El compromiso que se trajo Santos de su última visita a Europa para sacar de los «bolsillos» de Bruselas y de los estados de la Unión una parte importante de los 90.000 millones de dólares (unos 45.000 millones de dólares o 35.000 millones de euros) que ayuden a financiar las inversiones imprescindibles para implementar los posibles acuerdos de paz, no es tarea fácil, ni cosa hecha, como se ha querido presentar internamente.
Son conocidas las dificultades presupuestarias de la Unión Europea y los recortes, en la mayor parte de los casos, congelación en otros, de los fondos de cooperación en este leonino ajuste presupuestario que ha impuesto —incluso en muchas constituciones nacionales— lo que algunos cómicos denominan ya como el nuevo «IV Reich» germano en Europa: la austeridad.
Sin embargo, tal ejercicio de solidaridad plena con Colombia en ese grado y cuantía no será gratis et amore, conociendo como sabemos las contrapartidas exigibles anexas a este tipo de «regalos» que al final resultan ser «préstamos» y la letra «pequeña» de los intereses, más o menos confesables, en estos ámbitos políticos, económicos y, sobre todo, financieros de la cooperación internacional «desinteresada», venga de donde venga.
Llegados a este punto de optimismo exagerado, conviene recordar la «ley de oro» del método presupuestario general que rige en la Unión Europea y de forma muy especial en la cooperación al desarrollo: el sistema de la cofinanciación por parte del receptor, también denominado ejercicio de corresponsabilidad financiera, que obligaría a Colombia a poner una parte idéntica claramente identificable, controlable y simultáneamente ejecutable, para poder librar cada una de las partidas asignadas de este «generoso» regalo.
En este sentido, los proyectos que podrían financiarse para la construcción de paz por 13,5 millones de euros (US$17 millones), de los que se habló durante dicha visita europea y previstos para los próximos dos años en cuatro regiones de Colombia, para su definitiva puesta en marcha deberán ser discutidos formalmente, aprobados bajo estos presupuestos y sujetos a los condicionantes presupuestarios descritos.
Acorde a la posición mayoritaria europea cuando hablamos de estas cuantías, los proyectos estarán supeditados a unos requisitos exigentes en la ejecución para conseguir mayores logros tangibles que en anteriores intervenciones, una transferencia inmediata a los beneficiarios directos y una sostenibilidad mayor que la conseguida por otros megaproyectos de la UE en Colombia.
Un ejemplo: los «Laboratorios de Paz», de gran visibilidad, logros limitados —unos destacables— pero escasa permanencia y continuidad. Acorde a las labores preparatorias del Gobierno colombiano, es recomendable que dichos proyectos refuercen los «eslabones» más débiles en el escenario territorial de superación de la violencia: municipios, gobernaciones y organizaciones de la sociedad civil —especialmente de víctimas—, evitando las labores eternas de identificación y los grandes fastos, foros nacionales y regionales, que sólo sirven para establecer ciertas alianzas y conseguir primeras páginas en los medios para gran visibilidad de los entes cofinanciadores.
El «regalo» europeo lleva un moño que lo hace especialmente atractivo: la posible creación de un fondo fiduciario (como el que la UE usó con la República Centroafricana) al que los países aportarán recursos para financiar proyectos que hagan efectivos los acuerdos de paz: sustitución de coca por otros cultivos, desarrollo de las zonas más castigadas por el conflicto y retorno de los desplazados, entre otros.
Incluso, Ángela Merkel anunció que si se llega definitivamente a este acuerdo y existe una posición común aceptada por los socios europeos, su gobierno respaldará el proceso con 75 millones de euros (unos US$93,5 millones) en los próximos dos años. Y por si fuera poco, también un crédito a diez años hasta por 100 millones de dólares con el Banco Alemán de Desarrollo, KfW, para la reparación de las víctimas del conflicto, la reintegración de los guerrilleros y el desarrollo rural.
