«De la guerra a la paz: una historia europea»
Discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz concedido a la Unión Europea/Oslo
10 Diciembre 2012
[El Presidente Van Rompuy toma la palabra]
Majestades,
Altezas Reales,
Excelentísimos Jefes de Estado y de Gobierno,
Excelentísimos Miembros del Comité Nobel Noruego,
Excelencias,
Señoras y Señores,
Estamos hoy aquí reunidos para recibir, con humildad y gratitud, este galardón en nombre de la Unión Europea.
En una época de incertidumbre, el día de hoy recuerda a los ciudadanos europeos y a los del resto del mundo cuál es el propósito fundamental de la Unión: promover la fraternidad entre las naciones europeas, ahora y siempre.
Ese es nuestro empeño hoy.
A esa labor se dedicaron varias generaciones anteriores a la nuestra;
y a ella se consagrarán generaciones futuras.
Aquí en Oslo, quiero rendir homenaje a todos los europeos que soñaron con un continente en paz consigo mismo, así como a todos aquellos que día tras día convirtieron ese sueño en realidad.
Este premio les pertenece.
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La guerra es tan vieja como Europa y ha dejado en nuestro continente, amén de muchas otras, cicatrices de lanzas y espadas, de cañones y fusiles, de trincheras y tanques.
La tragedia que conlleva la guerra resonaba ya en las palabras que Herodoto pronunció hace veinticinco siglos: «en tiempos de paz los hijos entierran a los padres, mientras que en tiempos de guerra son los padres los que dan sepultura a los hijos.»
Sin embargo,... después de que el continente, y con él el mundo, se vieran sumidos en dos guerras terribles... por fin una paz duradera se instaló en Europa.
En aquellos lúgubres días, sus ciudades estaban en ruinas y muchos corazones aún rezumaban resentimiento y dolor. Qué difícil parecía entonces, como dijo Winston Churchill, «recuperar las sencillas alegrías y esperanzas que hacen que la vida merezca la pena.»
Al igual que muchos otros niños nacidos en Bélgica inmediatamente después de la guerra, escuché directamente de personas que las vivieron muchas historias.
Mi abuela me hablaba de la Gran Guerra.
En 1940, mi padre, que entonces tenía diecisiete años, tuvo que cavar su propia tumba. Afortunadamente, logró escapar, de otra manera yo no estaría hoy aquí.
Qué audaz fue, por lo tanto, la apuesta de los padres fundadores de Europa al afirmar que sí podíamos acabar con el ciclo interminable de violencia, que podíamos poner fin a la lógica de la venganza, que podíamos construir, juntos, un brillante futuro. ¡Qué gran poder el de la imaginación!
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Por supuesto que la paz podría haber llegado a Europa sin la Unión. Nunca lo sabremos. Pero esa paz nunca habría tenido la misma consistencia. No habría sido una paz duradera, sino un alto el fuego glacial.
En mi opinión, lo que la hace tan especial, es la reconciliación.
En la política como en la vida, la reconciliación es lo más difícil. No se trata simplemente de pasar página, trasciende del olvido y del perdón.
Parece inconcebible que después de todo lo que había sucedido entre Francia y Alemania..., dieran aquel paso... ¡firmar un Tratado de Amistad!... Cada vez que oigo estas palabras –Freundschaft, Amitié –, me conmuevo. Son palabras que evocan la esfera privada, palabras que no casan bien con tratados internacionales. Pero la voluntad de impedir que la historia se repitiera, de hacer algo radicalmente nuevo, era tan fuerte que había que encontrar nuevas palabras.
Para la gente, Europa era una promesa, Europa equivalía a esperanza.
La noche en que Konrad Adenauer llegó a París para firmar el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, en 1951, le esperaba un regalo en su hotel. Era una condecoración militar, una cruz de guerra, que había pertenecido a un soldado francés. Su hija, una joven estudiante, la había dejado acompañada de una breve nota para el Canciller, como un gesto de reconciliación y esperanza.
Otras muchas imágenes me vienen a la memoria.
Los líderes de seis Estados reunidos en Roma, città etterna, para iniciar un futuro nuevo...
