ahí, a las puertas de Europa, medio siglo después de llamar por primera vez, aunque ahora más fatigada. Desde 2005 negocia con la Comisión para adherirse al proyecto común de la Unión Europea, pero la carrera sigue llena de obstáculos. En su último informe sobre la estrategia de ampliación, Bruselas señalaba que las negociaciones con Ankara habían entrado en una fase problemática, que necesitaban de un nuevo impulso. Las últimas resoluciones del Parlamento tampoco son muy halagüeñas. Es la adhesión más polémica. Sin duda, el gran reto de la ampliación. Un país laico de mayoría musulmana para una Europa de fronteras cambiantes, que recela de Turquía en su seno interno, pero que a la vez sabe que la necesita para que su proyecto madure y se consolide.

Una cuestión de poder

«Siempre hay quien considera que Turquía es demasiado grande, demasiado pobre y demasiado musulmana como para entrar en la UE. Francia y Alemania temen tal vez perder poder, tener algún día menos eurodiputados que nosotros. Pero no nos rendiremos. Nos necesitan para luchar contra la inmigración clandestina, contra el terrorismo». Quien habla es el ministro de Asuntos Exteriores turco, Egemen Bagis, en una visita a Madrid al inicio de la presidencia rotatoria española. Son las claves de la adhesión no incluidas en los informes de seguimiento.

Turquía incorporaría más de 70 millones de habitantes a la Unión Europea. Más de 70 millones de personas que la situarían como segundo país más poblado de la Unión, justo un paso por detrás de Alemania, pero amenazando su hegemonía. Los eurodiputados que le corresponderían serían determinantes en cualquier decisión. Alemania ha aceptado el inicio del proceso de negociación pero no promueve el ingreso de Turquía. Francia cree que este país debe ser un socio estratégico pero no un miembro de pleno derecho. Y es que el eje franco-alemán no quiere que la ampliación se le escape de las manos.

Llegados a este punto cabe plantearse quién quiere ser la Unión Europea. En un panorama internacional donde el centro de atención ya no está en el viejo continente sino en China y en las potencias emergentes, la Unión Europea ha despertado y se esfuerza ya para actuar con una única voz, por encima de los intereses intergubernamentales. Ni Alemania, ni Francia, ni ningún otro estado europeo por sí solo tendrá un papel relevante en el siglo XXI. Juntos quizá sí, por eso se trata de sumar, sin recelos, en defensa de unos mismos intereses y sobre unas bases compartidas. Turquía está dispuesta a formar parte de la locomotora económica europea y aportar su experiencia en las relaciones con Oriente Próximo y Asia Central. Una adhesión con éxito sería un salto de calidad para la madurez y la cohesión del proyecto comunitario.

La diferencia como oportunidad

En este caso, hablar de cohesión es sinónimo de plantear si la sociedad europea está preparada para compartir lazos con un país de mayoría musulmana. En el último Eurobarómetro con datos concretos sobre este país, los resultados eran claros: un 48% de los ciudadanos europeos rechazaba el ingreso de Turquía incluso cumpliendo con todos los requisitos marcados para los demás países y solo un 39% se posicionaba a favor. Era el proceso de ampliación menos apoyado. Además, según datos de 2009, los europeos que prefieren dejar la Unión tal y como está ya son más que los partidarios de ampliarla a nuevos estados. En paralelo, la ciudadanía turca, que no percibe avances en las negociaciones, está cada vez más desencantada: hoy por hoy sólo 4 de cada 10 personas creen que Turquía será admitida algún día, según el ministerio de Asuntos Exteriores de este país.

