Una serie de la cadena pública France3 recrea la vida de los franceses bajo la ocupación nazi («Un village français»). Se basa en la idea de que «el 95% de los franceses no fue ni colaboracionista, ni resistente», según Emmanuel Daucé, productor. Se me ocurre que las personas que me rodean tampoco oyen, quizá no quieren escuchar las sirenas. Siguen adelante con sus rutinas particulares. A mí, sin embargo, se me ocurre que la alarma se puede relacionar también con el 70 aniversario de la liberación de Córcega, primer territorio francés liberado del yugo nazi. Fue en estas mismas fechas, hace 70 años, cuando el fascismo empezó –de verdad- a retroceder en toda Europa. Quizá la alarma suena también para recordarnos que lo que fue vencido, puede que no lo fuera para siempre. Y en la Francia actual, no faltan algunos síntomas inquietantes. Haré un cierto repaso para despistados.
Amenazas y emociones en las redes sociales
Julie del Papa, militante de izquierdas de Marsella, ha recibido cientos (sí, cientos o miles) de amenazas de violación y de muerte, con referencias a Auschwitz, por citar en su blog una manifestación anti FN. La lectura de esos tuits, racistas y virulentamente machistas, es escalofriante, por su violencia verbal extrema. Samuel Thomas, activista social y experto en el uso delincuencial de ese tipo de redes, ha detectado su origen: «Provienen de ciberactivistas antisemitas y neonazis que están activos en sitios conocidos que publican en francés».
En diversos lugares del país, varios atracos han terminado en disparos, a veces de auto-defensa, según la calificación legal. En Marsella, las muertes violentas por -o entre- delincuentes contribuyen a fomentar la inquietud. En esas aguas nada bien el FN. Su candidato allí para las próximas municipales, Stéphane Ravier, es hijo y nieto de comunistas (Journal du Dimanche, 8 de septiembre). Los atracos despiertan el debate sobre la seguridad, tema que ya aupó los porcentajes de Jean-Marie Le Pen en el pasado.
Entre los casos más mediáticos, el de un joyero de Niza, 67 años, que mató de un disparo por la espalda a uno de los dos jóvenes atracadores que huían después de robar apuntándole a la cabeza con un arma. El suceso tendría varios ángulos posibles, pero surgió uno nuevo, inesperado: en Facebook, más de millón y medio de ciudadanos declaró -a toda velocidad- su solidaridad con el autor de los disparos. Inquietante.
El discurso FN en boca de otros
La debilidad de los demás refuerza al FN, que ve cómo un día Manuel Valls (socialista, ministro del Interior) y otro François Fillon (exjefe de gobierno de Sarkozy) dictan frases propias de Le Pen. Marine Le Pen aprovecha para declararse «centro» de la vida política; su partido trata de ofrecer una imagen «profesional». Un sondeo de principios de verano daba a su partido un 26% a escala nacional, casi un 30% en las municipales, que llegarán en marzo de 2014. ¿Van a votar otra cosa esos ciudadanos por las declaraciones duras del ministro Valls hacia las comunidades romaníes procedentes de Rumanía y Bulgaria? ¿O van a confirmar su vaga idea de que el FN está en lo cierto y puede ser la solución?
Francia ante la libre circulación en la UE
Cerca de Pantin (municipio al NO de París), he sido testigo una mañana del desmantelamiento fulgurante del campamento improvisado de romaníes del este de Europa. En el primer semestre de 2013, «la República Francesa dejó sin techo a más de 10.000 romaníes» (El País, 29 de septiembre). La disputa del vivero electoral del FN desquicia tanto a una cierta clase política francesa, no solo en la derecha, que marca incluso sus posiciones europeas: Francia pone obstáculos a la libre circulación prevista el 1 de enero de 2014 para los ciudadanos de Bulgaria y Rumanía. Según Ezra Suleiman (profesor en la universidad de Nanterre), «Francia no es un país racista, pero no tendrá paz social en el inmediato futuro hasta que lleve a cabo una verdadera política de integración» (Le Monde, 25-26 de agosto de 2013).
