Las dolorosas medidas de austeridad impuestas para sortear la crisis económica durante los últimos años estuvieron presentes, sin duda, en el ánimo de los electores europeos. Una buena cantidad de ciudadanos no se limitaron a quedarse en casa para mostrar su malestar frente a la Unión Europea o frente al gobierno nacional de turno. Muchos lo hicieron, más bien, con el ánimo de castigar a Europa. Los partidos nacionalistas, euroescépticos y eurófobos han cobrado fuerza frente al agotamiento de las tradicionales alianzas en la Eurocámara entre socialistas y demócrata-cristianos que, de manera emblemática, han votado unidos en un 74% de las decisiones de la actual legislatura.
Las participaciones electorales llegaron acompañadas por un importante voto a favor de los extremistas, que en Francia representaron el 25%; en Dinamarca, el 23%, en Reino Unido, el 22%; en Austria, el 20%, y en Hungría, el 15%.
El abstencionismo también hizo su parte en algunos países de la Unión y reflejó un importante aumento, de entre un 5 y un 7%, respecto a las elecciones de 2009. En Eslovaquia, por ejemplo, el índice de abstención fue del 87%; en Eslovenia, del 79%, en Polonia, representó el 77.3%, en Croacia, último país en incorporarse al proyecto comunitario, fue del 75.7%, y en Hungría, del 70.8%. En este último caso, está claro que la combinación de la abstención frente a la emergencia de partidos extremistas jugó en contra de las expectativas que se tenían en Bruselas .
Si bien es cierto que los partidos de corte radical representan una diversidad de fuerzas políticas, lo que hace difícil que se conforme una oposición en conjunto, también lo es que tendrán la suficiente fuerza para bloquear aquellas decisiones con un consenso débil.
Al debate sobre si los ciudadanos han votado en «clave europea» o en «clave nacional», trasladando a la UE los problemas domésticos, tal vez deberíamos añadir ahora nuevas categorías, como «clave nacionalista» y «clave regionalista». En Grecia, por ejemplo, el partido Syriza, con el estandarte contra la austeridad, obtuvo el mayor número de votos. En Francia, el Frente Nacional, partido de ultra derecha encabezado por Marine Le Pen, constituyó la primera fuerza del país galo con un discurso centrado en el patriotismo, que supo capitalizar el descontento hacia un desprestigiado François Hollande. En España, la confrontación sobre la propuesta soberanista de Cataluña empujó a los ciudadanos de esta Comunidad Autónoma a acudir a las urnas de manera masiva, en comparación con el resto del país ibérico, y donde partidos hasta ahora desconocidos fuera de la península, como «Podemos», obtuvieron la fuerza para descalabrar al PSOE y al PP, las dos principales fuerzas políticas tradicionales.
Está claro que las nuevas variables complican el panorama, no sólo para la Eurocámara, sino para la próxima designación de quien habrá de presidir la Comisión Europea. La ecuación no es sencilla. No hay garantías para Jean-Claude Juncker, propuesto por el Partido Popular Europeo (PPE), auque este partido haya obtenido la mayoría de votos, aunque con un muy pequeño margen. Quien como líder del Eurogrupo jugara un papel fundamental durante la crisis y la imposición de las medidas de austeridad, no se antoja, precisamente, como el candidato predilecto de una Eurocámara que ha cambiado de fisonomía y que ahora contará con más atribuciones de control político, entre ellas, la de aprobar al Presidente de la Comisión Europea y a sus integrantes.
José Manuel Durão Barroso, actual presidente de la Comisión Europea, se ha dicho satisfecho por el resultado de los comicios europeos que, a su entender, «avalan el trabajo de los partidos que han gestionado la crisis desde el poder», pues es la primera vez que se revierte la tendencia de abstencionismo en las elecciones europeas desde 1979. La apenas escasa décima, respecto a las elecciones de 2009, pareciera ser suficiente para afirmar que la Unión Europea ha hecho los deberes. Sin embargo, si se miran de cerca los resultados que han arrojado las jornadas electorales europeas, el panorama no es muy alentador.
Está claro que el déficit democrático se ha transformado en un déficit de credibilidad. El proyecto comunitario ha gozado durante décadas de un bono de credibilidad por parte de los ciudadanos, en comparación con la percepción nacional. La Europa en crisis, aunque va dando señales de recuperación, ha sembrado una desconfianza sin precedentes entre los ciudadanos, en buena parte por la carencia de información adecuada. La distancia e incomprensión hacia lo que se dice y hace desde Bruselas, aunada a la ausencia de líderes que hagan suyos los valores de solidaridad y progreso de un proyecto común, ha despertado la animadversión de la que dan cuenta los resultados electorales.
En estos días los Jefes de Estado y de Gobierno se reunirán para hacer un balance de los comicios de los últimos días y tratar de acercar posiciones para hacer la propuesta del próximo presidente de la Comisión. No hay nada escrito. Ni siquiera está claro si la propuesta considerará a los candidatos nominados desde la Eurocámara.
Por lo tanto, si previamente a los comicios europeos se hizo una invitación a los ciudadanos a una jornada de reflexión, ahora este ejercicio lo deben estar haciendo los líderes europeos. El actual escenario obliga, es cierto, a más Europa, pero no a más Europa desde Bruselas, sino a más Europa desde y con los ciudadanos.
*Luis Huacuja es Consultor e Investigador en Unión Europea, Derecho Comunitario Europeo y relación UE-México. Responsable del Programa de Estudios sobre la UE-U.N.A.M., México