A las cuatro de la tarde, en todas las ciudades, en todos los pueblos, repicaban las campanas. En todas las plazas redoblaban los tambores. Toda Francia se detuvo y comprendió: ¡era la guerra!
Iba a ser rápida y limitada. Resultó larga y mundial. Solo en Francia se saldó con la vida de más de un millón y medio de personas y dejó a su paso un largo cortejo de heridos, viudas y huérfanos.
El 1 de agosto de 1914 ha quedado en la memoria nacional como el día en el que dio un vuelco el destino de casi todas las familias francesas. Los labradores se marcharon en plena cosecha; los trabajadores abandonaron sus talleres; las calles de las ciudades se vaciaron y las estaciones los trenes se llenaron de jóvenes que se incorporaban a sus unidades. Millones de niños vieron a sus padres marchar, millones de mujeres a sus maridos, millones de padres a sus hijos, y para algunos, esa fue la última vez que les vieron. Mediante el relato de un abuelo, con las cartas o diarios encontrados, o con una foto conservada con esmero, muchos de nosotros mantenemos el recuerdo de la gran guerra. Otros la descubrieron en los libros de historia. Podemos entender el horror de este conflicto y las condiciones de vida terribles de los soldados arrojados bajo la metralla o amontonados en las trincheras. Demostraron una valentía inaudita.
Los franceses de 1914 se alzaron para defender su Patria y por la idea que tenían de la República. Soldados que llegaban de todas las provincias del Hexágono francés, de ultramar, e incluso de África. La retaguardia también estaba movilizada. Las mujeres demostraron su dedicación y su capacidad para desarrollar la economía. Sin ser aún votantes, ya eran ciudadanas. Durante cuatro años, Francia sufrió, no para conquistar o esclavizar, sino para seguir siendo libre.
Esta guerra no fue la última. Y 20 años después, la corriente de odio aventó las brasas del resentimiento y la intolerancia se volvió mortífera a una escala inimaginable, e hizo falta un nuevo esfuerzo gigantesco para derrotar a la barbarie. Lo conmemoramos el pasado 6 de junio en Normandía, con todas las naciones y con los últimos veteranos del Desembarco.
A lo largo del siglo XX, Francia ha sido capaz de superar grandes retos. Nunca llegó a resignarse. Siempre ha sabido hallar en sí misma la fuerza para seguir adelante y difundir su mensaje. Y sobre las ruinas de un continente devastado, fue capaz de elegir la paz y de construir Europa.
Hoy nuestro país se enfrenta a otras amenazas. En el este de Europa, en Ucrania, un avión civil ha sido derribado por un misil en una zona en la que se producen, en estos mismos momentos, unos enfrentamientos mortíferos. Al otro lado del Mediterráneo, Siria está viviendo una pesadilla con 180 000 muertos en 3 años. En Irak son perseguidos los Cristianos de Oriente. En África el terrorismo ha llegado incluso a secuestrar a niñas inocentes. En Gaza centenares de víctimas civiles están pagando el precio de un conflicto que no termina.
Francia, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, debe alzar su voz. Solo siendo ella misma fuerte podrá incidir en el destino del mundo.
Por eso, cien años después de habernos enfrentado a la intolerancia, a la injusticia y a lo inaceptable, debemos seguir movilizándonos. Por la Paz, por Europa, por Francia.
François Hollande