El pontífice, el primero de origen latinoamericano, defendió con elocuencia el tendido de puentes: «Puede generarse una tentación a la que hemos de prestar especial atención: el reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos, permítanme usar la expresión, en justos y pecadores», señaló el argentino Jorge Mario Bergoglio.
«El mundo contemporáneo con sus heridas, que sangran en tantos hermanos nuestros, nos convoca a afrontar todas las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos. Sabemos que en el afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir alimentando el enemigo interior», continuó.
Esta es una declaración importante en Washington, una ciudad presa del estancamiento político partidista, y en medio de una campaña presidencial poco conocida por su civismo.
Francisco se lamentó de que tanta gente viva en «la trampa de la pobreza» y señaló que «la lucha contra la pobreza y el hambre ha de ser combatida constantemente, en sus muchos frentes, especialmente en las causas que las provocan. Resulta tentador dividir esos dos mensajes - trabajar juntos, ayudar a los necesitados - en dos cosas separadas, dos elementos fáciles de marcar en la lista de tareas pendientes de la sociedad. Sé bueno. Ayuda a los demás.
Pero este papa estaba diciendo mucho más.
El mensaje de Francisco es que, si no trabajamos juntos, no podemos ayudar a las personas vulnerables. Que todos y cada uno de nosotros debe contribuir a un mundo construido sobre «esperanza y reconciliación, de paz y de justicia».
«El reto que tenemos que afrontar hoy nos pide una renovación del espíritu de colaboración», añadió. Llevarse bien con los demás no es solo algo bueno sino que es nuestro deber moral, porque los más vulnerables cuentan con nosotros.
El papa no deja dudas acerca de los desafíos que enfrentamos. La pobreza y la desigualdad lideran la lista. Desde que asumió el pontificado, Francisco vinculó de manera hábil y específica las enseñanzas religiosas sobre la pobreza y la compasión con las políticas fiscales, comerciales y relacionadas con la deuda que dan forma a nuestra economía mundial.
Criticó la evasión fiscal ante dignatarios de paraísos fiscales conocidos. Pidió un proceso de quiebra internacional para los países, en respuesta a la crisis de la deuda griega. Denunció a la austeridad por su nombre, describiéndola como algo malo para los pobres.
En su discurso ante el Congreso estadounidense, Francisco habló sobre «las estructuras injustas». No las identificó, pero toda persona que lo escuche habitualmente sabe a qué se refería.
No por error se refirió a la «economía» de inclusión o exclusión. El papa reconoce que, el hecho de que los más vulnerables no tengan suficiente dinero para alimentar a sus familias es el resultado directo de las políticas económicas concebidas en las capitales de todo el mundo. Todos tenemos un papel en la formación de esa economía. Y cuando trabajamos juntos, podemos darle una forma mejor.
Nuestra organización, Red Jubileo Estados Unidos, fue fundada por líderes religiosos y el papa Juan Pablo II para cambiar esas políticas económicas. Hemos logrado una reducción de 130.000 millones de dólares en la deuda externa de los países más pobres del mundo, dinero que redujo las tasas de mortalidad infantil, construyó escuelas y clínicas, eliminó tarifas sanitarias en el medio rural africano y mucho más.
Lo logramos gracias a que legisladores del partido Republicano y del Demócrata trabajaron juntos.
De George W. Bush a Barack Obama, pasando por Pat Robertson a Jesse Jackson, forjamos un amplio consenso. No era inevitable. El presidente del Banco Mundial, Jim Kim, señaló recientemente que cuando el movimiento Jubileo comenzó en la década de 1990, nadie pensó que tendría éxito.
Pero porque hemos trabajado juntos a través de las divisiones políticas, ahora Kim considera que la obra de reducción de la deuda que hizo Jubileo es una razón principal para el crecimiento económico del continente.
Tenemos otros grandes retos que superar. Más de mil millones de personas viven en la pobreza extrema. Las crisis de la deuda se están extendiendo, en Grecia, Puerto Rico, El Salvador.
El mundo en desarrollo pierde casi un billón de dólares cada año por la delincuencia, la corrupción y la evasión fiscal, dinero que podría destinarse a la construcción de escuelas y hospitales en los países más pobres del mundo.
Francisco observó en su discurso que estas mismas estructuras no solo causan la pobreza, sino que fomentan los conflictos y la inestabilidad. El Congreso estadounidense puede hacer mucho para ayudar, pero será más eficaz si puede lograr la cooperación de ambos partidos.
Tómese, por ejemplo, el hecho de que Estados Unidos es uno de los países que ofrece las mayores facilidades del mundo para crear empresas ficticias anónimas que mueven el dinero sucio. Los delincuentes usan estas empresas ficticias para estafar a los estadounidenses, robarles a los países en desarrollo e incluso financiar el terrorismo. Nuevas leyes podrían cambiar esa situación, y eso solo avanzará con el apoyo de ambos partidos.
Cuando Francisco nos alienta a trabajar juntos, tanto demócratas como republicanos deberían tomar nota. El papa no ofreció un mensaje liberal o conservador, sino uno acerca de poner a la gente en primer lugar, y a los más vulnerables en el centro de nuestras vidas políticas, morales y espirituales.