Seis letras desordenadas invitan al turista a solucionar un breve y fácil rompecabezas. La escultura que adorna la entrada al municipio, ya da una idea de que hemos llegado a una ciudad que vive de una forma especial la algarabía, el bullicio, la diversión y el arte. Si se ordenan mentalmente los 6 caracteres aparece el nombre de la capital de la comarca de la Safor: Gandía.
Durante la semana de fallas, del 15 al 19 de marzo, esta ciudad referencia del turismo de playa durante los meses de verano, también «desordena» por unos días su callejero. Donde antes había un simple cruce de calles, ahora se alza una de esas impresionantes esculturas que salpican la ciudad, que la llenan de arte, sátira y color. Como si se hubiera organizado una gincana, tras la nit de la plantá, el 15 por la noche, los conductores deben sortear las calles en las que se han instalado los monumentos que compiten por el premio a la mejor falla.
Anne, forma parte de un grupo de turistas franceses que ha llegado en autocar desde Valencia. Atraída por una de las fiestas más conocidas en Europa, queda sorprendida por la creatividad desbordada y, sobre todo, por la altura de la obra instalada por unos días en una de las arterias principales de Gandía. Maurice, una de las personas que le acompaña, mira alguno de los detalles y exclama «no sé como pueden quemar estas obras de arte, tanto trabajo y dinero para quemarlo en un momento, es una labor impresionante». No lo entiende, como también le cuesta comprenderlo a muchos visitantes que anualmente asisten a la «nit de la cremá» en la ciudad. No es la primera vez que escucha esta reflexión el guía turístico que les acompaña. Una y otra vez explica que «la falla, no solo tiene un significado artístico, es también una crítica popular a las cosas que ocurren en el municipio, principalmente a los políticos y organismos sociales más representantivos», «se queman, añade, como un símbolo de renovación... el fuego quema todo lo viejo». Les explica que todo comenzó hacia mediados del siglo XVIII, cuando los carpinteros limpiaban sus talleres y sacaban a la calle los trastos viejos que ya no les servían. Los quemaban en la calle la víspera de San José, su patrón, y a unas horas del inicio de la primavera. En Gandía comenzaron en 1876.
Unas calles más adelante, otros turistas, estos llegan de Albacete, miran una falla en la que por primera vez aparecen partidos inexistentes hasta ahora como «Podemos». El ingenio de los falleros está atento a todo lo que aparece en el panorama político y social. «Nunca había pensado, dice Miguel, que las fallas fueran como un 15-M, cuando la gente escribía en un papelito sus críticas a las cosas que no funcionaban bien, y encima lo hacen con arte, utilizando estrofas y pintando muñecos». «Es auténtico arte urbano a la valenciana», contesta su acompañante. Ni los viejos, ni los nuevos partidos se escapan a la sátira de los «poetas» falleros... y en año electoral aumenta todavía más el ingenio popular.
Las calles de Gandía, no descansan estos días ni un solo momento, sobretodo cuando se acerca el 19 de marzo. Durante siete jornadas en la ciudad no hay un momento de silencio, a cualquier hora del día y de la noche, se oyen los petardos que lanzan mayoritariamente los niños. Para los mayores está la mascletà. Su ritmo atronador retumba en la calle y en el cuerpo del que está escuchándola. «Una buena mascletà, debe sentirse en el interior», dice Pau, una de las responsables del museu faller de Gandía, ¡Hay que ahuyentar todo lo malo, echarlo fuera!
La gastronomía también forma parte de las fallas. Durante estos días se puede disfrutar de su rica y variada gastronomía, desde buñuelos de calabaza hervida, hasta los arroces, sin olvidar su plato más autóctono, la fideuá. Una de las bebidas que no se pueden dejar de tomar, -es casi una obligación-, es la cazalleta, anís seco destilado que se sirve en vasitos pequeños. Se debe beber de un sorbo acompañado con agua, y sobretodo tomarlo con moderación, o se corre el riesgo de perderse, por indigestión, parte de la fiesta.
El bautizo o «bateig» de uno de los niños nacidos en los meses anteriores a la fiesta, es uno de los actos originales de Gandía, el único de estas características en toda la provincia de Valencia. El bebé es apadrinado por el alcalde y la fallera mayor, durante un acto religioso que se celebra en la iglesia de de Sant Josep, y al que asiste toda la corte de falleras.
Con sus 23 comisiones, Gandía forma parte del G-6, la organización que aglutina a las seis ciudades falleras más importantes de la provincia. Una de las aportaciones más destacadas de la capital de la Safor es el museo Faller, el único especializado en esta temática en toda la comunidad valenciana. Su visita, permite al turista vivir la magia y el ritual de las fallas incluso fuera de la semana fallera. Desde hace unos años están digitalizando todo tipo de material producido por las asociaciones falleras del municipio, realizando un ingente trabajo de recopilación y divulgación del material producido, de momento, en la ciudad.
El documento más antiguo del fondo es un libro publicado en 1905. Un fondo al que se puede acceder desde cualquier punto del planeta. Y no es un trabajo fácil, porque las asociaciones están todo el año produciendo material escrito, gráfico, visual o sonoro. Toda esa creatividad, está recogida en el museo, que forma parte del Consejo Internacional de Museos (ICOM) y en su web. En sus salas se puede montar una mascletà, se muestra como han evolucionado las fallas, desde las antiguas, fabricadas con madera, hasta las más modernas, -de poliexpán-, pasando por el cartón piedra de los años 70. También se observa como ha cambiado el traje de fallera, o como se construye un ninot. El Museu faller, construido en 2008, conserva también los ninots indultats, salvados de las llamas.
2015, ha sido un año muy especial para Gandía, ya que la Generalitat ha declarado sus fallas, Bien Inmaterial Cultural. La noche de la cremá la ciudad se ilumina, el fuego muchas veces sinónimo de destrucción, se convierte durante unas horas en elemento renovador. Este universo cargado de simbología es un fin de ciclo; como si el año en esta parte de Europa, acabara y empezara el 20 de marzo. «Las fallas deben arder, para comenzar a preparar las del año siguiente», explica Liliana Requeña, fallera mayor en 2013, ¡Así que nadie se ponga triste, las fallas continuan siempre!