El referendo celebrado el domingo mostró que una abrumadora mayoría de la población de Crimea quiere ser parte de Rusia.
Según datos oficiales, el 97 por ciento de los votantes respaldaron unirse a Rusia, con una concurrencia a las urnas del 82 por ciento de los habilitados para votar. Crimea es hasta ahora una república del sur de Ucrania.
Mucha gente celebró en las calles en ciudades como Sebastopol y Simferopol, esta última la capital regional, cuando se conocieron los resultados, pero la decisión afectó a muchas familias crimeas.
«Hay conflictos en las familias de aquí. Algunas tienen abuelos con raíces familiares rusas que apoyan a Rusia de modo muy fuerte. Luego están sus nietos, que se sienten ucranianos y que en el referendo habrán votado en contra de integrarse a Rusia», nos dijo la profesora Valery Dorozhkhin, de 39 años, de la Universidad de Simferopol.
Históricamente, grandes partes del sur y el este de Ucrania han tenido vínculos culturales estrechos con Rusia. Pero estos han sido particularmente profundos en Crimea. La península fue anexionada por el imperio ruso a finales del siglo XVIII. Sin embargo, los rusos no fueron mayoría en la región hasta después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Sucedió en gran parte después de que el dictador soviético José Stalin enviara a más de 200.000 tártaros a campos de trabajo de Asia central, bajo la falsa acusación de haber colaborado con los nazis. Casi 40.000 de ellos murieron durante el viaje.
Los pertenecientes al pueblo túrquico musulmán que vivió en la región durante siglos, fueron reemplazados en la península por rusos y solo regresaron a la región cuando la Unión Soviética comenzó a desintegrarse.
Ahora representan aproximadamente el 14 por ciento de la población de Crimea y, por su historia, muchos desconfían de Rusia.
En 1954, el entonces líder soviético Nikita Kruschev convirtió a Crimea en parte de Ucrania. Actualmente, el 60 por ciento de la población crimea es de origen ruso y todavía más tiene al ruso como su lengua materna.
Mientras formó parte de la Unión Soviética, las eventuales tensiones étnicas se mantuvieron muy contenidas. Pero desde que Ucrania se independizara en 1991 comenzaron las reclamaciones separatistas de grupos de la comunidad rusa de Crimea, con altibajos en su apoyo.
Los levantamientos políticos ocurridos en Ucrania los últimos meses exacerbaron esas tensiones étnicas.
Muchos activistas por los derechos humanos y observadores independientes destacan que la rauda campaña por el referendo estuvo marcada por hechos de violencia y represión contra comunidades no rusas y contra quienes apoyaban al nuevo gobierno ucraniano en Kiev.
Sin embargo, no es solo una línea ideológica la que divide a los ucranianos nativos de los de origen ruso. También existe una notoria división política entre los más jóvenes y los más viejos. Los jóvenes fueron mayoría entre los miles de manifestantes que apoyaron que Crimea siguiese siendo parte de Ucrania.
Los más jóvenes solo han conocido una Crimea integrada a Ucrania y se sienten confundidos, y en algunos casos incluso temerosos sobre cómo será su vida bajo un régimen diferente. «En este momento la gente más joven lo tiene especialmente difícil en Crimea. Ellos se ven a sí mismos como ucranianos, se sienten ucranianos», nos dijo Dorozhkhin.
Esta preocupación sobre el futuro inmediato ya ha llevado a algunos a pensar en irse de Crimea. Hay casos de familias que han decidido abandonar la región, mientras que otros están preocupados por sus trabajos.
Algunos ucranianos residentes en Crimea aseguran que perdieron sus empleos cuando comenzó a percibirse que apoyaban a las autoridades de Kiev. Vladimir Vasylenko, de 37 años, trabaja en una organización no gubernamental en Sebastopol. Su estado de ánimo resume el de todos aquellos que están preocupados por el futuro.
Casi al borde de las lágrimas, nos explica que teme que la actitud negativa de las autoridades rusas hacia las entidades de la sociedad civil haga peligrar su trabajo. También dice que está preocupado por no tener idea de cómo será en general la vida bajo el régimen ruso.
«Me pregunto si debo irme o no. A veces pienso que sí, que lo haré, pero mi madre y mi abuela no se irán, porque no quieren irse. Tengo que pensar en ellas también. Simplemente no sé qué hacer. Lo peor es que nadie sabe qué es lo próximo que ocurrirá», señala.
En Crimea, las tensiones persisten pese al apoyo abrumador a unirse a Rusia que arrojó el referendo.
La población tártara, que constituye el 13 por ciento de los habitantes de la península, boicoteó la consulta. Las comunidades tártaras tienen cada vez más miedo: muchos de sus integrantes desconfían de Rusia por lo que les ocurrió a sus ancestros bajo el régimen de Stalin.
Los tártaros denuncian que sus comunidades tienen cada vez más miedo a ataques de grupos de autodefensa prorrusos, que deambulan por las calles en la noche. Según ellos, en ocasiones al despertar se han encontrado cruces blancas pintadas en las puertas de sus viviendas.
En respuesta, han formado sus propios escuadrones de autodefensa, que controlan áreas con poblaciones tártaras, mientras que otros custodian mezquitas.
Por el contrario, quienes respaldaron la integración a Rusia avizoran ahora un futuro brillante para Crimea.
Aleksandr Pavluk, de 54 años, vive en Simferopol y trabaja en una de las industrias clave de Crimea, el turismo. «Aquí todo está bien después del referendo. Estamos todos muy felices y la población anhela ser parte de Rusia», nos dice.
«Todos pensamos que tendremos un gran verano, cuando esperamos que lleguen muchos turistas, tanto de Rusia como de Ucrania», agrega.