Willy Brandt arrodillándose en Varsovia.
Los estibadores de Gdansk manifestándose a las puertas de sus astilleros.
Mitterrand y Kohl juntos, dándose la mano.
Dos millones de personas formando una cadena humana entre Tallin, Riga y Vilnius, en 1989.
Estos momentos contribuyeron a cicatrizar las heridas de Europa.
Pero los gestos simbólicos no bastan por sí solos para cimentar la paz.
Es aquí donde entra en juego el «arma secreta» de la Unión Europea: una fórmula sin parangón para estrechar nuestros intereses tan intensamente como para que la guerra sea materialmente imposible. A través de la negociación permanente, sobre un número cada vez mayor de asuntos, con un número cada vez mayor de países. Es la regla de oro de Jean Monnet: «Más vale pelearse en torno a una mesa que en un campo de batalla» («Mieux vaut se disputer autour d'une table que sur un champ de bataille.»).
Si se lo tuviera que explicar a Alfred Nobel, le diría que: ¡no es un congreso de paz, sino un congreso de paz perpetua!
Reconozcámoslo, algunos aspectos pueden ser desconcertantes, y no solo para los poco avezados en estos temas.
Los ministros de países sin litoral negociando apasionadamente las cuotas pesqueras.
Los diputados escandinavos del Parlamento Europeo debatiendo sobre el precio del aceite de oliva.
La Unión ha perfeccionado el arte del compromiso. No más dramas, ni victorias, ni derrotas, a todos los países se les garantiza una salida airosa de las conversaciones. Cierto es que hay que pagar un precio: la aburrida política, pero se trata de un precio muy pequeño...
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Señoras y Señores,
Funcionó.
La paz es una realidad.
La guerra es inconcebible.
Sin embargo, «inconcebible» no significa necesariamente «imposible».
Este es el motivo por el que estamos hoy aquí reunidos.
Europa debe mantener su promesa de paz.
Creo que este sigue siendo el verdadero último objetivo de la Unión.
Ahora bien, Europa no puede seguir valiéndose de esta promesa para movilizar a los ciudadanos. Los ecos de la guerra se están apagando, lo que, en cierta manera, es una buena noticia.
Aunque todavía no en todas partes.
El dominio soviético sobre Europa Oriental acabó solo hace dos décadas.
En los Balcanes se cometieron masacres espantosas poco tiempo después. Los niños que nacieron en la época de Srebrenica tan solo cumplirán dieciocho años el próximo año.
Sin embargo, esos jóvenes tienen hermanos que nacieron después de la guerra: la primera generación que verdaderamente no ha conocido la guerra en Europa. Así debe seguir siendo.
Excelentísimos Primeros Ministros,
Excelencias,
Donde hubo guerra, ahora hay paz. En estos tiempos se abre ante nosotros otra tarea histórica: mantener la paz allí donde reina. Después de todo, la historia no es una novela, un libro cuyas tapas podemos cerrar tras un final feliz: somos plenamente responsables de lo que pueda acontecer en el futuro.
Hoy, esto es más evidente que nunca, cuando la peor crisis económica en dos generaciones nos golpea, provocando grandes privaciones entre nuestros conciudadanos y poniendo a prueba la solidez de los lazos políticos de la Unión.
Familias que llegan a duras penas a final de mes, trabajadores que han perdido su puesto de trabajo, estudiantes que temen que, por mucho que lo intenten, no encontrarán su primer empleo: todos ellos al pensar en Europa, no es la paz lo primero que les viene en mente...
En un momento en que la prosperidad y el empleo, las piedras angulares de nuestras sociedades, se ven amenazados, es natural que los corazones se endurezcan, que nuestros pensamientos sean más mezquinos, que se reabran antiguas fracturas y reaparezcan viejos estereotipos. Para algunos, no solo las decisiones conjuntas, sino el mero hecho de decidir juntos, puede llegar a estar en tela de juicio.
Si bien es cierto que debemos relativizar las cosas – ni siquiera estas tensiones podrán hacernos retroceder a tiempos pasados más sombríos –, el reto al que se enfrenta Europa es real.
