El Tratado de Lisboa, si es suscrito finalmente por el presidente checo y tras ocho años de tortuosas negociaciones, no es el final. A corto plazo, Lisboa plantea tantos problemas como los que pretende resolver.
El analista francés de la Brooking Institution, Justin Vaisse, sostiene que el nuevo Tratado es virtual , que hay que rellenarlo y que la tarea puede ser más compleja que lo conseguido hasta ahora, a pesar de que estos años de trabajo han dejado exhaustos a gobiernos y países.
Lisboa fija, sobre todo, nuevos cargos: el Presidente permanente del Consejo, no rotatorio, y el Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad. Y aquí viene el punto clave: son las figuras elegidas las van a marcar el cargo y no al revés.
Por increíble que parezca, después de años de debate sobre el Tratado, Europa no sabe todavía si desea un Presidente fuerte o una personalidad de perfil bajo. Lisboa no define muy bien la tarea del Presidente. Sería en gran parte administrativa, y su misión principal será garantizar la preparación y la continuidad de la labor del Consejo y favorecer el consenso entre sus miembros. Sin embargo, encarnará la representación exterior del Consejo y de la Unión. En la prensa, en general, este nuevo cargo ha sido denominado «Presidente de Europa» al que llamarían Obama o Putin en caso de crisis.
Pero habrá rivalidades. El reelegido presidente de la Comisión, Durao Barroso, teme un recorte de sus poderes y ha advertido que el nuevo cargo es presidente del Consejo Europeo, no presidente de Europa.
Para la elección de esta personalidad habrá que tener una en cuenta una larga lista de equilibrios, entre izquierda y derecha, países grandes y pequeños, hombres y mujeres. Y será difícil ver a en todos los nuevos cargos a personalidades muy marcadas porque una podría devorar a la otra.
Se ha hablado mucho de Tony Blair como presidente del Consejo. Tiene buenas relaciones con Durao Barroso, pero se entiende que su nombramiento puede favorecer a los grandes países y los pequeños, sobre todo los tres del Benelux, tienen reticencias hacia el antiguo premier británico.
Tony Blair tiene en contra haber estado en la foto de las Azores, en una decisión, la de la invasión de Irak, que dividió a Europa y haber sido el representante europeo para el Cuarteto sobre la paz en Oriente Próximo, donde no ha hecho absolutamente nada.
Al margen de la armonización de las diferentes presidencias es y seguirá siendo fundamental el papel de los grandes países que siguen siendo Alemania, Francia y el Reino Unido. A pesar que a veces en los últimos años mire bastante hacia Rusia, Alemania sigue siendo el gran motor. Francia, la Francia de Sarkozy sigue dominada por la grandeur interna y no está funcionando la habitual sintonía franco-germana, el núcleo duro de la Union. Y el Reino Unido, si llega finalmente Cameron al poder, será un factor de desestabilización externo desde dentro, en la línea tradicional de los sucesivos gobiernos de Londres.
Angela Merkel parece poco entusiasta con la idea de tener a un gran peso político en la Presidencia del Consejo. Quiere ver, sobre todo, a un administrador o a un árbitro. Habla mucho del antiguo canciller austríaco Wolfgang Schuessel...
Un gran reto es la política exterior. Lisboa crea el puesto de Alto Representante para la Política Exterior y la Seguridad que funde los dos actuales, el que ostenta Javier Solana y el del comisario de relaciones exteriores. ¿Quién va a ser el rostro de la política exterior de la Unión? ¿El presidente de la Comisión, el del Consejo o el Alto Representante? Dependerá de quien ocupe cada puesto. Hay quien desea que el Alto Representante tenga incluso más imagen internacional que el Presidente del Consejo, que sea el rostro de la Unión en la esfera internacional.
Y, de nuevo, ¿cual va a ser papel de los grandes países? Francia, durante su presidencia, el año pasado, hizo sombra a Solana. Parece claro que los grandes van a seguir teniendo su política exterior propia, lo dice el propio Tratado. Y habrá fricciones, porque en política exterior, no como en otras materias, prevalece la regla de la unanimidad.
El proyecto europeo ha pasado la mayor parte de estos 50 años mirando hacia dentro, construyendo el mercado único, creando instituciones, discutiendo sobre medidas económicas y negociando tratados continuamente. El mayor obstáculo para una mirada exterior común es que había seis, quince o, ahora, 27 intereses, distintos en ocasiones.
Hasta ahora, el mayor logro de la política exterior europea ha sido, quizá, el de la ampliación. Queda por desarrollar una auténtica política exterior y de seguridad común, el paso más claro hacia la integración. En Bruselas, algunos analistas estiman que la Unión tardará al menos 20 años en digerir los cambios que propone ahora Lisboa en cuanto a política exterior.
La Unión Europea se ha servido de una serie de tratados, y cada uno ha sido prácticamente el germen del siguiente. Pero ahora, con Lisboa, quedan refundidos todos los anteriores y no se atisba en un futuro cercano otra nueva reforma, sino que Lisboa viene a ser la carta de trabajo para mucho tiempo. Su utilidad dependerá de la talla de los elegidos.
Una Unión bastante cansada tras varios años de debates, primero sobre la Constitución, luego sobre el reducido tratado de Lisboa tiene que tomar ahora decisiones cruciales, la de nombrar a los nuevos cargos y mostrar más ambición, quizá, que en la renovación del mandato del presidente de la comisión, el conservador Durao Barroso, un dirigente que dejó su país sumido en la crisis, y que ha sido reelegido con el apoyo de los socialistas, entre ellos los españoles por aquello de que es ibérico, aunque su elección ha sido por el sistema del mínimo común denominador, es decir una vía pobre. Daniel Peral para euroXpress