En Europa, resulta hoy imprescindible porque constituyen diferentes muros de resistencia al falso periodismo de los magnates tipo Murdoch o Berlusconi. Esas murallas, aunque variables y pequeñas, también contrarían la extendida ingenuidad digital, que promueven fanáticamente los brujos ricos de Sillicon Valley, desde donde nos ofrecen cosas válidas mezcladas y cocinadas con los periodismos de la confusión y con el extravío de nuestra memoria.
Por otro lado, tengo que decir que desde que empezó la maldita crisis, inventada por el mundo financiero, persisto en acudir a manifestaciones de protesta de todo tipo. Y me contagio de un cierto activismo que defiende los derechos sociales, los que aguantan y los que nos han arrebatado ya, y donde incluyo las libertades de prensa y expresión lo mismo que el derecho a la vivienda, por ejemplo.
Periodismo y derechos sociales
En Madrid, acudí como militante ciudadano a varios casos de desahucio inminente. Y tuve la satisfacción de haber vivido la experiencia de ver cómo fracasaban los medios legales, que en en ese punto resultaban ser mecanismos de coerción. Su fracaso me hizo feliz. Y la alegría de las familias afectadas era definitiva.
No creo que fuera sólo por no verse en la calle al minuto siguiente, sino por comprobar la solidaridad de las decenas de personas que estaban allí. Admiro a quienes me parecieron expertos en el tema, gente bastante joven que no se arredraba. Algunas jóvenes abogadas mediaban ante la policía, ante el banco de turno (malditos), ante el cerrajero si hacía falta. Y uno de los cerrajeros se marchó, como aquel Paco «Telefunken» que se negó a cortar la señal de la televisión valenciana (Canal 9). Me parecen héroes imprescindibles.
Pero también he asistido a algún desahucio como periodista para escribir un reportaje (para una revista francesa) sobre el aumento de la miseria en distintos países de Europa. No lo creerán, pero lo pasé peor. Como ciudadano, me sentía libre para gritar, para sumarme a los que enlazaban sus brazos para hacer un muro de resistencia pasiva ante la policía municipal. Como periodista procuraba distanciarme, me iba a la acera de enfrente para hacerme una idea de la situación. Hablaba más con esos policías. Creo que era una experiencia que ellos habían vivido antes, aunque eso no hacía que se sintieran mejor. El impacto del drama humano iba por dentro.
Ideología, militancia y velocidad
En estos tiempos, en el oficio de periodista, abundan dos elementos: la precipitación y la confusión constante (la esporádica es sana) de la militancia y del ejercicio del periodismo. En mi caso, cuando lo confundo, me pongo muy nervioso. Trataré de aclararme mediante un ejemplo: tengo un amigo que es tanto un gran periodista como un monárquico convencido. Y hace poco tuvimos un gran debate porque yo le opuse mis ideas en favor de la república como forma de Estado más democrática. No nos pusimos de acuerdo, aunque coincidimos en valoraciones publicadas por terceros. Se trataba de textos que tenían la cualidad (y la calidad) de una cierta distancia hacia las ideologías de sus propios autores (Javier Cercas, por ejemplo). Mi amigo es un tipo estupendo y entrañable y todo lo que escribe tiene inteligencia y distancia.
Desde luego, no siempre hay que ser tan distante, pero en la mayoría de los casos está bien intentarlo. Eso no implica ser objetivo, sino únicamente esforzarse un poquillo en la adjetivación y en la estructura de nuestros textos. También en explicar las cosas tan sencillamente como sea posible... «pero no más«, como dicen que dijo el autor de la teoría de la relatividad.
A medio plazo, relatar bien cuenta en mayor medida que contarlo el primero. En esta época, estamos acelerados y en el periodismo quizá ya no hay que competir tanto por ser el más veloz. La profundidad de la investigación es más importante. Y de todas formas, en cualquier momento, cualquier inconsciente ha escrito ya un detalle, que la gente del Caralibro presentará como novedad exclusiva. Esa batalla contra las elites que dirigen la secta digital está perdida. De modo que hay que situarse en otra orilla y responder con calma y lo más claramente posible. El buen periodismo está hecho de esa textura.
Algunos pasos del periodismo tranquilo
Por eso, hoy, tras el mensaje de mi primer amigo (el gran lector) me he puesto a escribir en un papel cualquiera -manualmente- una serie de ideas que procuro recordarme -de vez en cuando- cuando ejerzo mi oficio. No es nada del otro mundo, pero me guío por lo que me enseñaron varios sabios modestos de los medios de comunicación.
No precipitarse a contarlo si aún puedes reflexionar y contrastar un poco más. Siempre que podamos claro, sí, de acuerdo; pero la furia por tuitear nos mata. El contraste periodístico es un concepto relacionado con la veracidad y requiere una cierta -a veces relativa- lentitud. Un paseo hasta el baño para refrescarnos con agua del grifo y cinco minutos de mirada boba hacia los árboles de la calle pueden ser suficientes.
