En este contexto, con miras a las elecciones presidenciales de 2016, el presidente Barack Obama está siendo cada vez más presionado para que actúe como un hombre fuerte.
Esta es la única explicación razonable sobre por qué, inesperadamente, Obama ha declarado que Venezuela es una amenaza a la seguridad de Estados Unidos, pocos meses después de iniciar el proceso de normalización de las relaciones con Cuba, viejo enemigo de Washington y aliado de Venezuela. El presidente venezolano, Nicolás Maduro, está muy satisfecho porque sus denuncias de un complot de Estados Unidos con la oposición venezolana para removerlo del cargo, ahora se ven oficialmente confirmadas por Obama.
El problema es que a espaldas de Obama, los senadores republicanos están adoptando posiciones sin precedentes, tales como advertir al líder de Irán, el ayatolá AlíJamenei, que cualquier acuerdo nuclear suscrito con Obama, será válido solo durante su administración. Ese mensaje debe haber dejado muy contento a Jamenei y a la línea dura de Irán, porque siempre han dicho que no se puede confiar en Estados Unidos, y que las negociaciones nucleares en curso no tienen sentido.
Esto parece una extensión del concepto del destino excepcional de los Estados Unidos, cuya política exterior también puede ser excepcional, no sujeta a la lógica y a las reglas.
Al otro lado del océanoAtlántico, lo que es sin duda excepcional es que mientras Europa casi siempre ha seguido la política exterior estadounidense, incluso cuando va en contra de sus intereses como es el caso del enfrentamiento con Rusia por Ucrania, Gran Bretaña - que tiene una relación especial con Estados Unidos – se está encaminando hacia una acción divergente.
A través de su ministro de Hacienda, George Osborne, Londres ha anunciado que pretende sumarse a la iniciativa china para la creación de un Banco Asiático de Inversiones para Infraestructuras (BAII), en el que Beijing está invirtiendo 50.000 millones de dólares.
Esto ha provocado la ira de Estados Unidos porque al BAII se le considera como una alternativa a las instituciones financieras con sede en Washington, el Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo, en los que Estados Unidos (y Japón) tienen fuertes intereses.
El primer ministro británico, David Cameron, respondió que su país se une al BAII porque «creemos que es de interés nacional para Gran Bretaña».
Poco después del anuncio de Cameron, siguieron Francia, Alemania e Italia, mientras Australia también se unirá y Corea del Sur tendrá que hacerlo. Esto dejará a Estados Unidos aislado y emergerá una nueva dimensión «excepcional»: el poder económico (China) es más atractivo que el poderío militar (Estados Unidos).
Por supuesto, que Cameron está actuando para complacer a su electorado, que es muy consciente de sus intereses financieros, incluso cuando no coincide con los intereses de Estados Unidos. Después de todo, la participación de China en la producción manufacturera mundial, que fue del tres por ciento en 1990, aumentó hasta casi el 25 por ciento en 2014.
Peor aún es que Cameron también ha decidido recortar el gasto en defensa. Actualmente el gasto militar de Londres es del dos por ciento del producto interior bruto -objetivo que Washington espera que observen todos los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)-, Cameron solo lo mantendrá hasta mayo, al terminar la actual legislatura.
Según Washington, el presidente ruso, Vladimir Putin,podría considerar esto como un signo de debilidad. Desde esta óptica, a Putin hay que someterlo a una creciente presión, haciéndole ver que las represalias por su política sobre Ucrania se intensificarán hasta que él retroceda. Esta escalada está yendo en una dirección que las mentes más claras deberían examinar en una perspectiva a largo plazo.
Los miembros de la OTAN, una institución que necesita de conflictos para justificar su existencia ahora que la Unión Soviética ya no existe, ¿están dispuestos a entrar en una guerra, solo para mantenerla en vida?
Los trasfondos son los que suelen preceder a una guerra.
El ministro de Defensa británico, Michael Fallon, ha declarado que Rusia es «una amenaza tan grande para Europa como el Estado Islámico». Tropas de la OTAN se están concentrando en los países bálticos para combatir contra una hipotética invasión rusa.
La mayoría republicana del Congreso estadounidense está pidiendo abiertamente el envío masivo de armas pesadas al ejército ucraniano. Cientos de soldados estadounidenses han sido destacados en Ucrania para reforzar el régimen de Kiev contra los rebeldes apoyados por Rusia. Gran Bretaña ha enviado 75 asesores militares.
Entretanto, según The New York Times, el gobierno polaco está apoyando la creación y capacitación de milicias y tiene previsto proporcionar entrenamiento militar a los muchos polacos que están cada vez más preocupados por que «el gigante ruso no se saciará con Ucrania y una vez más pondrá sus ojos en Occidente». Lo mismo está ocurriendo en los países bálticos, todos ellos con una presencia rusa considerable y temerosos de que Putin pueda invadirlos en cualquier momento.
Medios de comunicación de todo el mundo han participado en un frenesí de denigración personal de Putin, creando una imagen del presidente ruso y del conflicto en Ucrania que pueda servir de excusa para el expansionismo militar de la OTAN. Es difícil mirar a Putin con simpatía, pero este enfrentamiento ha hecho que el pueblo ruso respalde a su líder en un nivel sin precedentes, que ahora se sitúa en torno al 80 por ciento.
Sería un error subestimar el papel que puede desempeñar la humillación en la historia. Como es bien sabido, el poder de Hitler nació de las frustraciones por las fuertes sanciones que los alemanes tuvieron que pagar a los vencedores de la Primera Guerra Mundial.
La misma sensación de humillación hizo que la guerra del presidente Slobodan Milosevic contra la OTAN fuese tan popular entre la población serbia.
Es en la humillación de los árabes, que fueron divididos entre los vencedores de la Primera Guerra Mundial, donde se encuentran las raíces del Califato, o del grupo extremista del Estado Islámico, que afirma que los árabes finalmente están por recuperar su dignidad e identidad.
Es también la humillación por la imposición de la austeridad lo que ahora está creando un fuerte sentimiento antialemán en Grecia.
¿Alguien ha considerado quién va a hacerse cargo de Rusia si Putin se va? Ciertamente no será la débil oposición actual. ¿Y que significaría asumir la responsabilidad de un Estado tan débil como Ucrania?
El Fondo Monetario Internacional ha aprobado un fondo de ayuda de 17.500 millones dólares para Ucrania, pero ha advertido que el rescate del país «está expuesto a riesgos excepcionales, especialmente los derivados del conflicto en el Este» de ese país.
En realidad Ucrania necesita ayuda urgente para tapar un foso de por lo menos 40.000 millones de dólares. Los economistas coinciden en que el país no cuenta con una economía viable. Se requieren muchos años de ayuda constante para llegar a algún equilibrio económico y esto sin que haya guerra.
Europa se encuentra cerca de la recesión y al parecer es incapaz incluso de resolver los problemas de la pequeña Grecia. Sin embargo, se empeña en respaldar a Kiev contra los rebeldes apoyados por Rusia.
La OTAN puede apoyar a los soldados ucranianos hasta su último hombre, pero es imposible vencer a Rusia. ¿Entonces, Occidente va a intervenir o retroceder y perder su prestigio, después de muchas muertes y destrucciones incalculables?
Se ha generalizado la opinión de que las sanciones deberían hacer que Rusia muera de hambre, ahora que se han reducido sus ingresos del petróleo. ¿Qué pasa si Putin, sostenido por el pueblo ruso, no da marcha atrás?
¿Están los europeos dispuestos a marchar hacia la guerra para complacer al Congreso legislativo de Estados Unidos, dominado por el Partido Republicano?