«He votado Frente Nacional, sí, pero era consciente de que no votaba en unas presidenciales; ahí no habría votado lo mismo. Y quizá tampoco lo haga en la segunda vuelta», decía una señora entrevistada por un periodista de la cadena pública France 2 en la calle de una ciudad cualquiera de la región Norte-Paso-de-Calais-Picardía, donde Marine Le Pen obtuvo el 40,64% en la primera vuelta. Ni siquiera está claro para Marion Maréchal-Le Pen, su sobrina, que también sobrepasó el 40 por ciento en la región conocida por sus siglas PACA (Provenza-Alpes-Costa- Azul), logre sus propósitos en una zona de Francia donde las raíces de los llamados «frontistas» son mayores.
Impacto mediático y exasperación
Algunos piensan que esos porcentajes ya no se corresponden únicamente a un cierto voto de castigo, de advertencia, como sugería la ciudadana entrevistada en France 2. «Estamos al otro lado de la exasperación», ha declarado el politólogo Jean-Yves Camus, «se trata ya de una adhesión a las ideas del Frente Nacional». Sigo dudándolo.
Creo en un fenómeno múltiple. Confluye la ira de algunos votantes, sí, tanto de la izquierda como de la derecha clásicas, junto a una dispersa marea de fondo que se movilizó contra la aprobación del matrimonio homosexual, junto a los restos del voto desesperado de las zonas y ciudadades castigadas por la desindustrialización.
Existe, sigue existiendo, un núcleo histórico de extrema derecha que siempre ha tenido raíces históricas en Francia. Desde los 'chouans' antirrevolucionarios de la época de la Revolución Francesa a los sectores antisemitas y anti Dreyfus; que pasó luego por las ligas ultraderechistas del primer tercio del siglo XX; que constituyeron los partidarios de Pétain y el régimen de Vichy y que se desplazó después hacia los defensores de la Argelia francesa. El fundador del FN, Jean-Marie Le Pen, ya fue diputado en 1956 y 1958 (cuando el auge del 'poujadisme'), precisamente cuando el discurso oficial era contrario al «abandono» de los entonces llamados departamentos argelinos. Pero ese núcleo no constituye nada más que el origen histórico. Los cuadros del FN tienen hoy un origen más plural, en no pocos casos de desertores de otras fuerzas políticas. En este sentido, Marine Le Pen intenta ampliar sus bases electorales al conglomerado de la exasperación del que hablamos.
Para lograrlo cuenta con la segunda vuelta y con su estrategia habitual: un programa que entremezcla mensajes contradictorios, donde los temas sociales contienen con frecuencia promesas incoherentes; y un discurso anti-inmigración, ya más tibiamente anti-musulmán que antes. Pero sorprendentemente su mayor 'fond de commerce' es gratuito. Consiste en el victimismo reiterado por una supuesta demonización pública del FN. De todo ese batiburrillo, se benefician los lepenistas, que concretan sus beneficios electorales mediante un impacto mediático, muy superior al porcentaje que debería corresponderles.
Votar dando un grito
El FN fue la lista más votada en seis de las trece regiones en disputa, doce continentales más Córcega (*no celebran elecciones regionales en los territorios y departamentos de ultramar). Eso muestra que la supuesta demonización no se contradice con sus jugosos beneficios en los medios, donde las ocurrencias del FN aparecen –hasta resulta aburrido- en los períodos de calma informativa, como si fuera el único modo para que los principales medios impresos y las cadenas de televisión aumentaran sus audiencias. Es algo fácilmente constatable y que configura el fracaso del sistema político y mediático para frenar las incoherencias lepenistas.
Otra persistente, anacrónica, incoherencia es la insistencia en aplicar el calificativo «fascista» al fenómeno FN, variopinto, múltiple y complejo. Porque el FN termina pareciendo un río, pero en realidad está constituido por diversos meandros sin clara relación entre sí. En este sentido, sí estoy de acuerdo con el mismo politólogo antes citado, Jean-Yves Camus, que lo explica de manera certera: «El gran fracaso del antifascismo militante es no darse cuenta de la complejidad del fenómeno al que responde el FN. Estamos en 2015 y ya sabemos que seguir repitiendo 'F como fascista, N como nazi' no sirve ya para movilizar a nadie».
En realidad, el FN ofrece la posibilidad a un porcentaje de ciudadanos la posibilidad de expresarse y mostrar su enfado. Estúpida, contradictoriamente, si se quiere. Siguen ese camino muchos votantes que se creen abandonados por la clase política «de los privilegiados». Y dentro de esa expresión confusa, los Sarkozy, Hollande, y hasta otros como Alain Juppé (en la derecha) o Jean-Luc Mélanchon (en la izquierda), entran en el mismo saco de los coléricos y/o incomprendidos.
El fracaso ante el ascenso del FN es también colectivo, porque nadie se explaya desmontando las claves oscuras de la financiación del FN y de los Le Pen, antes y ahora. Y desde luego cuando Hollande llegó al Elíseo, no sólo los franceses sino otros europeos, pensábamos que el gobierno francés se situaría –más o menos- en el campo opuesto a las políticas austericidas. No fue así. De modo que el amplio desempleo, el olvido de la Francia rural y profunda y la relativa racanería gubernamental con unos servicios públicos -aunque se mantengan mejor que al otro lado del Canal de la Mancha- sirven de abono al voto al FN. La tentación de votarle para dar un grito es permanente.
Bajar la fiebre en la segunda vuelta
Llama la atención que durante los últimos días, y entre las voces de alarma, estén los empresarios del Norte-Paso-de-Calais-Picardía, en su mayor parte de las PYMES (pequeña y mediana empresa). Un centenar de ellos han firmado un manifiesto denunciando las contradicciones del FN: «La cerrazón del FN ante el mundo carece de sentido económico», señalan. «El programa del FN está desconectado de la realidad», concluyen. Si la alarma despertada por los resultados de la primera vuelta impulsa a una mayor participación en la segunda, es posible que esa reacción de los votantes sirva de freno ante la subida del FN.
Estamos ante un partido que se beneficia de varios fenómenos dispersos, de los errores políticos de las fuerzas democráticas y parlamentarias, de las perspectivas que ofrece un gobierno y una presidencia que apenas brillan al recuperar el discurso «de la seguridad». Si Hollande y Valls esperan lograr que el FN no suba más, deben reorientar sus miradas hacia quienes tienen ese sentimiento de incomprensión y abandono. Deberían tener claro que las políticas sociales no deberían ser incompatibles con el desarrollo económico, si la voluntad política existe. Eso vale para París, pero debería valerles también cuando viajan o negocian con ese pulpo de múltiples brazos –obstinadamente- neoliberales llamado Bruselas. La firmeza ante el Daesh no se contradice con el abandono de la sumisión ante la armada neoliberal europea. Los votantes tienen que percibirlo también.
La crisis y las rutinas de la clase política francesa son siempre el vivero confuso del lepenismo. Al repasar los picos de ascenso del FN en el pasado, vemos que el FN fue fundado durante la primera crisis del petróleo, que subió de nuevo cuando otras presidencias giraron giraron hacia el rigor económico. Surge de nuevo en esta etapa de crisis global.
Domingo 13 de diciembre, ¿otra oportunidad para entender que la subida del FN no es ni incomprensible, ni inexorable? La República Francesa no puede estar conformada únicamente por sus élites políticas. Y a veces da la impresión de que es así. De ahí brota la fiebre