2-Hay que mantener un cierta dimensión humana. Al regresar del balcón, podemos ver si ese aspecto, la humanidad, se mantiene en tal o cual descripción, en tal o cual adjetivo. Si no desaparece por el orden de nuestra historia, de nuestros párrafos o por los meandros (ocurrencias) de lo que sugerimos (que es siempre lo más subjetivo).
3-Claridad, buscar la claridad. Y lo dice alguien que con frecuencia siente que no es suficientemente claro. La claridad está relacionada con el equilibrio, con el esfuerzo de objetividad (que no puede ser total) y con la distancia de la que hablaba.
4-Asumir de verdad que somos responsables ante quienes nos leen o nos siguen en medios audiovisuales o digitales. Cuando miro a la cámara, sé que al otro lado hay gentes muy diversas. Mi misión no es adoctrinar a quienes no están de acuerdo conmigo.
5-De vez en cuando, está bien esforzarse en localizar un punto de vista que no es el propio. Hay que considerar fuentes contrarias a nuestra idea previa. Leer medios que señalan concepciones que están más o menos lejos de nosotros. Hace pocos años me impuse escuchar diariamente tres minutos (ni un segundo más) al mayor envenador social de los medios madrileños. No lo considero un periodista, sino un agitador. Y siempre me acuerdo de un verdugo que entrevisté hace años. Había participado en muchas ejecuciones. Percibió mi repugnancia ante la pena de muerte y luego me dedicó su libro con inteligencia poniendo algo así como: «Para PA deseando que llegue a percibir los rastros de humanidad que pueda haber en mí, a pesar de todo». Sigo siendo contrario, con firmeza, a la pena de muerte; pero no me olvido de su dedicatoria.
6-No hay que magnificar nuestros errores, ni dejar que los magnifiquen otros; pero debemos rectificar y explicar a posteriori, todo lo que sea necesario. Desde luego, soy de los que también se repiten -a veces- el principio elemental que reza «no lo arregles que es peor». Sin embargo, hay que pedir disculpas siempre que sea deseable, necesario y posible.
7-Estamos condenados al refrito, pero hay que apartar la nariz del aceite informativo que se recalienta de inmediato en la sartén mediática. Unos toques de reflexión y fuentes propias, por mínimas que sean, contribuyen a enriquecer el producto que ofrecemos.
8-Esforzarse un poco en el tema implica pensar que las intoxicaciones aparecen donde menos las esperamos. Cualquiera pone en la Wikipedia que El Fary grabó un disco con John Lennon y la mentira -ésta, nada grave- se mantiene varias horas. No olvidar nunca que los grandes gabinetes de comunicación de las grandes empresas multinacionales (empezando por las farmacéuticas y siguiendo con Google, Microsoft, Apple, etcétera); también los servicios de información y espionaje de las grandes, pequeñas o medianas potencias, o incluso un amigo bienintencionado de una ONG, puede colarnos algo que no es verdad. La verdad es la verdad, punto. Y si no la sabemos, tratemos de contar la verdad más probable, no la que más nos conviene o tranquiliza.
9-Es imprescindible mantener la discreción y el secreto profesional sobre nuestras fuentes. Claro que eso es cuando tenemos fuentes propias que no desean ser citadas. Contribuiremos así a aumentar la calidad y los detalles de lo que relatamos. No siempre es el caso, no siempre es necesario. Pero estamos obligados a estar atentos a defender ese secreto profesional que protege a nuestros pequeños Snowden. No siempre son origen de detalles o informaciones muy-muy importantes. No siempre son grandes personajes.
10-En fin, en estos tiempos la profundidad de nuestras reflexiones tiene que ver con nuestra capacidad para poner freno al tertulianismo ideologizante, al ajeno y al propio. Nuestro ensimismamiento y entusiasmo ideológico personal pueden ser nuestros enemigos. Contribuyen a reducir nuestra agilidad mental y nuestra flexibilidad periodística.
En está época, con frecuencia, la percepción profunda no se lleva demasiado bien con la dispersión que propician los nuevos medios y la Red. Las distracciones electrónicas nos dominan sin quererlo. El sociólogo David Le Breton ha escrito recientemente que «estamos en la sociedad de lo efímero, de lo instantáneo, de la volatilidad, de la velocidad, donde el zapping y el surfing se convierten en configuraciones morales esenciales para relacionarse con el mundo«.
Como periodistas, es la hora de frenar -un poco, sin exagerar- esa aceleración generalizada. El mismo Le Breton lo expresa así: «Cuanto más tiempo ganamos, más se nos va de las manos y más hambre de tiempo tenemos. Porque ahora parece que hay que ir siempre muy, muy deprisa, para terminar quedándonos donde estábamos«. Por eso quizá, inconscientemente, me había tomado algún tiempo; para recuperarme. Hoy me tocaba estar feliz por haber podido regresar al periodismo de los galápagos. Su lentitud nada en las fuentes de la perplejidad y el escepticismo.