Penjwin, Kurdistán iraquí (IPS) - Hasán Jishman sonríe al deslizarse sobre unos esquís por primera vez en su vida. Las condiciones de la nieve son perfectas durante el fin de semana pero aquí nadie ha oído hablar de Sochi. Él es un refugiado sirio de solo 11 años. Y estas son las montañas kurdas de Iraq.
Situada a 300 kilómetros al noreste de Bagdad y en la frontera con Irán, la aldea montañosa de Penjwin era parada obligada para las familias de refugiados que huían de la represión del régimen de Saddam Hussein (1979-2003), y lo sigue siendo para caravanas de contrabandistas que transportan su género en mulas.
Pero los pobladores locales llevan ya cuatro años esquiando en una zona que se sabe limpia de minas.La nieve ha pasado de ser sinónimo de hambre y miseria a una alternativa de ocio, una palabra casi desconocida en esta región del mundo.
La guerra siria, no obstante, sigue siendo un recuerdo demasiado reciente para la veintena de niños que han llegado a las instalaciones en autobús por la mañana. «Huimos de Siria por la guerra. Había muchos muertos y la comida era muy cara», nos explica Hasán. El niño creció en Hasaka, a 590 kilómetros al noreste de Damasco, antes de cruzar la frontera hace casi un año.
Hoy destaca una de las sensaciones que ha tenido tras calzarse los esquís: «Me he acordado mucho de los buenos momentos con mis amigos en Siria», dice.
Una sensación muy diferente a las que viven desde el 7 de febrero y hasta el día 23 los miles de atletas que participan en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, la ciudad rusa enclavada entre las montañas nevadas del Cáucaso y el mar Negro.
Hasán vive actualmente en el campo de refugiados de Arbad. Situado a 260 kilómetros al noreste de Bagdad, es uno de los seis campamentos de la Región Autónoma Kurda en los que, según datos de la Organización de las Naciones Unidas, sobreviven más de 200.000 personas procedentes de Siria.
Enfrentados a uno de los inviernos más fríos que se recuerda en la región, bajo tiendas de campaña, los niños contemplan aún incrédulos las posibilidades que ofrece un deporte que nunca pensaron que practicarían.
Tres años mayor que Hasán, Helin Kaseer ya es capaz de identificar a aquellos que forzaron su huida desde su Girke Lege natal, una aldea kurda situada 800 kilómetros al noreste de Damasco.
«Nos fuimos de Siria hace ocho meses por los combates con los islamistas. Además, varias de mis amigas fueron secuestradas y ya no podíamos ir a la escuela», explicó esta niña de profundos ojos verdes para quien la oportunidad de esquiar ha sido una «tremenda sorpresa».
Helin espera que pueda volver, dado que «muchos niños del campo querían venir pero no había sitio para todos».
«Nos gustaría tener material para muchos más pero, de momento, nos tenemos que conformar con unas pocas docenas de equipos», nos dice el monitor Igor Urizar, uno de los impulsores de la actividad.
Además, «no ha sido fácil conseguir los permisos para que pudieran salir del campamento por un día», añadió este esquiador vasco de 38 años y auténtica alma de la primera escuela de esquí de Iraq.
Antes de visitar Penjwin por primera vez en 2010, Urizar era instructor de esquí en la norteña comunidad española de Navarra, donde cada año unos 5.000 escolares de disfrutan de una semana de esquí.
Con el apoyo de Tigris, una asociación vasco-kurda de cooperación, su sueño de exportar esa iniciativa a las montañas kurdas va camino de materializarse. Los lugareños y las autoridades se muestran ilusionados ante la que ya es la primera escuela de esquí de Iraq, así como con la recién inaugurada escuela de Ranya, 430 kilómetros al noreste de Bagdad.
Falah Salah, coordinador kurdo de Tigris, asegura que el proyecto pionero cuenta, por segundo año consecutivo, con el apoyo personal de Hero Jan, esposa de Jalal Talabani, el presidente de Iraq.
Este kurdo de Kirkuk será candidato a ocupar un escaño parlamentaria en las elecciones legislativas del 30 de abril, por lo que pasa el relevo a Jalid Mohammad Qadir, director del Centro para la Juventud de Penjwin.
«Gracias a una invitación de Tigris hace tres años tuvimos la oportunidad de comprobar sobre el terreno, en los Pirineos, cómo la nieve puede ofrecer una oportunidad de desarrollo sostenible», explica Qadir.
En los últimos años, «la Escuela de Esquí del Valle del Roncal ha formado a jóvenes kurdos que son los que se encargan ahora de impartir las clases. El número de visitantes a la zona es cada vez mayor e incluso hemos recibido la visita de un grupo de holandeses y franceses», explica mientras organiza la fila de niños que esperan su turno impacientes .
Mohammad Ibrahim ya está preparado, tras atarse las botas sobre sus tres pares de calcetines. Llegado desde Tirbespiye, 700 kilómetros al noreste de la capital siria, este kurdo de 13 años sonríe, aunque asegura que nada le ayudará a borrar el recuerdo de lo que ha visto.
«Los yihadistas empezaron a acosar y a matar a los kurdos de la zona. No había comida, ni gasolina... escapamos en cuanto tuvimos oportunidad. Nunca he sentido tanto miedo en mi vida», nos explica.
Su historia recuerda a la de Noura Naamat, de 14 años. Llegó hace cinco meses desde Derik, otra localidad ubicada 700 kilómetros al noreste de Damasco, cargada de bolsas con lo poco que su familia pudo reunir antes de abandonar su hogar.
Al final de la jornada los niños suben al autobús que los llevará de vuelta al campamento. Urizar respira tranquilo tras el estrés de los últimos días, acrecentado por unas obstinadas previsiones de lluvia que, afortunadamente, no se han cumplido. No obstante, reconoce tener sentimientos encontrados.
«No puedo dejar de pensar que los niños volverán a pasar la noche bajo esas tiendas de campaña, y en esa cárcel (de hecho) que no pueden abandonar sin permiso», asegura mientras se quita los esquís y los guarda.
Por eso, asegura «solo deseo que podamos volver a repetir ésta, o cualquier otra actividad que les ayude a recuperar su infancia. Aunque no sea más que por unas horas».