Permítanme parafrasear a Abraham Lincoln, quien frente a otro reto de dimensiones continentales afirmó que lo que se pone a prueba hoy es «si esta Unión, o cualquier otra Unión así concebida y así consagrada puede perdurar».
A esa pregunta respondemos con nuestros actos, si mantenemos la confianza, venceremos. Estamos trabajando con denuedo para superar las dificultades, reactivar el crecimiento y crear empleo.
Por supuesto, la necesidad apremia. Pero nos guía la voluntad de seguir siendo dueños de nuestro destino, un sentimiento de pertenencia a una comunidad y, en cierta medida... la propia idea de Europa que desde hace siglos resuena en nuestros oídos...
La presencia en esta ceremonia de tantos líderes europeos testimonia la profunda convicción común que nos anima: juntos saldremos de esta crisis y lo haremos más fuertes. Suficientemente fuertes a escala mundial para defender nuestros intereses y promover nuestros valores.
Todos trabajamos para legar una Europa mejor a los niños de hoy y a los del mañana. Para que, más tarde, otros echen la vista atrás y puedan decir: esa generación, la nuestra, mantuvo la promesa de Europa.
La juventud actual vive ya en un mundo nuevo. Para ellos Europa es una realidad cotidiana. No se sienten limitados por el hecho de estar subidos en el mismo barco, sino que son conscientes de la riqueza que supone compartir e intercambiar, poder viajar libremente... Compartir experiencias y modelar un continente y un futuro comunes.
Excelencias,
Señoras y Señores,
Nuestro continente, que resurgió de las cenizas tras 1945 y se reunificó en 1989, tiene gran capacidad para reinventarse. Corresponderá a las próximas generaciones hacer que esta aventura común siga avanzando. Confío en que asumirán esa responsabilidad con orgullo y que serán capaces de decir, como hoy nosotros: «Ich bin ein Europäer.» «Je suis fier d'être européen.» Estoy orgulloso de ser europeo.
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[El Presidente Barroso toma la palabra]
Majestades,
Excelencias,
Señoras y Señores,
Como escribió Spinoza, «La paz no es solo la ausencia de guerra, es una virtud», «Pax enim non belli privatio, sed virtus est». Y añadió a continuación, «es un estado mental, una disposición a la benevolencia, la confianza y la justicia.»
Es cierto, la paz verdadera solo puede existir si tenemos confianza; si estamos en paz con nuestro sistema político; si tenemos la certeza de que se respetan nuestros derechos fundamentales.
La Unión Europea no gira solo en torno a la paz entre las naciones. Como proyecto político, encarna esa mentalidad especial a la que se refería Spinoza. Como comunidad de valores, plasma esta visión de libertad y justicia.
Recuerdo, como si fuera hoy, aquellos días de 1974 en los que recorría, junto con una multitud de personas, las calles de mi Lisboa natal, en Portugal, para celebrar la revolución democrática y la libertad. Esa misma sensación la vivieron nuestros coetáneos en España y en Grecia. Y también, años más tarde, en Europa Central y Oriental, así como en los Estados Bálticos al recobrar su independencia. Varias generaciones de europeos han mostrado, una y otra vez, que al escoger Europa también escogían la libertad.
Nunca olvidaré a Rostropovich interpretando a Bach ante el derrumbado muro de Berlín. Esta imagen recuerda al mundo que fue la búsqueda de la libertad y la democracia la que acabó con las viejas divisiones e hizo posible la reunificación del continente. La adhesión a la Unión Europea fue fundamental para la consolidación democrática en nuestros países. Porque las personas y el respeto de la dignidad humana están entre sus pilares fundamentales. Porque respeta las diferencias a la par que impulsa la unidad. Y así, tras la reunificación, Europa fue capaz de respirar con sus dos pulmones, como dijo Karol Wojtyla. La Unión Europea se ha convertido en nuestra casa común. La «patria de nuestras patrias» como la describía, Vaclav Havel.
Nuestra Unión es más que una asociación de Estados. Es un nuevo orden jurídico, que no se basa en el equilibrio de poderes entre naciones, sino en el libre consentimiento de los Estados miembros en compartir la soberanía.