Todas estas acciones se aproximan mucho al «sueño» inicial de Santos cuando pedía al niño Dios, un nuevo «Plan Marshall» para Colombia. Pero ese sueño, hecho realidad en parte, puede correr el mismo riesgo y cometer algunos de los errores del Plan original de 1948, destinado a reconstruir la Europa de posguerra cuando, una vez planteado, fracasó en una parte significativa por la situación de división interna y la crisis de deuda significativa del donante y también por incapacidad para una gestión amplia y participativa del beneficiario; en resumen, las propias limitaciones de una asociación compleja.
El apoyo de la UE debe ser proporcional y complementario al esfuerzo de sectores internos en Colombia, como el empresarial, que deberá dar una «paso adelante» para demostrar que su patriotismo no se circunscribe al balance de su cuenta de resultados.
Sin embargo, el esperado regalo bajo el árbol navideño del Palacio de Nariño encuentra serias dificultades por un cambio en el escenario financiero y presupuestario de la Unión que puede condicionar ese voluntarismo inicial de cooperación generosa y la posición alemana respecto a la «cuestión colombiana».
Dos decisiones hacen saltar las «luces rojas» de la austeridad en la estabilidad presupuestaria y el rigor en el gasto público exigible a los Estados de la Unión —mantenido como dogma de fe hasta ese momento—, cuando Francia e Italia rompen el compromiso de control del gasto público en sus proyectos de presupuestos para 2015. Todo ante la «vista gorda» de la Comisión Europea y el Ecofin, la mirada sorprendida de los socios de la susodicha Comisión Europea en la Troika (Banco Central Europeo y FMI) y el enfado de Alemania ante semejante vulneración y el «indulto» a los incumplidores.
Y justamente un mes después de la visita de Santos, Merkel pide a Francia e Italia que hagan las reformas y ajustes que les permitan cumplir con los objetivos de déficit acordados con la UE. Todos estos factores hacen difícilmente justificables partidas de gasto extraordinarias, excepciones en la ejecución presupuestaria con reasignaciones no previstas y/o aportes extraordinarios a «fondos» de nueva creación específicos, como sería el colombiano.
La cooperación europea se rige bajo el discutido, pero siempre presente, principio de «condicionalidad democrática», en donde el respeto escrupuloso de los DD.HH. es una de las máximas que condicionan directamente los fondos de cooperación a gobiernos que, como el colombiano, más allá de su apuesta decidida por la paz, en las últimas semanas ha sido objeto de serias acusaciones y «dudas razonables» por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
El apoyo de la Unión al proceso de paz es firme y decidido en el ámbito político, institucional, diplomático y financiero, pero nunca al precio de santificar el «valió todo» en la guerra porque todo será eximido en la paz en un ejercicio colectivo de olvido y perdón. El apoyo europeo se verá en peligro si va creciendo la sensación generalizada de clara impunidad y si, más allá de esos sectores políticos claramente identificables, de forma progresiva se va instalando en la población colombiana la idea de que los delitos de «lesa humanidad» y las violaciones masivas a los DD.HH. serán a «cuenta cero» con una interpretación lasa y forzada por parte del Gobierno del Marco Jurídico para la Paz.
Es claro que el apoyo firme de la UE a procesos de paz en diferentes momentos ha dejado un aprendizaje: paz sí, pero siempre que sea de común aceptación y con seguras condiciones de sostenibilidad para que sea estable y duradera. El respaldo brindado a procesos de paz como los de Centroamérica, la superación de la luchas tribales en el Centro de África —se cumplen veinte años del genocidio en Ruanda entre hutus y tutsis—, por no hablar del acompañamiento a los procesos de transición a la democracia en el Cono Sur latinoamericano o, incluso, la nueva realidad interracial sudafricana.
Todos estos casos, que en algún momento ocuparon un lugar central en la «agenda» política y de cooperación de la UE, dejaron un aprendizaje: para que no exista gran fiasco o peligro de involución en estos procesos apoyados con un gran despliegue por parte de la cooperación internacional, es fundamental el conocimiento de la verdad como pilar de una pedagogía y cultura de paz. Recuperar la memoria histórica si estaba perdida o nunca se tuvo, para desde ahí reparar económica y administrativamente pero, sobre todo, moralmente a víctimas inocentes.