¿Turquía es o no es Europa? ¿Debe ingresar en la Unión Europea? Bruselas se ha decantado por el sí: Estambul es la capital de la Cultura Europea en el año 2010. Toda una declaración de principios que debe servir de herramienta pedagógica frente al escepticismo de la ciudadanía europea. Así que lo lógico es pensar en una futura incorporación. En ese escenario, las fronteras de la Unión Europea se ampliarían hasta Siria, Irak o Irán. Nos aproximaríamos, por primera vez, a Oriente Próximo, siempre en el ojo del huracán como la zona más conflictiva del planeta. Si Europa no aspira a ser más de lo que es ahora, Turquía representa un peligro añadido. Si quiere ir más allá, si desea ser un actor con peso en la resolución de conflictos y en la lucha contra el terrorismo internacional, la plataforma turca brinda un puente de diálogo excepcional para la estabilización de Oriente Próximo y el Cáucaso Oriental. Y por encima de todo, Turquía es el acercamiento a la comunidad musulmana, un guiño al mundo islámico hoy más necesario que nunca.

Los beneficios de la adhesión no deben valorarse sólo en términos de seguridad de la Unión Europea frente a amenazas exteriores. Hay otras contrapartidas evidentes: el paso del gasoducto Nabucco por tierras turcas pondrá fin a la dependencia energética respecto a Rusia. Es Turquía entendida como bisagra entre Europa y los países exportadores de petróleo y gas en Oriente Próximo y Asia Central.

La nueva Turquía

Pero para entrar a la Unión Europea, se deben ofrecer también garantías en otros planos. La importancia geoestratégica de Turquía y las incertidumbres que rodean a su candidatura justifican que la Comisión examine con lupa cada movimiento de Ankara en el plano económico, pero sobre todo en el político. La última resolución aprobada por el Parlamento este mismo mes de febrero dice que los avances de Turquía en el cumplimiento de los acuerdos de Copenhague son limitados -a diferencia de los otros dos países candidatos, Croacia y la Antigua República Yugoslava de Macedonia- y pone el acento en la necesidad de avanzar en la solución del conflicto de Chipre y en el retroceso que ha significado la ilegalización del principal partido pro kurdo. Sin embargo, el último informe de seguimiento, del mes de octubre, afirmaba que Turquía seguía cumpliendo «suficientemente» con los criterios políticos exigidos. Una de cal y otra de arena.

El gobierno islamista moderado de Recep Tayyip Erdogan ya ha anunciado su intención de reformar la Constitución para poner, ahora sí, a los militares bajo jurisdicción de los tribunales civiles, mejorar el funcionamiento de la justicia y limitar la ilegalización de partidos a aquellas formaciones que apoyen la violencia y el terrorismo. Se trata de democratizar aún más el sistema político, judicial y de derechos civiles turcos, alejando cualquier fantasma de golpe de Estado. La normalización de relaciones con Chipre y Grecia sigue siendo complicada, pues estos dos países pueden decantarse por poner trabas a la adhesión de Turquía y es la Unión quien debe actuar como buen intermediario.

¿Un viaje sin retorno?

Ankara debe seguir apostando por poner toda su voluntad negociadora sobre la mesa, ya que la Unión Europa no puede permitirse recular en los derechos políticos y civiles que tanto ha costado consolidar. Pero si estas reformas, casi definitivas, echan a andar, la ciudadanía turca no entendería que a estas alturas se siga hablando de su incorporación como «problemática» y de «avances limitados» en un proceso que Bruselas, quizá de forma premonitoria, define como largo y abierto. El ejecutivo turco afronta las reformas con firmeza pero con una oposición interna creciente que tensa cada una de las reformas de envergadura, en un país que cambia a marchas forzadas. Europa debe estar ahí para apoyar al ejecutivo turco porque la transición no es sencilla.

Lo dijo Robert Schuman: «Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho». 60 años después, las palabras de Schuman, que guiaron los primeros pasos de la Unión Europea, cobran un nuevo significado. Cada uno de los informes sobre los avances de Turquía pone de manifiesto que muchos de los compromisos ya se han concretado y que el gobierno islamista moderado de Ankara sigue dispuesto a someterse a las reglas de juego de la Comisión. Y es que el país de la Capital de la Cultura Europea reclama que Bruselas sea valiente y le dé más muestras de apoyo, para que su ciudadanía sepa que Europa está allí, esperando, y que el horizonte no es tan difuso como parece. Porque no se puede exigir el todo por la nada. La reciprocidad debe ser clara. Hoy por hoy, el mundo necesita de una Europa fuerte y Turquía necesita que Europa confíe en ella.