De la puesta en común de la producción de carbón y acero a la abolición de las fronteras, de seis países a veintiocho muy pronto, cuando Croacia se una a nuestra familia, el trayecto recorrido por la Unión ha sido más que notable y aún debe conducirnos a una «Unión cada vez más estrecha». Uno de los símbolos más visibles de nuestra unidad corre hoy por nuestras manos: el euro, la moneda de nuestra Unión Europea. No la abandonaremos.
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Excelencias,
Señoras y Señores,
La paz no puede basarse únicamente en la buena voluntad del ser humano. Debe apoyarse en un conjunto de normas, en unos intereses comunes y en un sentimiento arraigado de que compartimos una comunidad de destino.
La genialidad de los padres fundadores fue precisamente comprender que para garantizar la paz en el siglo XX las naciones tenían que dejar atrás la idea del Estado nación y mirar más lejos. Como dijo Walter Hallstein, el primer Presidente de la Comisión Europea: «Das System der Nationalstaaten hat den wichtigsten Test des 20. Jahrhunderts nicht bestanden.» («El sistema de Estados-nación soberanos no superó la prueba más importante del siglo XX»). Y añadió «y, como atestiguan dos guerras mundiales, fue incapaz de preservar la paz.»
La singularidad del proyecto europeo es haber combinado la legitimidad de los Estados democráticos con la legitimidad de unas instituciones supranacionales: la Comisión Europea y el Tribunal de Justicia Europeo. Instituciones supranacionales que protegen el interés general europeo, defienden el bien común europeo y personifican la comunidad de destino. Con ellas y con el Consejo Europeo, en el que están representados los gobiernos, hemos ido construyendo con el paso de los años una democracia transnacional única simbolizada por el Parlamento Europeo, cuyos miembros son elegidos por sufragio universal directo.
Nuestra búsqueda de la unidad europea dista de ser una obra perfecta: es una obra en construcción que exige una dedicación constante y diligente. No constituye un fin en sí misma, sino un medio para alcanzar metas más altas. Plasma de diversas formas la búsqueda de un orden cosmopolítico, un orden en el que las ganancias de unos no se logren a costa del sufrimiento de otros; un orden en el que el respeto de unas normas comunes esté al servicio de valores universales.
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Esta es la razón por la que, a pesar de sus imperfecciones, la Unión Europea puede ser, y de hecho es, una poderosa fuente de inspiración para muchas personas en todo el mundo. Porque la dimensión de los retos a los que nos enfrentamos puede variar de unas regiones a otras, pero no así su naturaleza.
Compartimos el mismo planeta. La pobreza, la delincuencia organizada, el terrorismo, el cambio climático son problemas que no entienden de fronteras nacionales. Compartimos las mismas aspiraciones y valores universales: estos últimos se van arraigando progresivamente en un número cada vez mayor de países en todo el mundo. Compartimos «l'irréductible humain», la quintaesencia del ser humano. Más allá de nuestro país, de nuestro continente, todos formamos parte de la humanidad.
Jean Monnet concluye sus memorias con las siguientes palabras: «Las naciones soberanas del pasado han dejado de ser el marco en el que se pueden resolver los problemas del presente. La propia Comunidad no es sino una etapa hacia otras formas de organización del mundo del mañana» («Les nations souveraines du passé ne sont plus le cadre où peuvent se résoudre les problèmes du présent. Et la communauté elle-même n'est qu'une étape vers les formes d'organisation du monde de demain»).
Esta visión federalista y cosmopolítica es una de las contribuciones más importantes que la Unión Europea puede aportar a la construcción de un orden mundial.
Excelencias,
Señoras y Señores,
El compromiso concreto de la Unión Europea a escala mundial está profundamente marcado por la trágica experiencia que para nuestro continente han supuesto los nacionalismos exacerbados, las guerras y la Shoah, encarnación suprema de la maldad, y se inspira en nuestro deseo de evitar que vuelvan a cometerse los mismos errores.
