Las grandes empresas petroleras y eléctricas que durante años han gastado grandes cantidades de dinero en negar el cambio climático, reconocen ahora que hay que reducir las emisiones de CO² a la atmósfera que ellas mismas producen. Los derechos de emisión de dióxido de carbono, su captura y almacenamiento se han convertido en un lucrativo negocio y además no tienen que renunciar a la explotación de los combustibles fósiles.
Los métodos en los que se trabaja en este momento consisten en atrapar los gases de efecto invernadero, someterlos a un tratamiento para extraer el CO² e inyectarlo en el subsuelo donde se calcula que continuará almacenado dentro de 1.000 años... si no pasa nada.
Una técnica que conocen muy bien las petroleras que emplean este sistema para extraer crudo de sustratos poco accesibles. Incluso pueden utilizar pozos en desuso para almacenar el dióxido de carbono, con lo cual matan varios pájaros de un tiro.
Otro sistema es el almacenamiento en el fondo marino. Ya se hace en el mar del Norte. La noruega Statoil separa el CO² del gas natural que extrae y lo deposita a más de mil metros de profundidad en un sustrato salino. Shell, Total, BP... tienen parecidos proyectos en marcha.
Estas técnicas se podrían aplicar en la extracción del combustible más abundante y más contaminante: el carbón. Las economías emergentes no están dispuestas a renunciar a él. En los últimos dos años, China se ha convertido en el primer constructor del mundo de plantas de carbón, se construyen a razón de una por mes. Según un informe de la Agencia Internacional de la Energía, China e India reúnen un cuarto del incremento previsto de demanda energética hasta 2030. Y dos tercios de esas necesidades de energía las va a cubrir el carbón.
Naturalmente EEUU y el resto de países desarrollados, España entre ellos, han decidido que no van a abandonar este mineral que tan buen resultado da para alimentar las centrales eléctricas. ¿Que produce lluvia ácida y emite cantidades enormes de dióxido de carbono a la atmósfera?, que importa. Cientos de científicos con muy buenos presupuestos se dedican a idear proyectos para minimizar estas consecuencias indeseadas.
Y además ejercitan la imaginación, como ese equipo de investigadores británicos y norteamericanos que han encontrado una solución para impermeabilizar el fondo rocoso en el que se almacena el carbono: utilizan la urea procedente de las plantas de residuos urbanos para alimentar a las bacterias del suelo, estas producen una especie de baba que se adhiere a la superficie porosa de las rocas y evita las fugas del CO². Otra solución es depositarlo en capas salinas en el fondo marino. Organizaciones ecologistas advierten del peligro que representaría un movimiento sísmico que permitiera al CO² fugarse a la atmósfera o la acidificación del agua del mar, que se produce en el segundo caso con la consiguiente pérdida de biodiversidad.
Para Greenpeace no es más que engordar a las grandes empresas más contaminadoras. Gary Shaffer, profesor del Centro Danés para las Ciencias de la Tierra, opina que el almacenamiento en el fondo del océano puede «crear graves problemas» a la vida submarina y por ende a la cadena alimenticia. Aunque él considera que existe un riesgo mayor, que ese gas vuelva a la atmósfera llevado por las corrientes marinas o las tormentas. La mejor opción, según el informe de Shaffer es encerrar el gas debajo de la tierra, pero siempre que no haya fugas significativas. Aunque nunca se pueden descartar los movimientos sísmicos que podrían liberar el dióxido de carbono.
Por increíble que parezca la captura y almacenamiento del CO² (CAC) ha puesto de acuerdo a la mayor parte de los grandes actores: Gobiernos, muchos científicos y los grandes lobbys empresariales... ¿Será cierto que es la gran solución? La UE por su parte, considera que de este modo podrá alcanzar los objetivos de reducción de emisiones a la atmósfera y se ha puesto a la cabeza de las iniciativas internacionales con una docena de proyectos, uno de ellos en España, y entre 6.000 y 10.000 millones de euros.Porque estas tecnologías no son nada baratas
Bruselas ha modificado sus ayudas estatales para dar prioridad a estos proyectos. En España hay una iniciativa en Puertollano participada por Endesa, Iberdrola y otras empresas extranjeras y la más reciente de Compostilla en León, ubicada en una de las más antiguas y contaminantes centrales térmicas españolas. La Comisión Europea la financia con 180 millones de euros y participan Endesa y la Fundación Ciudad de la Energía.
Para muchos las CAC significan seguir apostando por las energías fósiles y dejar de lado las renovables. El futuro puede estar lleno de grandes centrales térmicas produciendo CO² en abundancia que será capturado y trasladado por enormes redes de ceoductos hasta almacenes subterráneos donde permanecerá por más de 1.000 años. Y todos contentos.