En el juego diplomático y de la geopolítica, se puede ganar o ceder; pero nunca conviene dar la impresión de que se busca la humillación del otro. La historia prueba lo peligroso que es. Y justificada o injustificadamente, eso es lo que parece percibir Vladimir Putin ante un Occidente que lo culpa (al cien por cien) del conflicto que desgarra Ucrania y Europa. Vale la pena reflexionar sobre ello a la hora de la iniciativa Merkel-Hollande.
«Il est cinq heures/ Paris s'éveille/ Paris s'éveille/ Les journaux sont imprimés/ Les ouvriers sont déprimés». decía la canción de Jacques Dutronc. Parece que a esa hora alguna gente ya hacía cola. Y poco después de las siete de la mañana, cuando nosotros llegamos al quiosco, nada de nada. Charlie Hebdo está agotado en los 27.000 puntos de venta de prensa de Francia. Otras varias publicaciones impresas también.
«Ahora nos toca seguir luchando contra el odio todos los días», nos dice Robert Bandinter, quien fuera histórico ministro de Justicia y principal impulsor de la supresión de la pena de muerte en Francia (en 1981). Se ha parado a hablar con mi grupo de periodistas-manifestantes, que hemos empezado juntos la jornada, hacia el mediodía, entre el Sena y la estación de Austerlitz. Le doy las gracias a Badinter por su defensa de las libertades, por haber dicho que las víctimas de Charlie Hebdo son «héroes de la libertad».
Kong la movilización callejera quiere hacer avanzar las libertades, en París las últimas manifestaciones tuvieron un sentido reaccionario y opuesto a las aperturas sociales. Resulta paradójico, este regreso de la oleada La Manif pour tous (LMPT), que se fraguó como agrupamiento de colectivos diversos opuestos al matrimonio entre personas del mismo sexo. No lograron evitar la ley Taubira (por el apellido de la ministra) que lo autoriza, pero ahí siguen.
Por Paco Audije
La profundización democrática y la transparencia política vienen de la mano (bondadosa) de las nuevas tecnologías. Ahí tienen ustedes una leyenda imbatible, un gran cuento de hadas del siglo XXI que recrea (utiliza) ciertas mitologías utópicas del XIX. Respecto al periodismo impreso, no queda sino acordar su hora de cierre. Triunfará el bien. No sé si terminará siendo así, pero deberíamos mirar de cerca los intereses de los nuevos profetas de las llamadas redes sociales, del periodismo y de la cultura digital. Tras sus ojos de Caperucita, una cierta mirada más propia de lobos.Mientras en algunos lugares de Estados Unidos, la población se moviliza de nuevo contra el racismo mortal de algunos comportamientos policiales, en Francia se celebra estos días el 70 aniversario de la Liberación de París. Y eso sucede justo el mismo día, en que se clausura una exposición magnífica titulada «Great Black Music» (GBM), donde los sonidos de origen africano más insertos en nuestra cultura se unen a los relatos de las luchas contra la segregación, el apartheid y la esclavitud. Me parece una coincidencia llena de significado.
En su fuero interno, los periodistas actuales son escépticos sobre la panoplia (variopinta) de soluciones (milagrosas) que se ofrecen, aquí y allá, para «salvar» los medios de comunicación (digitales o tradicionales). En esa milagrería se incluye siempre una cierta jerga obligatoria que estigmatiza sobre todo a los medios «tradicionales», sobre todo a los impresos, a los que se condena a una pena capital ya inminente. Con el miedo en el cuerpo, juntos de la mano hacia el cierre definitivo.