Es la piedra angular de nuestro enfoque multilateral de la globalización: una globalización basada en los principios hermanos de la solidaridad y la responsabilidad mundiales.
Todo ello inspira el compromiso de la Unión con nuestros países vecinos y nuestros socios internacionales, de Oriente Medio a Asia, de África a las Américas.
Define nuestra posición contra la pena de muerte y nuestro apoyo a la justicia internacional encarnada en la Corte Internacional de Justicia y en la Corte Penal Internacional.
Es el hilo conductor de nuestro liderazgo en la lucha contra el cambio climático y a favor de la seguridad alimentaria y energética.
Es la base de nuestras políticas sobre desarme y contra la proliferación nuclear.
Como continente que pasó de la devastación a ser una de las economías más poderosas del orbe, que cuenta con los sistemas sociales más progresivos, que es el mayor donante de ayuda del mundo, tenemos una responsabilidad especial frente a millones de personas necesitadas.
En el siglo XXI es simplemente inaceptable ver a padres asistiendo impotentes a la muerte de su hijos porque carecen de una asistencia sanitaria básica, madres obligadas a caminar todo el día con la esperanza de obtener algo de comida o agua potable, y a niños y niñas a los que se les ha robado su infancia porque tienen que convertirse en adultos antes de tiempo.
Como una comunidad de naciones que ha superado la guerra y que combate los totalitarismos, siempre estaremos junto a los que persiguen la paz y la dignidad humana.
Permítanme decirles hoy desde esta tribuna que la situación por la que atraviesa Siria es una mancha en la conciencia del mundo y que la comunidad internacional tiene la obligación moral de solucionarla.
Dado que en este día se celebra el Día Internacional de los Derechos Humanos, hoy más que en ninguna otra fecha, nos acordamos de los defensores de los derechos humanos en cualquier parte del mundo, que ponen en peligro sus vidas para defender los valores que respetamos. Ninguna cárcel silenciará sus voces; hoy resuenan en esta sala.
También recordamos que el año pasado, en esta misma sala, tres mujeres fueron galardonadas por su pacífica lucha por la seguridad y los derechos de las mujeres. Como una Unión edificada sobre los valores de la igualdad entre mujeres y hombres, consagrada en el Tratado de Roma de 1957, estamos empeñados en proteger los derechos de las mujeres y contribuir a su empoderamiento. Conferimos especial importancia a los derechos fundamentales de los más vulnerables y depositamos el futuro en sus manos: los niños de este mundo.
Como un buen ejemplo de reconciliación basada en la integración económica, contribuimos a crear nuevas formas de cooperación sustentadas en el intercambio de ideas, la innovación y la investigación. La ciencia y la cultura son elementos fundamentales de la amplitud de miras europea, nos enriquecen como personas y crean lazos por encima de las fronteras.
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Majestades,
Altezas Reales,
Excelentísimos Jefes de Estado y de Gobierno,
Excelentísimos Miembros del Comité Nobel Noruego,
Excelencias,
Señoras y Señores,
Abrumados y agradecidos por la concesión del Premio Nobel de la Paz, no hay mejor lugar que este, aquí en Noruega, un país que tanto ha contribuido a la causa de la paz mundial, para compartir esa visión.
La «pacificación de Europa» era una de las principales preocupaciones de Alfred Nobel. En una de las primeras versiones de su testamento, incluso la equiparaba a la paz internacional.
De esa preocupación se hacen eco las primeras palabras de la Declaración Schuman, el documento fundacional de la Unión Europea. «La paz mundial» (»la paix mondiale»), se dice en ella, «no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan.»
El mensaje que quiero transmitirles hoy es: pueden ustedes confiar en nuestra labor en favor de una paz duradera, la libertad, la democracia y la justicia en Europa y en el mundo.
En los últimos sesenta años, el proyecto europeo ha demostrado que es posible que los pueblos y las naciones se unan por encima de las fronteras. Que es posible superar las diferencias existentes entre «ellos» y «nosotros».
Nuestro anhelo, nuestro compromiso, hoy, aquí, es que junto con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, la Unión Europea pueda contribuir a que el mundo esté más unido.
Muchas gracias.