«La ética ambiental está basada en el concepto de que la gente asuma su responsabilidad en la preservación de los recursos naturales y de la biodiversidad. Al subrayar este aspecto, tratamos de combatir el lugar prioritario que el crecimiento económico, que ha ocupado en otras cumbres», dice Ryoichi Yamamoto, especialista en desarrollo y profesor de la Universidad de Tokio.
Los activistas temen que el debate sobre el futuro del planeta vuelva a tener un fuerte énfasis en el uso de tecnologías para combatir la contaminación y la explotación de los recursos naturales, y favorecer así el crecimiento económico, como ha ocurrido desde que el desarrollo sostenible pasó a ser un tema global en 1992.
Ese enfoque -dicen- no ha garantizado una adecuada protección de los recursos naturales ni de los ecosistemas en peligro.
Por ejemplo, más de 100 países se pusieron de acuerdo en el ambicioso objetivo de mantener el calentamiento global en menos de dos grados, poniendo un límite a las emisiones contaminantes de 100.000 millones de toneladas de dióxido de carbono hasta 2050. Pero, al parecer, es imposible que esa meta se pueda cumplir.
Numerosos estudios indican que ya se ha emitido un tercio de la cuota permitida en los últimos nueve años en el mundo, en especial desde que las grandes economías como China e India pasaron a ser grandes contaminantes. Además, pese al crecimiento económico de más de un ocho por ciento en países como China e India, la brecha entre ricos y pobres se agranda.
El Índice de Desarrollo Humano, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, señala que la esperanza de vida, el analfabetismo y la mortalidad infantil son casi siete veces mayores en los pequeños pueblos de China que en las grandes ciudades.
Para contrarrestar esa tendencia alarmante, Yamamoto encabeza una campaña para crear el Grupo de Ética para una Civilización Ecológica, como agencia especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). La iniciativa trata de fortalecer el marco institucional del desarrollo sostenible mediante la colaboración entre la ciencia, la cultura y la religión.
Excelentes investigaciones científicas, que evalúan desde la vulnerabilidad de los ecosistemas hasta el crecimiento económico, ofrecen un amplio conocimiento para incidir en las decisiones políticas, dice. «Pero lo que falta es un desarrollo sostenible basado sobre la perspectiva de una civilización ecológica, que pueda existir en armonía con los sistemas naturales», añade.
La propuesta de un enfoque ético para encontrar soluciones en Río+20 cobró fuerza en Japón tras la catástrofe nuclear de marzo de 2011. «El desastre llevó a la revisión del éxito económico de Japón. A pesar del gran crecimiento de posguerra, lo ocurrido fue una dura lección sobre la vulnerabilidad de los materiales enriquecidos y convenció a la población de que la protección del medio ambiente no puede quedar en segundo lugar», explica.
El apoyo público a la energía nuclear disminuyó de forma drástica, casi un 70 por ciento de la población se opone a recuperar los reactores, pese a que hasta el desastre de 2011 se consideraba el eje del desarrollo en este país de pocos recursos.
Las encuestas de opinión indican que ni siquiera la amenaza de escasez de energía durante el verano ha hecho que la población dejara de rechazar la energía nuclear.
Esfuerzos locales
Hace cinco años, Teruyuki Matshushita inauguró el Club Donguri (bellota), una pequeña organización dedicada a crear conciencia sobre el papel de la selva en la prefectura de Mihama, donde también hay tres reactores nucleares. «Mi trabajo contra la energía atómica supuso un gran desafío, para lograr apoyo público tuve que demostrar que la selva puede ofrecer empleo que fomente un desarrollo sostenible. Por eso comencé el Club Donguri, educamos a la gente y nos ganamos la vida con la tala y la venta de productos como flores», dice Matsushita. El Club Donguri tiene cinco empleados fijos, además de los voluntarios.
Dado que más de la mitad de la población mundial trabaja en la agricultura, Takumo Yamada, de Oxfam Tokio, subraya que Río+20 es una plataforma crucial para discutir alternativas a un sistema en el que las corporaciones multinacionales fijan la agenda que afecta a millones de agricultores en los países en desarrollo.
«El discurso en Río de Janeiro no debe estar dominado por compañías ricas que muestren productos de alta tecnología como solución para los gobiernos que quieren erradicar la pobreza y lidiar con los problemas de energía», dice. «Debe de haber un cambio de paradigma en la forma de pensar en Río+20. Debemos trabajar en el ámbito global para lograr justicia ambiental y objetivos de igualdad y sostenibilidad», añadió.