Para dirigentes como Valls, se trata de pescar votos, quizá no tanto en el FN, como en el 26% de votantes (encuesta IFOP realizada a finales de septiembre) predispuestos a castigar a los partidos mayoritarios votando otras opciones, entre ellas al FN de Marine Le Pen. Absurdo. Pasadas experiencias prueban que el votante que duda si votar al FN prefiere siempre el original. Rehúye respaldar sucedáneos. Puede estar desorientado, pero no votará a un político que parezca carecer él mismo de brújula.
Una extrema derecha más desinhibida
En junio pasado, un joven, Clément Méric, fue víctima mortal de un enfrentamiento, que él creyó verbal y menor, con un grupo de militantes del grupúsculo nazi Tercera Vía. El caso mereció páginas enteras en los diarios. De entonces rescatamos la frase de alguien próximo ideológicamente a Méric: «Los jóvenes nazis se pasean completamente desinhibidos» (Libération, 26 de junio de 2013).
Francia acababa de vivir meses de una larga, histórica, amplia movilización conservadora, contra la ley que aprobaba el matrimonio de los homosexuales (votada en primavera). Para el politólogo Pascal Perrineau (Le Monde, 27 de abril), esos manifestantes franceses recordaban a otros, que se opusieron (en 1984) a la reforma educativa preconizada por François Mitterrand.
En las manifestaciones recientes han confluido cargos electos de la derecha clásica francesa (UMP), del FN, un cierto mundo católico tradicional, simpatizantes de los métodos y la ideología del Tea Party de EEUU y extravagantes personajes de la farándula (Frigide Barjot). Cientos de miles de personas en las calles de París y de otras ciudades. Hablaban de «una forma de desobediencia civil» y eso no parece haber terminado del todo.
Varios alcaldes alegan objeción de conciencia para no cumplir la ley. Han planteado un recurso ante el Consejo de Estado, que ha aceptado transmitirlo al consejo Constitucional, presidido por Jean-Louis Débré, exministro del Interior y que fuera también presidente de la Asamblea Nacional en tiempos de mayoría de la UMP (derecha).
Esos alcaldes representan a una cierta Francia rural, tradicional, no siempre bien reflejada en los diarios impresos de París; quizá mejor en sus cadenas de radio y televisión. Se trata de una sociedad bastante conservadora, históricamente católica. Recuerdo haber oído el término «cólera santa», ante una ley que consideraban indigna. Francia inscribe sus principios laicos en las escuelas, pero no por ello las principales religiones dejan de ser grupos influyentes. La Iglesia Católica sigue celebrando casi 300.000 bautismos por año y ha logrado bautizar asimismo, en 2013, a unos 14.000 menores, de entre 7 y 13 años, hijos educados por padres ateos de lo que podríamos llamar la otra Francia (reportaje en Le Monde/Magazine, 1 junio de 2013). Ese detalle habla por sí solo de la complejidad social de la sociedad actual.
Primavera francesa, segunda parte
Esos franceses, numerosos, con los que me crucé un día cerca de la estación de Montparnasse, que regresaban a sus lugares de origen, en familia; después de participar en las manifestaciones contra la ley símbolo de los tiempos, se apuntaban al lema «primavera francesa», que pretendía describir al conjunto del movimiento. No todos eran tan tranquilos y pacíficos como ellos.
Se habían cruzado con otros, procedentes de un mundo heterogéneo, de grupúsculos de extrema derecha. Éstos quizá no iniciaron aquel movimiento callejero, pero sí lo utilizaron a conciencia. Hubo esporádicos incidentes de violencia, tras algunas manifestaciones. Las portavoces extravagantes de la «primavera francesa» (Frigide Barjot) dieron paso a otras con perfil más político, con pasado en «las derechas diversas» (véase el perfil de Bétrice Bourges, en Le Monde, 20 de abril). Varias agresiones graves a homosexuales despertaron una alarma relativa. Dos diputados favorables a la ley denunciaron amenazas de muerte. Un portavoz de los grupos LGBT habló entonces de «torrentes de odio» (Le Monde, 23 de abril). Homosexuales, inmigrantes extranjeros, delincuentes urbanos, corruptos e «izquierda caviar» pueden caber en el mismo saco de ese odio antiprogresista.
