Así, decir a los franceses que los miembros de otras culturas minorías ponen en peligro la identidad «superior» de la cultura francesa es tanto como llamar a rebato a las huestes de Le Pen y a quienes creen que la «grandeur» pasa por la separación, o la expulsión, de todos aquellos que pudieran ser un peligro de contaminación. El ministro del Interior frances, hijo de padres españoles, ha dicho que la integración de los gitanos en Francia es sumamente difícil «porque sus modos de vida son extremadamente distintos de los nuestros y chocan con nuestra cultura».
Algunos creíamos que con Françoise Hollande en la presidencia del Gobierno las cosas cambiarían, pero ya vemos que no ha sido así. Y mientras Sarkozy se frota las manos de alegría, el gobierno francés ya ha deportado en los seis primeros meses de este año a más de 10.000 gitanos, mujeres niños y ancianos. Esta es una cifra récord han afirmado los representantes de Amnistía Internacional. Cifra que ni siquiera fue superada por el denostado Sarkozy.
Pero Manuel Valls es como el rayo que no cesa. Y a él debe gustarle porque ya es el ministro más popular de Francia. En los tiempos que corren los racistas de siempre se deben sentir muy reconfortados cuando el ministro francés asocia a la minoría gitana con la delincuencia y la mendicidad.
Cosa intolerable, incluso para algunos compañeros suyos ministros como él. El ministro de Industria. Arnaud Montebourg, consideró que las declaraciones de Valls fueron «excesivas» y que debían ser «corregidas». Pero el titular de Interior respondió a su colega de gabinete que «no hay nada que corregir» y que sus declaraciones «sólo molestan a los que no conocen el asunto». Lo mismo que dicen en España algunos que luego escriben en los periódicos o hablan por las emisoras de radio.
Y después de decir esto debió mirar en el zurrón electoral de su partido para comprobar que habían entrado unos cuantos miles de votos más, los mismos que había perdido el Frente Nacional de Le Pen que es el verdadero y genuino lider del racismo en Europa desde la finalización de La II Guerra Mundial.
Hoy sufrimos por nuestros hermanos rumanos y búlgaros y nos desesperanzamos cuando vemos que ni con unos ni con otros tienen nuestros males remedio. A los gobernantes de la derecha conservadora de Sarkozy le ganamos la batalla porque logramos que todo el mundo se les echara encima criticando aquellas deportaciones.
La Iglesia, las Instituciones Internacionales, la Comisión Europea, el Parlamento Europeo y el mundo de la cultura hizo piña con nosotros y la cosa no fue a más. Luego el señor Sarkozy perdió las elecciones. No podía ser de otra forma cuando quienes votaban eran los herederos de la revolución de 1789 que hizo posible la instauración en el mundo civilizado de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Pero ahora la decepción nos la está causando François Hollande. Creiamos que con él las cosas cambiarían. El lo prometió durante su campaña electoral dando así una muestra inequívoca de valentía y coherencia con los principios que supuestamente su partido debería defender. Pero ha tenido la desgracia de cruzarse en su camino con Manuel Valls quien, siguiendo los pasos de Sarkozy que fue ministro del Interior antes que presidente del Gobierno, seguramente querrá seguir la misma carrera política y desbancar a Hollande del Palacio del Eliseo para colocarse él.
Viviane Reding, la comisaria europea de Justicia, lo ha manifestado con absoluta claridad: «Existen unas reglas europeas, firmadas por Francia, de libre circulación de ciudadanos europeos. Y no son gitanos, son individuos. Solo una decisión de la justicia puede permitir su evacuación si han hecho algo que va contra las leyes del Estado».
Sarkozy perdió las elecciones y Hollande las perderá también si no rectifica. Salvo que todos nos hayamos vuelto locos y pretendamos convivir en un mundo salvaje donde el Estado de Derecho desaparezca, donde no se respeten las leyes, donde se gobierne a golpe de manifestaciones más o menos multitudinarias y donde las sentencias de los tribunales que no sean de nuestro agrado no se cumplan.
Y por desgracia, cuando suceden estas cosas, cuando se impone la fuerza de la masa frente a la fragilidad de las leyes, los que salen perdiendo siempre son los mismos: los más pobres, los más débiles, los más indefensos.