Las recientes elecciones en Suiza y Polonia son buenos indicadores de lo que ocurrirá en otros lugares de Europa con la creciente ola de refugiados. Pero ante todo es necesario hacer algunas consideraciones cruciales.
Primero, que el sistema actual de relaciones internacionales y de gobernanza nacional ha dejado de funcionar. Estamos viviendo un período de transición, pero nadie sabe hacia dónde. La izquierda no tiene un manifiesto y la derecha sólo cabalga en el estatus quo. No hay un pensamiento político a largo plazo.
Segundo, se vive una época de "nueva economía", basada en la supremacía de las finanzas sobre la producción. Funcionarios no elegidos, como los gobernadores de los bancos centrales y los banqueros, tienen mucho más poder que antes.
Esta nueva economía considera los empleos precarios una realidad legítima, la desigualdad social natural, el mercado como la base exclusiva para el desarrollo de la sociedad y estima que el Estado es ineficiente y es un freno para el sector privado.
Tercero, las instituciones políticas se han ido opacando. Hoy ningún partido cuenta con un verdadero movimiento juvenil. Se perciben cada vez más como autorreferentes, que consideran a los ciudadanos solo como electorado, y son vistos más como parte del sistema en el poder que como portavoces de la ciudadanía.
Las cifras de la política (y de la corrupción) están creciendo año tras año. Las próximas elecciones estadounidenses costarán más de 4.000 millones de dólares. Según la London School of Economics, el coste de la campaña electoral en Europa se ha incrementado un 47 por ciento en la última década.
Muchos consideran que vivimos ahora en una democracia que se está convirtiendo en una plutocracia.
Cuarto, el multilateralismo está en crisis. Estados Unidos ha dejado de ratificar todo tratado internacional, desde la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño hasta la del Derecho Marítimo.
Se ha marginado a la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Las organizaciones regionales, como la Unión Africana, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático o la Organización de los Estados Americanos, son evidentemente ineficaces.
La Unión Europea (UE) está saltando de la crisis existencial del euro (Grecia), a la aún más grave de los refugiados. Gran Bretaña está liderando una carga contra Bruselas para la restitución de poderes, lo que creará un precedente que otros invocarán, empezando por Hungría y Polonia.
De manera que no es difícil entender porqué los electores europeos están votando en base a la nostalgia política y la falta de seguridad. Frente a un futuro incierto, se fortalece el sueño de volver a un pasado mejor.
Las elecciones suizas y polacas han premiado a los partidos que prometen defender la identidad nacional contra los extranjeros, en particular musulmanes. El caso polaco es emblemático. Polonia ha sido uno de los mayores beneficiarios de la ayuda de la UE. Quiso ingresar a la UE para conseguir fondos y apoyo, pero sin la más mínima intención de dar algo a cambio, como lo demuestra la negativa de aceptar inmigrantes.
Vale la pena recordar que hasta la crisis financiera que estalló en 2008, la xenofobia y los partidos de derecha radical eran marginales en casi toda Europa, pero en poco tiempo se han convertido en actores importantes en todo el continente, incluso en países conocidos por su sentido cívico y tolerancia, como Holanda o los países nórdicos.
Resulta desconcertante ver a trabajadores y personas de bajos ingresos votar por el Frente Nacional en Francia, el Movimento 5 Stelle en Italia, el Partido de la Independencia del Reino Unido y, ahora, Paz y Justicia en Polonia.
El sueño de regresar a un pasado seguro y ordenado es lo que lleva a votar por un partido xenófobo, de derecha radical y antieuropeo.
También vale la pena recordar que gran parte de los ciudadanos europeos aún no ha recuperado la calidad de vida que tenía antes de 2008. Los jóvenes pagan un coste desproporcionado por una crisis provocada por el sector financiero, que ha recibido para su rescate mucho más dinero que el asignado a políticas de empleo o para la recuperación social.
La nostalgia del pasado explica también el origen del Tea Party en Estados Unidos, creado por el ala radical del Partido Republicano, y la victoria de Justin Trudeau en Canadá.
Occidente tiene un problema.
Actualmente existen 60 millones de refugiados, sin incluir en esta cifraa los que escapan a persecuciones sexuales, como los gays en África, o las mujeres de Boko Haram en Nigeria. Tampoco están contabilizados aquellos que se ven obligados a desplazarse por el cambio climático -que según la ONU serán otros 15 millones para el año 2025-, a los que hay que añadir los que escapan del hambre y de las dictaduras.
La demografía es clara. África tendrá 1.000 millones de habitantes en 2030, mientras que Europa perderá 15 millones para esa fecha. La Europa que conocemos, homogénea, blanca, cristiana y tolerante va a desaparecer. Y esto no va a ocurrir sin una buena dosis de sufrimiento.
Estados Unidos se convirtió en un país multicultural y multiétnico en poco más de cien años. De acuerdo con los registros de la isla de Ellis, el punto de entrada más importante de inmigrantes, nueve millones de irlandeses, alemanes, austriacos y escandinavos, entró en los tiempos del barco a vapor, al igual que más de ocho millones de polacos, búlgaros, rumanos, húngaros, rusos, y bálticos, y más de cinco millones de italianos y griegos.
En unas pocas décadas,un total de 22,5 millones de europeos se convirtieron en estadounidenses. Europa no está preparada ni siquiera para una décima parte de esto...