Similitudes históricas
En junio, la elección parcial de Villeneuve-sur-Lot puso la piel de gallina al gobernante Partido Socialista y a la izquierda en general. El candidato del FN quedó en segundo lugar y disputó una segunda vuelta. Llegó al 46%. Se trata de una circunscripción en la que dominara previamente Jérôme Cahuzac, ministro de Hollande, jaque mate por un escándalo de cuentas opacas en Suiza y otros paraísos financieros. La demagogia del «todos corruptos» funcionaba otra vez.
Además, el FN mejora su imagen, recorta su vocabulario extremista, incluso expulsa de su seno a algunos de los más exaltados. Algunos siguen en su entorno. En julio, el ministerio del Interior declaró disueltos a varios grupúsculos. Otros parecen hibernar o mantener una cierta ambigüedad legal. Los hay con toda clase de reminiscencias del pasado petainista (Obra Francesa, herederos de la OAS, Juventudes Nacionalistas, declaradas ilegales; Generación Identitaria, Bloque Identitario, etcétera). Pescan donde pueden y el movimiento general les abrió un campo para la agitación.
Para el historiador Nicolas Delalande, «hay similitudes evidentes con los años 30 del siglo XX» (Le Monde, 29-30 de septiembre). Lo mismo sugería, con matices, Alan Riding en The New York Times (22-23 de junio): «Hablar de situación similar a la de los años 30 y la III República puede ser prematuro, pero el sistema político francés está sometido estos días a una gran tensión».
Delirios negros
Entre lo más delirante, muy minoritario, pero no menos inquietante, las denuncias del periodista experto en temas militares, Jean-Dominique Merchet. Habló de «malestar» de ciertos mandos militares, vinculados a fundamentalistas católicos del grupo Civitas y a otro grupúsculo que se hace llamar «Lys noir» (Lirio Negro).
Estos días, la reducción de los presupuestos de Defensa, el cierre de cuarteles en diversas ciudades, que vinculan su economía a su existencia, ofrece otro terreno fértil para la prédica del FN en esos lugares. En esas poblaciones quizá tampoco se ofrezca una alternativa económica a la desaparición de cuarteles. En pleno delirio, según Merchet, vuelven a existir quienes creen que el ministerio de Defensa está «controlado por la francmasonería». Tanto para el periodista citado, como para Le Monde (8 de junio), estos medios llegaron a «fantasear» sobre la formación de «un comité de salvación pública», es decir, con el golpe de Estado. Son nombres muy concretos, aislados seguramente, pero alguno tiene rango de general de 5 estrellas. Solo un cierto ambiente puede llegar a propiciar que esto salga a la luz en la Francia actual.
Ante las urnas que se acercan
El comentarista político Bernard Guetta comparaba a las clases gobernantes y a los franceses con «los enfermos de cáncer que no quieren saber nada. El Frente Nacional llegó al 46% (en la elección citada de Villeneuve-sur-Lot). Esa extrema derecha que estaba señalada desde la Liberación por su colaboracionismo (con los nazis) puede lograr una nueva legitimidad, rozar la mayoría y convertirse en inevitable» (Libération, 26 de junio).
Desde luego, no es inevitable, ni Francia está hundida, ni el resultado de las elecciones de marzo y de las europeas está fijado. Ni mucho menos. Tampoco todos sus políticos son Cahuzac, ni Marine Le Pen, ni tampoco Sarkozy. Pero las elecciones municipales, regionales y europeas se aproximan y el propio presidente François Hollande está preocupado por los porcentajes del FN. «Por ello, ha pedido a Valls que suba a la tribuna para hablar de seguridad. Hollande ha aprendido la lección de Jospin en 2002. Incluso si la economía despega, no quiere ser acusado de haber negado los (otros) problemas» (Le Monde, 29-30 de septiembre).
No es bueno negar los problemas, ni tampoco exagerarlos; pero si hay una cierta Francia enferma, los franceses y los demás europeos deberían ser conscientes de todos los síntomas. Las alarmas volverán a sonar cinco veces antes del 23 de marzo, cuando se abran en Francia las urnas para la primera vuelta de las próximas elecciones municipales. Las europeas se celebrarán solo dos meses más tarde.